Lluvia en el coche
Mayo trae precipitaciones sin descanso,
no cejan las nubes en su empeño
de enjuagarnos la cara,
de volcar en la tierra lágrimas
tormentosas de opacidad y bravura.
Y en un momento
se humedece la tierra,
cala los huesos de asfalto y acera
formando veneros tumultuosos
que huyen espantados por la fiereza
de la caída por los sumideros
mientras danzan las gotas
su ceremonial de lluvia,
devotos chamanes de fosforescencia.
Las improvisadas gárgolas
manan canalillos de meditaciones,
delgados torrentes de mondaduras
confinadas en el abandono,
ríos de nombres y olvidos.
Un coche rueda entre los límites
de la humedad y paciencia
tras el parpadeo de las escobillas
que barren el agua del parabrisas
como nubes que paren inmensidades
de rostros velados y heridos.
© José Luis
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