Sin reglas
el bosque invade la montaña,
han dejado de oírse los parloteos
y la luz se ha oscurecido.
Resuenan las pisadas
vertiginosas en los guijarros,
los pasos se acercan al abismo
del frío ambiente verdemar.
Cada vez más los latidos abaten
las hojas suspendidas
y penetran en mis ojos
los musgos refulgentes.
Anhelo el piar del ruiseñor,
el crepitar de las gotas
en su caída de hojuelas secas,
no es el silencio lo que me estremece
sino esta perturbada soledad.
Quisiera la entereza de la roca
que en mi camino se detiene,
el naciente sol sesgado
siento en mi espalda
clavado en la frondosidad.
Lo recóndito se va abriendo,
tengo fijado en verde el mirar,
atravesado el bosque en la ruta
emboscada tiembla
la esperanza del recuerdo
de esta mañana de nieblas
y encantadoras hayas.
© José Luis
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