El pueblo deshabitado
Tus casas de piedra jalonan los muros
que retuvieron las lluvias y los semblantes
donde el cielo se transformó en montaña
y las tardes que yacen en el paño se zurcen.
Las manos sujetan en mechones el pelo
de crepúsculos de puertas y ventanas
mientras resbalan lentos por las lascas
tersos flujos de lejanía y espera.
Supuran los montes soledad
azul y carcomida
entre las calles por donde el viento
es el único habitante que transita,
soplo de abandono y muerte.
Las campanas de la tarde ululan
almas que turistas descienden
por las laderas de la inconsciencia
mientras en sus oraciones recitan
los ecos que fueron entonces.
© José Luis
0 comentarios