Amanecer de oro y bruma
Las copas de los árboles suspenden las verdades
que el viento oyera en alguna parte de sus ramas
como savia que emerge desde lo profundo de la noche
donde inmóviles los espíritus se despiden de sus huesos.
No hay sol que en el cielo luz describa sin los ojos
que captan las ondas que fugaces insinúan las sombras
entre los arreboles de la tarde mientras las nubes
desdibujan en tus brazos otro amanecer de oro y bruma.
Mi espalda se abre entre los rayos que desbaratan las furias
y emanan los fuegos de la incuria como cráteres inmensos
que despojan al reloj sus días y a la noche sus níveas lunas
tras los cristales puros de nieves e impertérritos inviernos.
Una gota resbala por mis sueños como lágrima de alborada
y acopio las pepitas que una rosa dejó ciega en un libro
en los tiempos de la creación y el universo cuando un dedo
fue el camino ululante del dolor y la quimérica sabiduría.
© José Luis
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