Posos de la noche
Abriré mis ventanas para que entre el soplo de la noche,
para esperar en el pretil las luciérnagas que pululan
en el abismo de la inconsciencia y los irremediables miedos
en los que dejar dispersarse la materialidad de la vida
y poder fundirme en su profundidad y transparencia.
Mis manos bordean el vacío de los núcleos, de la nada
y las bolas de fuego como un fakir que inmutable lucha
contra lo irremediable del dolor y el sacrificio,
contra el parecer de la muerte que consume los días
allá donde la separación se aleja en un pensamiento
que no ha sido escuchado y, por tanto, que se ha extinguido.
Desde lo inaccesible a los ojos surgen las tinieblas,
el desconocimiento de lo cercano, donde anida la noche
y los astros que en ella clarean desde los corpúsculos
que fueron simiente del recuerdo y catapulta del olvido
de aquellos que plantaron su huella en el hueco
oscilante de las manos mientras descienden los instantes
de cada grano de arena, de cada mirada a la muerte.
No reconozco en el trasluz del espejo mi rostro
ni encuentro en los ojos el camino instintivo de los rayos
que me parieron a este mundo tras el fragor de los tiempos
cuando la aurora en un domingo fecundó la sierpe
originaria de la sabiduría y de lo exiguo de la existencia.
Las naves recogen el mar y los pejes del universo
donde se disgrega mi carne en vidriosas turbulencias.
© José Luis
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