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Rastro de FreeWolf

Cubil Bucólico

Amanecer desde el amanecer

Se descerrajan las cortinas de la noche,
la luz se desliza en los entresijos de las montañas
e imperceptibles lunares dorados encienden
el verdor del silencio.
  
Paseo por los bordes de la carretera
donde el asfalto se junta con el suelo
y crujen mis pies el peso de la arenisca
abatida por los pasos manejables del tiempo.
  
Noto en mis sienes los latidos del amanecer
mientras matizan mis pupilas la claridad
de las nubes en las que juegan los visos
del cielo al escondite con los luceros del alma.
  
Las estrellas me guiñan su complicidad
con los ramajes de la luna entre los árboles
y desciendo los caminos abismales del tártaro
esperando encontrar los compañeros oxidados.
  
Enarbolando su bandera iza el viento
el paraíso ocultado por la rutina y la noche,
supuestamente invadido por las sombras
invisibles, los tañidos de una campana
desde la cercanía se alejan y vuelven.
  
Amanece en la sierra la campiña invernal
y me sumerjo en los encantos de un suspiro,
innumerables ojos permanecen cerrados
en los sueños de las encinas y los cruceros.
  
© José Luis

Transformación de piedra

A veces la piedras
en siluetas cristianizan,
en perfumes labrados al tiento
de miradas viajeras y atavíos
de domingo en invierno,
cuando el aire en el rostro es frío
las nubes apuran el aire
y se hinchan grises encima
mismo de las encarnadas techumbres.
  
Antes de ser muro el espacio
era invisible vacío desnudo y permeable
a los finos granos del tiempo y del reloj
perdido en el interior de algún bolsillo,
después de argamasa de manos
y en tierra vertical convertido
con ventanas por ojos
curiosean otra clase de vacío:
el de las almas
que de sus espíritus huyeron.
  
A veces las piedras
impresionan mis sentidos
con esas caras disimuladas
en los entrecejos del destino.
  
© José Luis

Vengo de muy lejos

Aunque esté aquí ahora
vengo yo de muy lejos,
el amanecer y las montañas añiles
fueron testigos de mi parto
y pulverulento en las nubes
crecí entre los arcos de un cielo
que nada sabía de las lágrimas
acumuladas en los deseos
de inmortalidad de un deletéreo.
  
Mi idioma nace de los pétalos
delicados de la dueña del viento,
de las chispas de la fragua
de algún irreverente herrero
donde devoré sorbos de luz
y sombras de misterio,
balbuceo palabras del poniente
entre las lenguas de fuego
y en los ojos de la sombra
tiemblo cuando me acuesto.
  
Son los árboles la savia y sangre
que mana por mis venas
y por los veneros de las almas
aliviadas en el paraíso eternal
hasta que despierten sus cuerpos
aletargados en una muerte
emancipada y circunstancial,
entonces puede que regrese
al vientre del sol y a la vida
de la que ahora no me acuerdo…
  
© José Luis

Los dos árboles

Frente a la desnudez del tiempo y los años,
impúdico un árbol hace del esplendor malabares
donde ahora la vida es verticalidad inerte
de la mañana en un desprovisto desamparo,
allí rezan los árboles en la hondura de la providencia.
  
Desde el verdor que respeta el invierno
el campo los heleros resuda de la noche
en el sitial devastado de apariencia y periódicos
donde resbalan las letras de las confidencias
por los ramales de lejanía y lasitud,
allí las palabras se convulsionan en la tierra.
  
Del aire la soledad se enreda entre los dedos
e inscribe con tornasol y sangre de suspiros
el porvenir entre las compactas curvas de mi piel,
que desoye los latidos bramantes de las sombras,
y cruza el desconocido surco del Estigia,
allí solamente se expatrían las almas prodigiosas.
  
Se aturden ensortijados los sonidos en los ecos
tras las desabrigadas ramas equinocciales,
los cantos llegan desde el mar con el rubor
afable y acallado de la lluvia, de las nubes
esculpidas en la corteza trasmutada del árbol,
allí quedó grabada la deflagración del averno.

© José Luis

Lentes de cercanía

La mesa encierra las travesías
de la vista que exige en un callejón
el diezmo de la aurora,
paredes de madera entretejen lazos
de indivisibilidad ante el ojo acariciado
desde el árbol de la incertidumbre
donde se desprenden las imágenes
rigurosas de las ramas y ascienden
heliotrópicas por los hilos de los sueños,
parcas eternizadas en los jirones
del trasfondo ondeante de alforzas
y naufragios disonados de mentes.
  
Los cristales se atomizan
en el aire, viscoso y fragante,
de la lluvia que resonante se descarga
en los huecos de mis manos,
el cimbrado de mis dedos, en la mesa,
acompasa el fundido sombrío de la tarde
con la densidad de las horas, y la penumbra
de un instante acecha la noche en mis ojos.
  
Se doblan los rayos de la ventana,
en inmediatos e inadvertidos recuerdos
las lentes de la curiosidad y el descuido
se deslizan, como trompos zigzagueantes
por las líneas del suelo y nuestra cercanía.
  
© José Luis

Tentáculo de árboles

El vuelo de la huida

Descuidada una garza en el agua
en sus plumas retiene el frescor
plácido de la mañana,
unos patos alrededor reviran
ondulosas las líneas del río
entre los aromas de la orilla ocre
y la sedosidad de las cañas
que sobresalen en el aire
del perezoso flujo de la corriente.
  
Cubren el cielo blanco las nubes
allá donde el azul fuera el techado
de otros días risueños,
los pies en la pasarela parados
sujetan al horizonte mis ojos
y al reflejo de otras casas
en el paso húmedo de los coches
por las transversales y convenientes
ondas del silencio.
  
Emprende elegante la huida
en la mirada fija de la ribera
y eleva su vuelo en el compás
avivado y extendido de sus alas
mientras también yo me alejo
desde el paseo de la mañana
por los acontecimientos fluviales
de este primer día de Enero.
  
© José Luis

Torso

Desde mis labios baja el deseo
por los atajuelos releídos de tu piel
y mis manos reconocen en la suavidad
los caminos de las arrugas y los años
mirándonos los ojos y entrelazando
digitales nuestras huellas…
  
Contemplo en tu torso la vida y respiración
de todos nuestros sueños, de todos esos días
en los que envidábamos nuestras palabras
como amantes de la noche y sus albores
que nos sorprenden amalgamados entre las sábanas,
entretejidos nuestros cuerpos en el lienzo
donde acoplamos los aromas y aleteos
de los jazmines y alondras que alberga el jardín
en los invernales relumbres del hogar nuestro.
  
Acerco mi oído a tu pecho,
mis pestañas rozan tu vello y un cosquilleo
de risas y anhelos invade la estancia
mientras cómplices nuestras miradas,
llenas de luna y de fragante brezo,
se pasean por los contornos de la madrugada,
funámbulas de los lances de la existencia.
  
© José Luis

Orbe de hielo

En el suelo la noche un manto
destemplado de hielo, deja
el aire suspendido su vuelo
y la oscuridad ondea blanca
entre los coches indistintos.
  
Sobreviene la dureza del invierno,
el gélido aliento del norte
hocicando en nuestras bocas
las palabras que nunca pronunciamos
y sin embargo duelen en los pulmones
como una azulada e imborrable posesión.
  
Desde la tierra, adherida a su costra
se aglutinan cristalizados continentes
de lluvia que turbia se ofrece enramada
a los linajes pétreos del inconsciente
y en la levedad de un giro mil mundos
se encadenan al tiempo y sus mazmorras
donde envejecen los relojes sumisos.
  
La claridad abandera el firmamento,
es posible derretir una sonrisa.
  
© José Luis

Un cielo arbolado

Tenemos hondonadas de memorias
en los años amontonados en el destierro
y en cada molécula de supervivencia,
que brota en una inesperada forma de vida.
  
Cuatro son las esquinas del universo
donde la contemplación se desparrama
con el horizonte e hila su propia sombra
en la ceñida estela de un murmullo.
  
La levedad de las sombras en el crepúsculo
oscilan en los tejados de la inconsciencia
y en las hojas que se resisten a la muerte,
cárdenos son los ojos de las tinieblas.
  
Tras el amanecer blanco el campo se viste
con las lanzas excavadas de los árboles
que entregaron en la noche sus sueños
a la inequívoca maceración de la diana…
  
© José Luis

Rompiente

Una lengua salina y blanca llega del mar

hasta la costa del olvido donde las tardes

reciben los recuerdos enraizados del día

y de los años, mientras acaricia las rocas.

  

La armonía de las olas y el batiente del aire

se acurrucan en mis sueños, los ecos de las sirenas

vuelven otra vez a la tierra donde nacieron

cuando ninguna pisada hollaba la hierba

y el paraíso era una promesa aturdida del hombre.

  

Las aguas glaucas y resbaladizas entonan

los murmullos recónditos de la naturaleza

y en la orilla son recogidos como conchas

sonoras y vigilantes al acercarles un oído.

  

Quisiera ser esa espuma que fermenta

después de recorrer inmensidades,

de haber visto en la infinitud del mundo

todos los ojos del deleite y la belleza,

todas las piedras anhelosas y orantes

donde se han depositado los hombres.

  

Quisiera ser el rompiente donde se oculta el sol

cuando los albores de la muerte me muerdan

y acallar en la brisa de mi alma los suspiros…

  

© José Luis

Duda y reflexión

Voy por unas márgenes y el mundo
con los filamentos de la duda
emana la luz que matiza las sombras
donde el juego de las ambigüedades
es el azar de las intersecciones
entre los segundos y los espejos
que barruntan anuncios de la noche
como dagas desplomadas en mi frente.
  
La cabeza perpendicular se retrae
a los residuos del aire en la aurora
mientras las almas en la sombra
acurrucan los ensueños en concavidades
y los pensamientos que no florecen
ocupan un lugar eterno en el cielo
donde nada es lo parece o aparenta.
  
Coloreadas han pasado las sombras
que transitan las luces descarnadas
y resurge el oscilante ulular del tiempo
con cada pulmón que estrena el aire
y hasta los vapores de la sombra
retrotraen etéreo un pensamiento…
  
© José Luis

Río verde

Baja la corriente ondulando su cauce
entre los despojados árboles de la orilla
y atraviesa los ojos de la mañana
por el puente firme que me oculta
del frescor y el rocío
y de la ambigüedad de las dos riberas.
  
¡Río que fluyes verde y enmaromado
a la profundidad aquietada del agua,
te dejan reverberar siempre en las ondas
que nacen penetrantes de las piedras
mientras pasas con tu lengua la oquedad
del bosque sin viento ni hojas!
  
Musgosas deshilachan las plantas
los recuerdos por la fluida vertiente
de la noche entre arreboles de la aurora,
impertérrito ha retenido el sueño tu paso
por la arboleda desnuda del destiempo
donde nace la muerte y la vida
es el pez que se escabulle
entre los intersticios de la lluvia
glauca y la húmeda cuenca del deseo.
  
© José Luis

Puntitos de bosque

Puntitos de bosque

A las hojas los árboles
se les han caído
y es ahora una alfombra
tu camino,
una alfombra entretejida
con los puntos del destino
o de los ajustados pasos
hasta el recuerdo
o el olvido.
  
Sangra la nube
con las gotas del rocío
el sabor de tus labios
y hasta el mismo río
que entona con las agujas,
que son esos rápidos silbidos
que trae el viento del norte,
de los glaciares que fríos
rompen el silencio
o componen las canciones
extraviadas del estío.
  
Es ahora el bosque
mi memoria,
el abandono de la realidad
entre los campos vestidos
de ocre
o de amarillo
sedosos como tus labios
cuando rozan los míos.
  
Vuelven los sueños
a traer la noche
en los tenues rayos
de los ecos de la aurora
escondidos
en el fulgor de unas hojas.
  
© José Luis

Desde algún lugar

Desde algún lugar

Pudiera subir los escalones
que bajan del cielo
o perpetrar la salida del abismo
donde negocian las sombras
si tu mano sirviera de mapa
entre las curvas de mis huellas,
o juntar en un sonido los labios
como en un furtivo beso
cuando en la cercanía tu respiro oigo,
o el oscilar de tus cabellos
entre los aledaños del aire.
  
Sé que en las piedras se ocultan
las yemas de tus dedos,
el suave roce de mi nombre
entre los granos que fueron tiempo
o entre los tiempos que fueron
aldabas de silencio en la noche
en tus brazos de sueño
y en el sabor dulce de tus senos
mientras ardíamos en juventud
tras las paredes que son olvido
o recuerdo…
  
Desde algún lugar
en la unión de nuestros cuerpos
hay escalones que se suben,
donde maduraron nuestras frutos,
hay escalones que se bajan,
donde transgredimos los años
en el silo de los deseos.
  
Desde algún lugar,
desde algún tiempo,
volver quisiéramos…
  
© José Luis

Bajo las ramas

Bajo las ramas

Enramado se sustrae el cielo
de las mentes y las quimeras
del poder otoñal del abandono
sucinto de las hojas,
desde una capa que cubre
la ingravidez del suelo.
  
A la sombra de una acacia
el sueño se difumina
celeste y sugestivo,
es la mente que inventa
desde los ojos furtivos
la luminosidad acristalada
de unas gemas o la libélula
que ronda el plenilunio de Diana.
  
Desde el verdor de la espalda
hundida en la hierba
vienen a mí los recuerdos
y los pasos de la infancia,
trepan mis manos los ensambles
troncales de las ramas,
las existencias sorprendentes
fantaseadas o reales
de un niño
que en mi interior aguarda
el momento de la reunión
de todos los iguales
a través de la vida
pero en distintas edades…
  
© José Luis

Pudín de montañas

Pudín de montañas

Hoy me siento guisandero,
ardedor de masas y tierras
en las que mis manos se hundan
como otras tardes en tus cabellos.
  
Ser entre los que no son
más que grandes espectadores,
puntos de mira en las mirillas
de las puertas de la noche.
  
Ser el árbol que cobija la imperfección
de ser mortal y voluptuoso,
de ser roca impenetrable en el tiempo
y sin embargo dúctil, a las palabras al oído,
a la intimidad de las resacas con la luna
en el seno de la aurora,
cuando la sombra se deshace en rocío
y en pétalos que resbalan por la piel
algodonosa de las nubes
al rozar imperceptibles las montañas.
  
Hoy me siento fogonero
y traigo en mis venas el ardor,
y subo a las pendientes del abismo
como enardecido amante de las soledades
que rezuman de los oteros
y de las reconocidas encrucijadas
en los valles de tu cuerpo.
  
© José Luis

Las hojas del rosal

Las hojas del rosal

Aterciopeladas las hojas,
suplicantes manos al cielo
estas finas yemas de la luz
donde aguardan los sueños
equinocciales de Era
entre los ecos toronjas
de un ajeno amanecer
a los problemas del hombre.
  
El aroma fresco del rocío
se acopla con mis recuerdos
en el campo de trigo verde,
al paso involuntario de las manos
entre las ondas del viento
y los caballos de la locura,
galopes de tallos y silencios
entre las espinas de la libídine
y la fogosidad de la noche.
  
Siento en mis mejillas
la suavidad de tu mirada,
el roce de tu cuerpo
imperceptible mientras descansas
como siempre a mi lado,
en la intimidad del corazón
donde se maceran los pétalos
de la rosa de un día,
o de un sueño
o de toda nuestra vida…
  
© José Luis

Pender de un árbol

Pender de un árbol

Nuevamente veo el transitar de las hojas
que los árboles a sujetar no alcanzan
y caen sazonadas de pajizo y ocre
a la tierra, a los brazos maternos
de la oquedad impenetrable
donde late el corazón del viento
y las rocosas montañas.
  
Acaricio
en silencio
en el interior nervudo de los sueños
las copas primaverales
y los trinos de los pájaros
que rondan en el sur de la inocencia
las distancias del olvido
del otrora presente que subyace
en el camino glauco de la esperanza
y un gorrión me recuerda
las tardes a la sombra refrescante
del mirar del río
mientras baja las laderas de la inmolación
con los cantos de la victoria.
  
Una vela resbala su cera
por las manos de la noche
y oscila la llama entre las penumbras
como las hojas en su vaivén
incidental del otoño…
  
© José Luis

La margarita de pie

La margarita de pie

Verticalidad la llamada del cielo
entre los tallos de la heredad,
tallos prolongados de escote
observador de plenilunios y lluvias
desde la contingencia de la oscuridad
donde emerge el vacío y la nada,
donde mana la creación y el universo
de la sencillez de las cosas,
de la confusión implícita
de ideas, razones y sentimientos
en el corazón mismo del hombre.
  
Deshojo las sinrazones de la muerte,
el pesar de las lágrimas en los ojos
y la ausencia lacerada en el alma
como un espíritu reciente
entre los cuerpos fríos y soterrados
en las marismas de la noche
y las estrellas mientras contemplan
el caer doliente de los pétalos
en la clepsidra de la sangre eterna
en las venas caniculares del rocío,
gotas por la faz del infinito
que resbalan desde el relumbrar
de otros ojos que me miran…
  
Nada poseo que esté fuera de mí,
acaso el marchitar de un cuerpo
que existe en la inmensidad profunda
de un sueño donde cree que vive
y mantiene la esperanza
inmortal de las margaritas
en su sí... no... de la duda.
  
© José Luis