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Rastro de FreeWolf

Cubil Bucólico

Inferencia de caminos

 

¡Qué revoloteo hay
en la circuncidada plaza
donde entretienen las madres
a sus hijos con la merienda!
  
Agacho la cabeza
para evitar el ala,
mis ojos atraviesan el espacio
de lado a lado,
trescientos sesenta grados
de tierra y cielo,
¡qué fácil es volver
con la cabeza a los recuerdos!
  
El cielo permite
la inferencia de caminos,
la tierra con sus montañas
nos pone aprueba
con las disyuntivas.
  
En el calendario miro
la luz expansiva de un faro,
como la noche se expande
en todo alrededor
silenciosa,
inquietante…
  
Con cada elección dejo
cicatrices
que marcan mi cuerpo,
opciones
que disponen mi espíritu
a emprender los caminos
de los agujeros negros.
  
Como las aves de la plaza
también emprendo el vuelo,
trescientos sesenta grados…
¿hacia qué universo…?
  
©  José Luis

Amanecer en el frío

  

Son las ocho de la mañana
el suelo blanco y quebradizo
patina por las concavidades del cielo,
los círculos que fueran noche y deseo
agostan los primeros rayos de la aurora,
celosas de la noche y de las sedosas sábanas
que rozan nuestros cuerpos, las nereidas
arquean sus espaldas en las campánulas
invernales del desvelo,
aviva el vaho que mana de sus bocas
la intensidad de mis ojos cuando penetro
en los ojuelos de la oscuridad
blanquecina y cálida,
es el fulgor de los rayos el volcán
que irrumpe en nuestras nervaduras
con la impetuosidad de los vientos
liberados de las cadenas milenarias,
en la lejanía distingo aquella fogosidad
indomablemente familiar e íntima
que en los oídos me susurra ecos de amor…
  
©  José Luis

Más allá de aquellas montañas

   
El aire ha bajado de las montañas
cabalgando en el silencio
y en los rayos oscuros del valle
reptan escurridizas las aguas
manan de los torrentes la música
cascada seca del verano
¡cómo recorren las piedras
bajando los pensamientos!
¡cómo se filtra la noche
entre los huecos de la aurora!
  
Cruzan los peregrinos
la que fuera verde meseta
ahora de dorados campos
en el agostar del tiempo
en el agostar de los kilómetros
empedrados bajo la tierra
que da lejanas montañas
que toma al sol por montera
y no cesa de tejer la hilera
romeros, montañas, trigales…
y almas.
  
©  José Luis

Espigar

  
El aire baldea los tallos
del polvo que desprende la tierra,
doradas las espigas
cabecean con la danza del olvido
el verdor de la primavera.
  
Ya no vendrán los segadores
que arañaban la rugosidad de la era
con el sudor del sol a sus espaldas
y la hambruna semanal de desasosiego,
reposa envejecido el sombrero de paja.
     
Paso por las ensambladuras mi mano
de prietos granos, siento el cosquilleo
duro de la naturaleza atesorado
con el transitar imperceptible de los años
y el rilar de las nubes sobre el horizonte.
  
¡Qué bello el campo áureo de Castilla!
¡Qué silencio el del viento mecedor
de los páramos soleados del domingo!
¡Qué bella la tarde que se extiende
por la ermita de ancestrales cielos!
  
©  José Luis

Acortada la noche

  

De San Juan es la noche,
noche emblemática de hogueras
incandescentes, de un atardecer
tras lenguas de murmullo y fuego.
  
Danzan en el aire las llamas
ruidos de brasa y cigüeñas
en la juntura aglomerada
de deseos, demandas y madera.
  
La oscuridad se revuelve
con las briznas que toronjas
lluvia del averno parece
por los ángeles mitigada.
  
Crecen en la tierra las cenizas
de Abraxas con las alas y el tridente,
y buscamos con las rosas en el agua
el mundo de los parabienes.
  
Lentamente se consume la montaña
se derrumba el sostén de la frente,
mira la Luna los secretos del hombre
en el corazón del poeta ardiente.
  
© José Luis

Agua que la mirada devuelve

  

Quizá no sepan las montañas
de la perdurabilidad de las nubes,
que aunque estén ausentes
fresca su ráfaga pespunta las crestas
al azur perdurable del cielo,
  
con las gotas que son rocío
y niebla y tranquilidad desde la mirada
por las profundidades de aquel paseo
hacia la longevidad de la tierra y sus grietas
desde las que la corriente mana,
  
fina y menuda ilación de escarcha,
quebrada entre las pulidas piedras…
resbaladiza, sonora y cadenciosa.
  
Inherente baja el sonido del arroyo
al boscaje de mástiles y verdosas ramas,
serpenteando confuso entre los espejos
ondulosos a las sombras del valle,
  
en cada recodo las rocas, redondez sedosa,
sugieren acuosas catapultas y cascadas
en las que interpretan las efigies de la espuma
la danza ancestral de su estirpe
cuando moteaban las cuevas de figuras
y de originario abolengo de animales.
  
Perfilada a cada paso se refresca la mañana
en la ramificación de las volátiles gradaciones
que de la superficie del agua al cielo se escapan
mientras la mirada me devuelves…
  
© José Luis

Guijarro de talismán

  

¿Dónde encontrar el corazón en la piedra?
¿Dónde hallar la sangre
que en solitarios parajes
la inmortalidad espesa?
  
Con la mirada del sol entre oscuridades
no recorta ya el aire tu silueta,
compañera de soledades,
cruz que señal fueras.
  
Donde deja el cielo la heredad
crece monótona la hierba
del paraíso en la mismísima tierra,
atavismo de la espesura.
  
Quizá el cáliz los espejismos recorra
en la consagración de las palabras
y envuelva en las nubes las tinieblas
de un día que se alimentó de amargura.
  
Guijarro,
peregrino de calvarios y madreperlas,
custodio de los pasos y las veredas,
tornado en talismán ante la desventura.
  
© José Luis

El color del olvido

  

Los hierros ajustan la tierra
desde la que se levanta el olvido
desde la que asfixia la losa el aire
que ya nadie respira.
  
El tiempo también ajusta los recuerdos
a las herrumbrosas cadenas del pasado
y el soplo de la vida recorre el firmamento
insospechado de las montañas y las alturas
donde el hombre se retira con la soledad
y sus retos.
  
Allí esperan las osamentas,
semillas desperdigadas,
la oración óbolo del barquero,
arremolino de las aguas
en la balsa de los muertos,
una profundidad intrusa
ensombrece la luz del día,
donde los árboles cadenciosos
entonan los últimos suspiros
de una noche cautivada
en el cementerio…
  
© José Luis

El estanque que huidizo asemeja

  

Se mueve en la superficie el fluido
que delimita al limbo desde las ondas,
parceladamente se desvirtúan
los ápices de realidad consciente.
  
En el borde atenaza el abismo
los reflejos empapados de la vida
con las tenues y borrosas líneas
de un cielo muellemente encapotado.
  
Las figuras en la efigie del estanque
oyen trastear canora la gárgola del agua
y fijan en las sensaciones la espuma
burbujeante de su mirada
donde se enfrentan futuro y pasado
en la arbórea tenacidad de un presente.
  
Pulcra y tenaz se hace la lluvia recuerdo
mientras por las calles mi mente transita,
mientras la niña aprende de sus pasos
la vacilante travesía de la existencia.
     
© José Luis

Regresión imperceptible

  

La lluvia,
turbación del domingo,
se deja embaucar grisácea por el cielo
impenetrable y verde entre los tallos
que siguen la corriente del río,
arquean los árboles las ramas
y sus alas coloridas inundan los pecíolos
de una imperturbable claridad.
  
Oigo el rumor de las hojas,
oigo del aire los suspiros en la levedad
que grana las espigas de esperanza
y de plenitud, mientras resbalan los sueños
por las fantasías ocres del otoño,
por la coyuntura primaveral de las alondras
que perpetran etéreas la magnificencia
escarlata de las amapolas.
  
Me integro en la regresión de la tarde
con la ingravidez ingenua de las horas,
aerostática tras los reflejos mi cabeza se eleva
del horizonte, emana un olor húmedo la yerba
desde las intensas pupilas que crea el silencio
y la contemplación provocativa del ocaso,
ulula el deseo a mis oídos,
quizá esta vez no oponga resistencia…
  
© José Luis

Paisajes de un domingo de mayo

  

Ojo iris trasmontana
nieve de primavera verde
sueño
de un solo instante
entre tus brazos
hundidos
en la vida que reclama
cerca
y remota
la memoria
retornable hasta luego
epicentro de la noche
labios que se estrechan
en la cintura del horizonte
y desprendidos los momentos
en la naturaleza de la muerte
la esperanza avanza
deja atrás la contemplación
y desnuda al amanecer
entre los azures de la mirada
el hábitat de la carne…
  
©  José Luis

Mediada luna y roja

  

Resbalada, mariquita, glauca
de la mañana entre los campos,
brumosa se mece la luna
del reloj y las manecillas
en mis ojos te confunde,
amapola,
con los lunares de la lluvia
cuando cae en los arrozales
blanquecinos de la aurora.
  
No se atreven las palabras
a germinar de mi boca,
tan loco es el pensamiento
en la noche enajenado,
y balbucean mis ojos
como faro de la costa
intermitencias
de luz y sombra
mientras la risa del espacio
revolotea con las estrellas.
  
¡Ay, mariquita, si supieras
cómo aletean mis alas
con tus alas en la ribera
verde de la esperanza!
  
Quizá mis labios no se abrieran
en los suspiros del alba…
Quizá posada entre mis dedos
sobrevolara la madrugada…
  
©  José Luis

Un día no cualquiera como el de un cumpleaños

Veletas los sentimientos ruedan
y ruedan según soplen los vientos.
  
No hay mañana que no tizne el paño
toronja del firmamento y resquebraje
el titilar de los ecos que pían silentes
el levantar de las ramas del viento,
brazos alargados en el transitar
de los granos por el cuello vidrioso
del reloj pasajero del tiempo.
  
Brilla la arena mientras el mar
suave entre los estertores de espuma
rumorea el cosquillear de la primavera.
  
Las flores sonríen con sus aromas
en el despuntar de las montañas
cuando fresca el agua desliza
los nombres macerados a la sombra
donde centenarias las palabras
equilibran los riachuelos del destiempo
entre las canciones que resuenan
una y otra vez en los oídos
que no han olvidado el poder
curativo de los sonidos
en el aliento desintegrado…
  
©  José Luis

Ingravidez azul

Tiene el azul
un no sé qué cautivador
como unos ojos que profundos
miran en tu interior.
  
Deshojo añiles los pétalos
que del sí y del no
saben mucho,
son pirámides antiguas
donde inscribirse ya no puede
quién los hizo o soterró.
   
En la palma de mi mano
crecen ramas
olorosas del destiempo
de la tierra celado,
el tesoro de la infancia
sobre cristal y algodón.
  
Crece el árbol en el aire
con su larga sombra azur,
van a posarse los pájaros
unos sí y otros no
mas todos traen tu recuerdo,
jironcito de corazón.
  
Duérmese ya el invierno
con los brotes y la flor
en la yema de los dedos,
de mis labios y un temblor…
  
© José Luis

Gloria de invernada

Desde el suelo
el invierno
regenera el sol
y los pétalos de la luna
bajaron
para aterciopelar
el amor...
  
Seda amarilla en el suelo
teje el tallo en la distancia
que le separa de la muerte,
tan tenue es la alborada
donde los hilos de la existencia
amanecen…
  
Dicen que en el olvido
se mecen las palabras
con los sueños de los niños
con los balbuceos de la mirada,
despiertan los rumores
las entrañas del alma,
late la urgencia del sosiego
en las sienes de la invernada.
   
© José Luis

De musgo y piedra

Centinela
del viento y las rosas
de los pétalos del tiempo
de la irrealidad de la vida
de los anuncios de los sueños
azures las glorias que te retienen
centinela
a la piedra que grabaron héroes
al campo que sangró batallas
a la historia verde y musgosa
donde se remueven hombres
donde se aquilata el pasado
centinela
que el sol ilumina cada instante
que el aire arrastra por sus venas
que el ángel caído amenaza
que el devenir traspira por el borde
mismo de la vida fragmentada
centinela
ahí mantienes tu escolta
ahí estarás armado
con los escudos del alma
con los albores del silencio
hasta el final centinela
de tu guardia…
  
© José Luis

Aproximación transitoria a la muerte

Llegan los latidos ardientes
a la inmensidad del silencio
y las lágrimas que brotaron
del amanecer resbalan cadenciosas
como un suspiro largo y prolongado
en el interior inmóvil del cuerpo,
la vida engendrada desciende
sin los documentos oficiales
al río sinuoso y turbulento
de donde no vuelven las almas.
  
Se desatan los gritos y la garganta
es una cueva inquieta y fronteriza,
los ojos sin ver ven en lo oscuro
los movimientos de la luz fluctuante,
un desprendimiento de la consciencia,
un vuelo de caída libre por el abismo
donde los pulmones no saben respirar
y el torbellino engulle la suavidad
en los recuerdos y el candente magma
de las opciones no elegidas.
  
Muchedumbres caminan entre los costados
de la sombra y un temblor regurgita el miedo
escondido en el corazón desde antiguo
como una huella que aplazó el caminar
hasta que la arena alcanzara su reloj…
  
© José Luis

Al otro lado del poblado

Muescas de miedo y pintura
alrededor de la piel, de los misterios,
era temprano, no había luz afuera,
sólo el sollozo de unas madres,
obligatorio el abandono
del hijo que fuera.
  
Tiembla la voz desde dentro
donde reposaba la armonía;
ahora te piden ser valiente,
temerario, quizá ser héroe.
  
Un trozo de lienzo, una bolsa
en la que recoger los fetiches
de toda una vida,
eso y las manos vacías
mientras en la selva
feroz el león
y el corazón,
rugían.
  
Hombre le hallarían a su vuelta,
guerrero del poblado
cazador de muertes
entre la sangre y sus hermanos.
  
La mayor de las heridas,
el peor de los fracasos,
la mujer para su vida,
el grito de la guerra
el nacimiento de un hijo…
de nuevo todo muescas
en el tótem de la tribu
una iniciación para la vida…
¿estabas preparado?
  
Las carnes trasparentes
en las arrugas del tiempo,
viejo en los años y en el respeto
vuelves al otro lado del poblado
para marcharte con la muerte.
  
© José Luis

Golondrina despistada

Blancor y verdor en mis labios
mientras masco las palabras
antiguas de la primavera,
conjuros desmembrados
en las alas del destino
pues nadie nace porque sí
o del deshecho camino
de una pareja de enamorados.
  
Tienen las techumbres secretos,
nidos abandonados que retornan
a la pericia de unos vuelos
huidizos de sol y sombra,
qué denso es el aire
cuando me embriaga tu aliento.
  
Retoñan ya las ramas
zigzagueantes golondrinas
apuestos pétalos brillantes
en el fondo de mi retina
y algún olvido o recuerdo
de algún que otro paraíso.
  
El día se abre desde las montañas
escaladas en las eses del universo
donde el vacío nebuloso del invierno
se hará cálido en los brazos amables
de tu sonrisa y misterio…
  
© José Luis

La noche de los desconciertos

Los rumbos de un coche
dividen los días
en ocio y trabajo.
  
La carretera
no siempre es igual
aunque pasemos mil veces por ella.
  
Hueles la intensidad de una flor
en la dilatación de sus pétalos
mientras temblores alados
le extraen su savia.
  
Son jugosos los labios del olvido
porque dejan limpio cada día
para amanecer como le dé la gana.
  
El azul convulsionado del invierno
desteje a las madres de sus hijos,
una forma de reivindicar
una nueva primavera.
  
La oscuridad envuelve la noche
como la claridad a la ceguera
donde enterramos la confianza.
  
Ven, espanto, y muéstrate
para que yo te vea,
y en viéndote
de mis dudas me riera…
  
© José Luis