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Rastro de FreeWolf

Pupilas

Desde la intensidad del ocaso

  
Desde la intensidad del ocaso
recrease la vista en el cielo,
se abaten los rayos en mis ojos,
el mar fluctúa en las neblinas
del corazón tenues y pasajeras.
   
Se extiende la holgura del horizonte,
acaso las olas me traen los recuerdos
zozobrados en las horas antiguas,
la calidez se adentra de tus labios
a los míos, cae el sabor acíbar del viento
en la sinuosidad penetrante de las rocas.
   
Se refugia la tarde tras la inmensidad
ineludible de tus pupilas, son las memorias
fragmentos que se desencajan del firmamento
para volátiles anidar en la oscuridad de las nubes,
siento en la tez de la noche el salitre del tálamo,
sigue tu boca siendo la hondonada de mis versos.
   
Suspiros que ya no retengo en la brisa
a los serpenteos de mi frente se sueldan,
vertiginosas atraviesan los segundos las olas,
planean por el umbral del silencio las gaviotas…
¡qué inquietante se envuelve la soledad
con los cañaverales de la conciencia encendidos!
   
©  José Luis

Tras tres cientos y sesenta y cinco días...

 

Abandonaré

en los posos del 2010

del 2011 lo lejano...

Atardeceres como éste

Celofán de caramelo

  
Sobre la mesa ronda desde hace tiempo
un caramelo, la lengua desde lejos saborea
la acidez limonada del otoño que se acerca
un envoltorio perfecto el campo fecundizado
para la renovación de los apetitos y las fieras,
presiento jugosas las papilas en el cielo
abombado del paladar mientras desentraño
los molinetes entrecruzados del celofán.
  
Detrás de la mesa una rosa escarchada
deja también su impresión cerúlea,
sus pétalos tañen los crepúsculos del cielo
cuando el ocaso se expande en tus ojos
y se saborean las raíces del viento
desde la alteración de esa semilla de lino
que atraviesa la bóveda de lo irresistible,
tal es el aroma alimonado del caramelo.
  
Colma una sola gota el dorado gozo
de los tallos espinosos de la vida,
toda impresión se torna celofán
al iniciar el capullo su abertura.
  
©  José Luis

Nugidos

  
De nubes el altozano rodean en estampida
los molinos que interrogan con sus aspas
fulminantes al impuro azur de la espesura
no hay palabras que abrasen más la tarde
que la rutilante vehemencia del silencio,
zumban los oídos de la lejanía en la sombra.
  
Pertinaz he trabado mis anclajes en el cielo
allá donde los rugidos despiertan el ocaso
y tañen las manos que regresan de tu cintura
agitada la corriente salvaje de los manantiales,
qué indulgente sofocar la sed de mis entrañas
en el sombrío humedal de su contenida pureza.
  
Deshojo la mirada que abriga el horizonte,
atrevido el aire irrumpe brioso en el rostro
velado de la lluvia que cierne el firmamento
entre las puertas escarlata de este jueves
yaciente con los suspiros de esa tierra
soberana de los acontecimientos y los hombres.
  
Comparecen los suspiros nacientes de las cimas
breves aúllan las briznas del olvido en mi nombre,
otro nombre deletrea las raíces de mis dedos
en la oquedad impronunciada, la voz restalla
las arenas que bañan tus riberas y mi antojo,
mi antojo que guarda los almíbares de tus labios.
   
©  José Luis

Magma de rosa

  

De una rosa en el interior
guardé, a escondidas, el alma;
suavizaban los pétalos sus muros
como la sangre que suaviza el ardor
que se encadena a una venganza.
  
Aterciopelados hilos las nubes madejan
los estratos toronja de un atardecer
entre los ejes de una sugerente mirada
una perspectiva reunida en el horizonte
un arco templado sobre el diafragma del violín
cuyas notas resuenan en la montaña.
  
La tierra en su interior oculta los milagros
miran los ojos y miran en la rapidez fugaz
de una estrella alejándose en su rumbo,
la montaña vomita el magma con sus secretos
y con cadencia la corriente resuena.
  
Zigzaguea el magma en su camino
derrochando el saber de los secretos
candentes las almas buscan la roca del silencio
en la que posar la eternidad en su vuelo.
  
Las cenizas reconstruyen aquello que fue
un corto instante, una duda, un deseo…
  
©  José Luis

La hoja azur

  

Cuando los árboles renuevan su savia
y el cielo tambalear hace sus ramas
las hojas, observadoras etéreas,
semejan lene el trino de los pájaros,
solícita la sombra de los errabundos,
irisado el fulgor de los amaneceres,
discreta la perspectiva de las atalayas…
  
Cuando los árboles renuevan su savia
y el ocaso oscurece sus ramas
aparentan la sazón de las entrañas
las hojas, ocres testigos del tiempo,
el testigo mudo de los atardeceres,
la plenitud crepuscular de la utopía,
el aroma consumido de la tierra…
  
Cuando los árboles renuevan su savia
y los hombres, sus incorpóreos renuevos,
perfiladas las hojas se abandonan en la brisa
con la celeridad azur de las distancias,
con la presteza de los vergeles fecundos
y la evidencia insobornable de la pasión
de seguir indefectiblemente siendo…
  
©  José Luis

Gineceo resplandeciente

  

Encienden unas letras unas páginas,
se desvela la discrepancia de los signos
en palabras rápidas y autómatas
en sonidos que velados martillean
la ingravidez de las sienes.
  
Asciende con la sedosidad de las nubes
pausada la ocre erupción del gineceo,
espuma efervescente que se iza
reticular por el hendedura del florero,
puntual por el fermento de la memoria.
  
Dualidad flotante entre los géneros
inmanencia de la fecundidad conllevada,
tiemblan las paredes de la flor antigua
pareciera que el soplo del siroco
actuara sobre resortes testamentarios.
  
Una niña balbucea el candor de su presteza,
un niño susurra la ingenuidad de su valentía,
en la intimidad de la aurora las pátinas
de la vida resplandecen con luz propia
si se establecen las pautas del equilibrio.
  
©  José Luis

Detrás de las cuencas

  

Cielo de blanca claridad velado,
se escarcha frío el hielo
en la ingravidez de la tierra
y en el dulzor del rocío.
  
Las hojas aún muestran el otoño
en la desnudez de las ramas
y en la ocre piel que el suelo alfombra
descansa ya la savia
imperceptible de los tiempos.
  
Caen los rastros del cielo
en los copos lentos de la tarde,
caen también mis ojos
cuando miran a los ojos
de tu cuerpo
y blandes la sonrisa
que abre del mundo la tranquera.
  
Vienen de los villancicos los ecos
melodiosos entre las caracolas
que tejen el calor en tu pecho,
los engranajes del viento
se enredan en mis temblores
y mis manos, tan conocidas,
roran la sedosidad de tu pelo.
  
Vuelve cada año la Navidad
y sé que de tu corazón
nace bruñida la sonrisa
que inunda de mis ojos
las cuencas…
  
©  José Luis

Estancada

Sombras del hierro

   
En el salón la puerta vencida
del armario refleja la calle,
una sombra cierne la fachada alada
y deambula tras las aberturas
desusadas de los ladrillos
y los cristales de las ventanas,
no hay negrura en el cielo
cuando vuelan los ángeles.
   
Candente la forja en el hierro
azabache ha moldeado los pasos
azures y sagrados del crepúsculo,
ahora la tarde es el vuelo
grácil del horizonte
en el hilo inconfundible
de los zumbidos y los pájaros.
  
Entretienen las volutas del estío
el agonizar del aire, lentamente
del reposo la tierra se ha levantado
y los círculos de la incertidumbre
se extienden en la palma del silencio,
sombras de hierro penden
dolientes de los labios tersos
en los estertores de mi pecho
e invisten tu nombre inapazable.
  
©  José Luis

Geometría circular

  
La claridad es un rayo
penetrante en la oscuridad,
un tallo blanco enramado
inagotablemente
en haces filamentosos,
un campo geométrico
y tenuemente algodonado.
  
Se diría que al ras del suelo
florecen fuegos artificiales,
brazos que dilatan la pequeñez
del infinito, procede la mirada
a distraerse del camino
donde se fusiona la lejanía
radiante, con el horizonte.
  
Parece la creación de un universo
expandido en la premonición, absoluta
y absurda, de la posible existencia
de la luz en la forja del destino,
un camino hacia la nueva palabra,
mutante y atrevida una sombrilla
escapa de la raíz de los sueños,
¿consumará el misterio?
  
©  José Luis

Oscuridad esférica

  
Puerta de madera franquea la entrada
del fervoroso recinto en penumbra
los clavos serpentean geométricos
el ondular estático de la armada
donde se ofrenda olor de incienso
y herméticos estigmas ancestrales.
  
Los ojos la altura de la bóveda suben,
plegaria silente, suspensa y ascética,
la oscuridad esférica inunda las pupilas
de la claridad irisada de los cielos,
de las palabras que sigilosas y aladas
escalan la densidad sosegada del aire.
  
Tienen los cristales tintados el alma,
lejana la luz nació ya en la amanecida
dejando en la transparencia de la tarde
los humores púrpura y toronja en el vitral
humedecido por la escarcha de las plegarias.
  
Sujetan las ventanas el armazón de la calma
el lugar sagrado donde se vacía el pensamiento
de las materialidades y el sostén del cuerpo
suplicante hacia la imprevisible inmensidad
de las alturas.
  
©  José Luis

Sonrosada

Al tacto
los pétalos se sonrojan
con el pudor de la aurora,
con el rubor de la novia
en la primera noche de conocimiento.
  
Los labios de la sombra
abordan los rayos llenos de mar y luna,
los reflejos en las olas llegan a la orilla
donde esperan atrevidos los ojos
el azogue de dos cuerpos que se acopian
en el tálamo de la tempestad arrullada,
los murmullos del amanecer resuenan
intangibles desde el vergel inaugural
cuando el amor tan sólo era un desconocido.
  
Mis manos tantean el agua
y la espuma, ojosa, otea el horizonte
donde se detiene el verdor de la alondra
tras el canto del apareamiento ritual
entre el cielo y la tierra.
  
En la hondura coyuntural de tu cuerpo
palpitante y natural acrecienta el ardor
la expansión consustancial de un instante,
pertenecen recogidas las miradas
al inframundo tangencial de los sueños
donde, indefectiblemente, tú y yo
encontraremos siempre conocimiento.
  
© José Luis

Evanescente valle verde

  

En las montañas aguardan al viento
azures las palabras
y las rimas del río cruzan en silencio
las aguas subterráneas del ocaso.
  
Se ha detenido la mañana,
el valle sostiene en el vuelo de las pájaros
las hojas glaucas y vibrantes,
las manos suspendidas del poniente
entre los redores de la nieve
bajan con el rumor de olajes
resbaladizos los escollos.
  
A lo lejos resuena un silbo
raudo y continuo,
el aire agrietado por el sol
se espesa blanco en columnas y paradojas,
algunos caseríos se desvanecen
en la ociosa prolongación del horizonte.
  
En el insondable frescor de una gruta
se proyectan con la noche astas y saetas
en las orbitales nebulosas del destino,
se propagan las negras luces del hechizo
con los ojos abuhados de las flores,
planea desde el atrevimiento de la tarde
espectral la ingenuidad de una quimera.
  
© José Luis

That time performance

  

Primigenia la albura de la noche
retorna de la tierra en los tallos
glaucos del silencio
donde reposan eternidades
de bruma y grana...
así es de atrevida la sangre,
así, la vida de insospechada.
  
Los pétalos rozan el aire
y las alas del olvido
aletean los salobres del mar,
rostros que miran
la bravura del horizonte,
no se esconden de la timidez
las palabras que germinan
en las profundidades de tu nombre
mientras mis manos te sostienen.
  
Alargar en los minutos la distancia
de un escenario que se diluye
entre lágrimas de confusión
y un rocío armónico de vaguedades,
son los recuerdos las almas
de cada intensidad sorbida
en unos ojos inmaculados.
  
Brotan de la luna y la noche los sueños
como puntos suspensivos del día
donde aterciopelada te encuentro
con los pistilos crepusculares,
copa apurada en las honestidades divinas.
  
© José Luis

Campo verde

  

Las líneas

que delimitan la impercepción del horizonte

se escabullen ondulosas

entre los pasos amarillos

de un punto fugaz del tiempo...

  

©  José Luis

Humanidad indistinta

  
Humanidad en los desgastes del viento
donde quebrado el horizonte
sólo unas lágrimas sujetan
la mortalidad del tiempo...
  
©  José Luis

Palos de ciego en la punta de la lengua

Cruje la madera
cae el horizonte
entre las líneas
de una canción hechizada
y la luna sumerge sus rayos
en la profundidad verde de la tierra.
  
Los tallos de la noche crecen
entre los bramares de los ríos
en su deslizar la corriente
por los senderos ancestrales
donde la lluvia va depositando
el rilar de los días,
el despertar de las inocencias
como si de una nana se tratara.
  
Duerme el niño en la cuna
entre los barrotes lacados
de sueño y madera,
una nube vela en su sonrisa
los recuerdos de su madre
mientras pliega los ribetes de la falda
entre los despuntes y amaneceres.
  
Los años se sujetan en la hebilla
que no pudo refrenar con la belleza
el desgaste natural de la vida.
  
©  José Luis

Dúos de flor

Desde la mirada
pequeña
un racimo de flores
serpea el aire
como la mirada que furtiva
sin decir dice...
  
© José Luis