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Atardecer y amanecer

El atardecer y el amanecer
el uno y el otro son talantes del día
con la potestad de evanescerse
entre amarillos, cárdenos y azules
sutilmente empenumbrados.
Ese día el Tormes con sus árboles
se esconden guarnecidos en las tinieblas
conjugando con el cristalino de la cámara
el asombroso espectáculo cotidiano.
Necesita la luz de las prominentes sombras
como el día de los contrastados colores,
el iris en la bóveda y su inmutable esfera
estática y dinámicamente entrañable.
Intensamente se inflama el esplendor,
crece y repentinamente se apaga
al compás de mis sonoros pasos
mientras me alejo por el puente
con la cabeza envuelta en centelladas.
© José Luis
Espera tras espejismo

Espejismo en las nubes
las cuentas no cuadran
bajan las laderas rodando
mientras se retira la sombra.
Las ideas buscan su autor
entre los entresijos de la colmena
una lejana voz despeja el bastidor
tras el que se engalana la alborada.
Amanecerá la lluvia en los cristales
dejando el frescor de la noche
de azogue envuelto en perfume
donde se entretiene el horizonte.
No engaña la vida a quien nada presta
porque no es fruto del orgullo ni la ira
ni tiene mayor sentido y jerarquía
que la ilusión onírica de un alocado.
No enredo el miedo con la verdad,
aunque a veces no los distinga,
es tan fácil dejarse llevar…
si la noche, incauta cómplice,
me es propicia.
Espero tras mi espejismo
que la transparencia del tiempo
cubra indefectiblemente mi cabeza
cuando me envuelva la luz de las estrellas.
© José Luis
Los números del reloj

Añoro de las agujas del reloj,
los minutos que en sí desertaban
en esa imprecisión de momentos,
ahora con pantallas inscritas
todo es puntualidad secuenciada,
existencia que se ha acostumbrado
a la precisión milimetrada,
ya no subsisten esquinas
para la pérdida de tiempo.
Un mirar de sesenta impulsos
con el aliento en suspenso
hostigando en cada leve ademán
lo que perdura en la mente,
lo que se oculta en el subconsciente;
permito que sucedan automáticas
las reflexiones
sin retener ninguna…
el jardín cubierto con rutilantes mariposas,
los caminos que polvorientos a transitar invitan,
altas las montañas invernales blancas asemejan
ese helado de nata por el niño ansiado,
las letras ordenadas de un libro
que en suspense me cortejan
mientras batallo su final con las páginas,
el sueño que es sueño y pesadilla,
la amistad de un café en sillones de paja,
el mundo recreándose…
entre la ingenua realidad y los deseos imaginados.
Son los números del reloj,
a los que no damos importancia,
los que marcan nuestras vivencias,
las graban en nuestro chip-cabeza
como nuestras posesiones únicas e inmateriales,
los recuerdos,
que unas veces permanecen
y otras, indefectiblemente,
se desvanecen…
© José Luis
Lluvia y flor

Lluvia y flor de otoño
el aire aroman
un domingo de septiembre
la montaña.
En cada paso mana la humedad
resquebrajando las entrañas
al paso de mi sombra,
el sol se ha escondido
con juegos de luz y sombras
las piedras se muestran
en caprichosos contornos,
el orégano es lo que me perfuma.
Valdesangil se muestra en colorido cuadro
de hierbas amarillas, verdes prados,
enrojecidos helechos y nubes blanquinegras.
A mis pies miles de campanillas repican
con sus filamentosos badajos
entonaciones nacaradas y ocres,
contemplo en el resbalar de sus lágrimas
mis propias alegrías
mis inconvenientes tristezas…
la belleza como la vida
son eternas
porque son humanamente efímeras,
extraordinariamente sensitivas.
Me refugio en el silencio de la mañana
permitiendo a mis pensamientos,
aún atados a la reclusión,
que libremente vaguen
entre las formas
en que las piedras se dejaron
amansar por la naturaleza.
© José Luis
Quién no desea ver anochecer

Cadenciosa llega la noche
irisando el inmenso lienzo
que es la ventana de este horizonte.
El azul se ha enredado todo el día de nubes
esculpiendo minúsculas e informes masas encaladas
que un sol inquieto embaucaba con rayos entrecortados.
Con las horas el cielo ansiaba su azarosa sudoración,
se apropia del sol la energía cobriza
que ahora de manto sirve
a la purpúrea mirada que atraviesa esta oscuridad espesa
en ondulantes y abnegadas lenguas anaranjadas.
Negras líneas dibujan mis ojos
ocultando lo que fueron imágenes claras,
no me asusta esa negrura reconocida,
porque intensifica esta excepcional belleza
cromática que mi pensamiento ilumina.
Quién no desea ver anochecer
sabiendo que en el devenir de las horas
la decadencia del día
es efímera grandeza de la noche,
un esplendoroso e inocente momento
para las entrañas ávidas y atentas...
© José Luis
Ventana en flor reflejo

En la puerta estoy de la casa,
a la intimidad accedo por tu ventana,
intimidad externa, simulada, florecida...
No atisbo qué escondes dentro,
solo percibo
como en el transitar de los coches
mi propio deambular por los cristales.
Inhiestos los verdes tallos
dejan que pétalos blancos bamboleen
y entre ellos me oculto,
me guardo también de tu mirada.
El día es azul y brillante
y por eso, las rejas me ceden el paso,
el día es fiesta y engalanado urge
que yo preste mi atención en tu antesala.
Cuánto tiempo y mimo pusiste
en la semilla sepultada,
cuánto tiempo y mimo escondemos
en aquello que a veces no es reflejo
de todo lo que en verdad nos afecta.
Hoy
paralizado en tu escaparate
admiro
la belleza que me ofreces
desde la satisfacción de mi labios.
© José Luis
Líneas

Cielo entreverado azul
blancuzco en nubes desintegradas
con cables unidos a la tierra
heredad sujeta en los pies
y ojos que se afirman
en un avistar oblicuo.
La energía se mueve
pero al igual que la bravura
está ceñida a la línea
que continuidad imprime
fuera
donde son los límites
purpúreas pretensiones.
No hay pájaros
donde el sol la mañana alegra
porque hay días
cuando la tarde se ciñe gris y opaca
cuando la abertura del cielo es inerte
que negras alas visten
las energizadas rayas.
Me gustan las líneas blancas
que dejan en el azur del limbo
otras alas de viajeros
que dejan abajo su mirada,
yo una vez fui uno de esos
que temblaba
cuando la líneas rojas de unos labios
me besaban.
© José Luis
Miradas de cigüeña

Atrás quedó febrero
con sus soles y carnestolendas;
al abrigo de las chimeneas,
junto al invierno
atrás, febrero, quedaste.
A tus nidos vuelven los pretendientes
barruntando ramas y cigüeñas,
que en las alturas la naturaleza sigue
en la nueva vida que se engendra,
blanco sobre negro el pico
acepta en la madurez la espera.
Miradas de cigüeña en los batientes,
domicilio incondicional en la alborada;
aquieta al horizonte tu mirar
de lisonjeros tejados oteadores
de promesas halagüeñas estivales,
pues de camino traes ojival
nuevo pico en las entrañas
inmaculado y batiente plumaje.
© José Luis
Río, suena y sonríe

Renúevase el aire,
profundicen los gases la atmósfera
y ríase la tierra con las cosquillas
del brebaje;
parece que cuando se necesita
la esperanza se vuelve
como se vuelve el agua
en el recorrer
de recovecos pendientes.
Los senderos infrecuentes y sonoros
escapan de los verdes pies empedrados
mientras la bruma se agita y se aquieta,
sístole del abismo y mi alegría,
diástole tenue que crece como pueriles troncos
que vacilan en la madrugada su crecer fluido.
Hilos de plata componen las piedras
pareciera un distraído y afanoso sastre;
desiguales trazos a derecha e izquierda
entretejen la distancia de un ayer y el ahora...
Penélope en su demudada espera
viendo acrecentar su incertidumbre
y enmarañada demora.
El día avanza en mis pasos,
el suelo almohadillado me acompasa
y el rumor sorprende al apacible paisaje
que con los ojos cerrados
el esparcimiento se inventa.
Río, suena y sonríe en mis labios,
déjame acuosa en el beso
la trémula y glauca mañana.
© José Luis
Flor primera

Marzo, imán de las flores,
días alongados al invierno
de prímulas en la tierra esplendente
y de voladeros pétalos en el cielo.
Albor cautivo en las ramas olorosas
chispas que acarician fronterizo el velo
donde encuentro, más allá de los ojos, la mirada
en la esperanza de un niño jugando en sus sueños.
Es la flor primera que alcanzo
de los brazos temblorosos del almendro
me mira azur la investidura que la envuelve,
padre, que así también me mirabas
desde la rejuvenecida claridad de tu rostro.
Miles son
las contiendas en la niebla amurallada,
dudas enardecidas se zurcen a la sombra
mientras forcejeo oscuro en el caudal
de las extinguidas memorias, oh, mi flor
abierta, en la primigenia alborada.
© José Luis
La ventana abierta

Siempre encontramos una ventana abierta
por todas aquellas que aparentan cerrarse,
la impulsiva claridad en el interior penetra
y comunica una inmensa viveza a los colores,
vuelve la sonrisa a intimar con las paredes
en ese guiño radiante de rociados tornasoles.
Vence la resistencia de las piedras al tiempo,
¡cuántos descansos habrán encontrado en esta sala
impenetrable y reciamente oscura los caminantes!,
¡cuántas veces el portón de entrada habrá crujido
los olmos cuando chocan contra el viento ciego!,
¡cuántas las pupilas dilatadas habrán saciado
en sus conos la veracidad de las emociones…!
Los ojos, esas ventanas del corazón abiertas,
comunican francamente los sentimientos,
espeja la mirada las nebulosas sucintas del alma
entramado irradiante de luces y opacidades.
© José Luis
Dos visiones unidas

Los ojos se han ido de las esculturas
siempre desaparecen cuando son colocadas
un acto de protesta por sentirse obligados
a ser testigos de una realidad persistente.
Firmamentos de alados inundan sus frentes
el cobijo de un nido de invariables pensamientos
sobre los que danzar y considerar en atrevimiento
no cambiar nunca una idea propia por una ajena.
Dos visiones unidas toman mucha fuerza
dos versiones de la misma entidad significativa
de izquierda a derecha y de abajo a arriba
dos visiones ligadas mutuamente se enriquecen.
¿Una idea, es masculina o femenina?
¿una opinión puede envenenar al pensamiento?
¿el cielo en su caída saqueará muchas aves?
© José Luis
Tras los tallos mecidos una espiga...

Los tallos combados de las espigas
interpretan la soledad del viento
en la sinfonía bermeja de la tarde
mientras mis manos se adormecen
con la suave intimidad del domingo.
Suficientes imágenes revolotean
para engendrar los pensamientos
persisten extendiéndose en las alas
los brotes de la arrebolada primavera.
Combate conmigo cada palabra
se curvan irremediables en el cerebro
juegan como obscurecidos nubarrones
con el sol entumecido de mis dedos
y en cada tecla un quejido profundiza
el miedo a quedarme a solas
con la insatisfacción de los deseos.
Vuelven las gotas de la lluvia
a resquebrajar la placidez del tiempo
vuelven otros días a ser lo que no fueron
humeantes trasparencias en el fulgor
remoto y amortiguado de la aurora.
La edad en mi piel se refleja
con cada hendidura surcada
por los granos del otoño encintados
tras los tallos mecidos, una espiga
se desgrana en mi recuerdos…
© José Luis
La rana de latón

El manubrio gira insistentemente
aletean sin voluntad las patas traseras
adelantan el suelo los saltos procaces
donde convergen mecanismo y gracia.
Provocan en su movimiento mis manos
espirales de liviandad cáustica
saltimbanquis piruetas mecánicas
pálpitos estertóreos y tenaces.
Inapelable con la rana es la cuerda
indivisos los hilos la arratran,
títere inflexiblemente fiel y ciego
fuiste de albedrío desarmado.
Desde tu interior sé que me miras
no llegas a entender esta maraña de espíritu
en tu mirada de silenciosa compañera,
algún día si pudiera… yo te contara.
© José Luis
Alegoría de los mundos 4

En los labrantíos de asfalto y cemento
son las luces incontables de la noche
rutilar dorado, rutilar argento
múltiples son también las luces
en la mente, otros visos existen
luces de oscuridad, luces de muerte
en la guadaña encendida de tinieblas
en la guadaña de la luna segadora
aúllan anhelosos los indómitos licántropos
la sangre converge esplendorosa
y con alaridos levantan las montañas
el delirio en las profanadoras rocas
partos de atardeceres ancestrales
bocas gimientes en la espuma orgásmica
heridas que dejan brotar al hombre
en la nieve donde interpela al sosiego
cómo fraguar y hacerse escarcha
ser el lechoso manto del silencio
el tallo purpúreo, ardoroso y tierno
el incesante fragor de las mareas
la vida súbita que se hace encuentro.
© José Luis
Fuga

Nadie hay
en la conciliación del camino
la bruma envuelve
la soledad.
Huellas prolongan otras huellas
nadie en el camino hay,
volátiles abandonan la tierra
los pensamientos.
Su fluir ha cortado la corriente
en unos esparcidos charcos
el cielo en ellos se mira
e indefectible toma asiento
en la mente olvidada.
Ha huido el mar de plata
deja la orilla de silencio
arrinconada en Salamanca,
de peregrinos el deambular
será el agrietado resquicio
de ese cansancio sempiterno.
Miran los ojos la distancia,
desasosiego…
en la conciliación del camino
andan los pasos ciegos.
© José Luis
Rocas polimórficas

Dilatan las rocas sus formas
figuras gorgojean mis cuencas
cada oquedad… un ojo insondable
donde se desprenden las rosas
del viento
y los relámpagos, del aire.
Miro alrededor de los cielos
los inquebrantables macizos,
se descosen perennes las siluetas
que impuestas boca arriba musitan
chocantes las espumas del océano.
Crecen los dragones en sus sombras,
aletean tempestuosas las arenas
el hormigueo de la penumbra,
es la sutil vorágine de los descensos,
el inmanente invocar de las raíces
las gorgonas implacables del tiempo.
La espalda eriza escalofríos de invierno
la voz se sumerge en los empréstitos
y el arrullo negro de las nubes
recorre la garganta ancestral…
de Morfeo.
© José Luis
Desintegración interaxial

Las ruedas viran en su giro
giran las ruedas mi mirar
viran y viran las ruedas
giran y giran sin parar.
La luna tendida en la hierba
con su sombra tendida detrás
trunca la noche la aurora
quién sabe quién vendrá.
Se ha roto la madrugada,
sí, desintegrado se ha;
sigue su curso el eje
de la vida con sus ruedas,
¿ha captado tu mirar?
Despacio sobrevuelan las nubes
la tierra ambarina y reseca
la sombra de la luna se estremece
porque la oscuridad se espesa.
En sus raíces se desintegra Selene
es tiempo de aguardo y espera,
shhh, silencio, no la despiertes
que en mis sueños te piensa…
© José Luis
Lejano jinete

A lo lejos se escucha el trotar de un caballo,
cruza el jinete la estepa mudo e infranqueable,
galopa junto al viento y desdibuja en el espacio
ondulosas las líneas donde se detiene la fiebre.
Penetrante se alza el calor que consume e hierve
la sangre rugiendo acelerada contra los malecones
trae extendida la hoz guadañadora de mil batallas
y la quietud sesga de la mañana en infinitas partes.
Se ha extendido la ciudad a cada paso de trote;
las torres, almenas e iglesias llegar al cielo parecen,
las nubes rozan mi memoria mientras tras un instante
la lluvia fragua innumerables tesoros en mi garganta.
Abandono la morada de las hojas que nacen al rubor
y siento de las montañas el azulado en mis yemas,
trepo por la espalda de la noche hasta tu mirada
¡qué ciego es el amor cuando quiere…
no ver nada!
© José Luis
... qué decir

Algo que decir quisiera
amasar en la sobriedad de la noche
dulcemente las palabras
y llegar a encontrar el retumbo
desconcertado de los sueños.
Sé que las letras son corriente
como la fluidez invulnerable del agua,
plateado torrente del intelecto
en las crepusculares sienes de la tierra,
polvoriento reposo en el verdeo del tiempo
y acaso esa pavorosa hendidura
en los medulares cimientos de mi demencia.
Sucederá a la noche en el semblante la luz
sondeada y sinuosa de otro penetrante amanecer,
humedecidas las rosas abrirán sus alas cambiantes
con los rompientes extenuados de la mudez,
las palabras que encontraron un camino
calmosas se extenderán en el día alfombrado
y devolveré a tus rebordes el recuerdo
algún día en mi corazón abandonado.
Trémulas dilato las cumbres de mis dedos
hacia los celajes que velaban nuestro exilio,
hacia el collado de los arroyos desierto
en el invernal solsticio del albedrío,
acelerado el loco trote de la providencia
carmesí me vuelve la sangre en su enredo…
© José Luis
Inferencia de caminos

¡Qué revoloteo hay
en la circuncidada plaza
donde entretienen las madres
a sus hijos con la merienda!
Agacho la cabeza
para evitar el ala,
mis ojos atraviesan el espacio
de lado a lado,
trescientos sesenta grados
de tierra y cielo,
¡qué fácil es volver
con la cabeza a los recuerdos!
El cielo permite
la inferencia de caminos,
la tierra con sus montañas
nos pone aprueba
con las disyuntivas.
En el calendario miro
la luz expansiva de un faro,
como la noche se expande
en todo alrededor
silenciosa,
inquietante…
Con cada elección dejo
cicatrices
que marcan mi cuerpo,
opciones
que disponen mi espíritu
a emprender los caminos
de los agujeros negros.
Como las aves de la plaza
también emprendo el vuelo,
trescientos sesenta grados…
¿hacia qué universo…?
© José Luis
Amanecer en el frío

Son las ocho de la mañana
el suelo blanco y quebradizo
patina por las concavidades del cielo,
los círculos que fueran noche y deseo
agostan los primeros rayos de la aurora,
celosas de la noche y de las sedosas sábanas
que rozan nuestros cuerpos, las nereidas
arquean sus espaldas en las campánulas
invernales del desvelo,
aviva el vaho que mana de sus bocas
la intensidad de mis ojos cuando penetro
en los ojuelos de la oscuridad
blanquecina y cálida,
es el fulgor de los rayos el volcán
que irrumpe en nuestras nervaduras
con la impetuosidad de los vientos
liberados de las cadenas milenarias,
en la lejanía distingo aquella fogosidad
indomablemente familiar e íntima
que en los oídos me susurra ecos de amor…
© José Luis
Más allá de aquellas montañas

El aire ha bajado de las montañas
cabalgando en el silencio
y en los rayos oscuros del valle
reptan escurridizas las aguas
manan de los torrentes la música
cascada seca del verano
¡cómo recorren las piedras
bajando los pensamientos!
¡cómo se filtra la noche
entre los huecos de la aurora!
Cruzan los peregrinos
la que fuera verde meseta
ahora de dorados campos
en el agostar del tiempo
en el agostar de los kilómetros
empedrados bajo la tierra
que da lejanas montañas
que toma al sol por montera
y no cesa de tejer la hilera
romeros, montañas, trigales…
y almas.
© José Luis
Espigar

El aire baldea los tallos
del polvo que desprende la tierra,
doradas las espigas
cabecean con la danza del olvido
el verdor de la primavera.
Ya no vendrán los segadores
que arañaban la rugosidad de la era
con el sudor del sol a sus espaldas
y la hambruna semanal de desasosiego,
reposa envejecido el sombrero de paja.
Paso por las ensambladuras mi mano
de prietos granos, siento el cosquilleo
duro de la naturaleza atesorado
con el transitar imperceptible de los años
y el rilar de las nubes sobre el horizonte.
¡Qué bello el campo áureo de Castilla!
¡Qué silencio el del viento mecedor
de los páramos soleados del domingo!
¡Qué bella la tarde que se extiende
por la ermita de ancestrales cielos!
© José Luis
Acortada la noche

De San Juan es la noche,
noche emblemática de hogueras
incandescentes, de un atardecer
tras lenguas de murmullo y fuego.
Danzan en el aire las llamas
ruidos de brasa y cigüeñas
en la juntura aglomerada
de deseos, demandas y madera.
La oscuridad se revuelve
con las briznas que toronjas
lluvia del averno parece
por los ángeles mitigada.
Crecen en la tierra las cenizas
de Abraxas con las alas y el tridente,
y buscamos con las rosas en el agua
el mundo de los parabienes.
Lentamente se consume la montaña
se derrumba el sostén de la frente,
mira la Luna los secretos del hombre
en el corazón del poeta ardiente.
© José Luis
Agua que la mirada devuelve

Quizá no sepan las montañas
de la perdurabilidad de las nubes,
que aunque estén ausentes
fresca su ráfaga pespunta las crestas
al azur perdurable del cielo,
con las gotas que son rocío
y niebla y tranquilidad desde la mirada
por las profundidades de aquel paseo
hacia la longevidad de la tierra y sus grietas
desde las que la corriente mana,
fina y menuda ilación de escarcha,
quebrada entre las pulidas piedras…
resbaladiza, sonora y cadenciosa.
Inherente baja el sonido del arroyo
al boscaje de mástiles y verdosas ramas,
serpenteando confuso entre los espejos
ondulosos a las sombras del valle,
en cada recodo las rocas, redondez sedosa,
sugieren acuosas catapultas y cascadas
en las que interpretan las efigies de la espuma
la danza ancestral de su estirpe
cuando moteaban las cuevas de figuras
y de originario abolengo de animales.
Perfilada a cada paso se refresca la mañana
en la ramificación de las volátiles gradaciones
que de la superficie del agua al cielo se escapan
mientras la mirada me devuelves…
© José Luis
Guijarro de talismán

¿Dónde encontrar el corazón en la piedra?
¿Dónde hallar la sangre
que en solitarios parajes
la inmortalidad espesa?
Con la mirada del sol entre oscuridades
no recorta ya el aire tu silueta,
compañera de soledades,
cruz que señal fueras.
Donde deja el cielo la heredad
crece monótona la hierba
del paraíso en la mismísima tierra,
atavismo de la espesura.
Quizá el cáliz los espejismos recorra
en la consagración de las palabras
y envuelva en las nubes las tinieblas
de un día que se alimentó de amargura.
Guijarro,
peregrino de calvarios y madreperlas,
custodio de los pasos y las veredas,
tornado en talismán ante la desventura.
© José Luis
El color del olvido

Los hierros ajustan la tierra
desde la que se levanta el olvido
desde la que asfixia la losa el aire
que ya nadie respira.
El tiempo también ajusta los recuerdos
a las herrumbrosas cadenas del pasado
y el soplo de la vida recorre el firmamento
insospechado de las montañas y las alturas
donde el hombre se retira con la soledad
y sus retos.
Allí esperan las osamentas,
semillas desperdigadas,
la oración óbolo del barquero,
arremolino de las aguas
en la balsa de los muertos,
una profundidad intrusa
ensombrece la luz del día,
donde los árboles cadenciosos
entonan los últimos suspiros
de una noche cautivada
en el cementerio…
© José Luis
El estanque que huidizo asemeja

Se mueve en la superficie el fluido
que delimita al limbo desde las ondas,
parceladamente se desvirtúan
los ápices de realidad consciente.
En el borde atenaza el abismo
los reflejos empapados de la vida
con las tenues y borrosas líneas
de un cielo muellemente encapotado.
Las figuras en la efigie del estanque
oyen trastear canora la gárgola del agua
y fijan en las sensaciones la espuma
burbujeante de su mirada
donde se enfrentan futuro y pasado
en la arbórea tenacidad de un presente.
Pulcra y tenaz se hace la lluvia recuerdo
mientras por las calles mi mente transita,
mientras la niña aprende de sus pasos
la vacilante travesía de la existencia.
© José Luis
Regresión imperceptible

La lluvia,
turbación del domingo,
se deja embaucar grisácea por el cielo
impenetrable y verde entre los tallos
que siguen la corriente del río,
arquean los árboles las ramas
y sus alas coloridas inundan los pecíolos
de una imperturbable claridad.
Oigo el rumor de las hojas,
oigo del aire los suspiros en la levedad
que grana las espigas de esperanza
y de plenitud, mientras resbalan los sueños
por las fantasías ocres del otoño,
por la coyuntura primaveral de las alondras
que perpetran etéreas la magnificencia
escarlata de las amapolas.
Me integro en la regresión de la tarde
con la ingravidez ingenua de las horas,
aerostática tras los reflejos mi cabeza se eleva
del horizonte, emana un olor húmedo la yerba
desde las intensas pupilas que crea el silencio
y la contemplación provocativa del ocaso,
ulula el deseo a mis oídos,
quizá esta vez no oponga resistencia…
© José Luis
Paisajes de un domingo de mayo

Ojo iris trasmontana
nieve de primavera verde
sueño
de un solo instante
entre tus brazos
hundidos
en la vida que reclama
cerca
y remota
la memoria
retornable hasta luego
epicentro de la noche
labios que se estrechan
en la cintura del horizonte
y desprendidos los momentos
en la naturaleza de la muerte
la esperanza avanza
deja atrás la contemplación
y desnuda al amanecer
entre los azures de la mirada
el hábitat de la carne…
© José Luis
Mediada luna y roja

Resbalada, mariquita, glauca
de la mañana entre los campos,
brumosa se mece la luna
del reloj y las manecillas
en mis ojos te confunde,
amapola,
con los lunares de la lluvia
cuando cae en los arrozales
blanquecinos de la aurora.
No se atreven las palabras
a germinar de mi boca,
tan loco es el pensamiento
en la noche enajenado,
y balbucean mis ojos
como faro de la costa
intermitencias
de luz y sombra
mientras la risa del espacio
revolotea con las estrellas.
¡Ay, mariquita, si supieras
cómo aletean mis alas
con tus alas en la ribera
verde de la esperanza!
Quizá mis labios no se abrieran
en los suspiros del alba…
Quizá posada entre mis dedos
sobrevolara la madrugada…
© José Luis
Un día no cualquiera como el de un cumpleaños

Veletas los sentimientos ruedan
y ruedan según soplen los vientos.
No hay mañana que no tizne el paño
toronja del firmamento y resquebraje
el titilar de los ecos que pían silentes
el levantar de las ramas del viento,
brazos alargados en el transitar
de los granos por el cuello vidrioso
del reloj pasajero del tiempo.
Brilla la arena mientras el mar
suave entre los estertores de espuma
rumorea el cosquillear de la primavera.
Las flores sonríen con sus aromas
en el despuntar de las montañas
cuando fresca el agua desliza
los nombres macerados a la sombra
donde centenarias las palabras
equilibran los riachuelos del destiempo
entre las canciones que resuenan
una y otra vez en los oídos
que no han olvidado el poder
curativo de los sonidos
en el aliento desintegrado…
© José Luis
Ingravidez azul

Tiene el azul
un no sé qué cautivador
como unos ojos que profundos
miran en tu interior.
Deshojo añiles los pétalos
que del sí y del no
saben mucho,
son pirámides antiguas
donde inscribirse ya no puede
quién los hizo o soterró.
En la palma de mi mano
crecen ramas
olorosas del destiempo
de la tierra celado,
el tesoro de la infancia
sobre cristal y algodón.
Crece el árbol en el aire
con su larga sombra azur,
van a posarse los pájaros
unos sí y otros no
mas todos traen tu recuerdo,
jironcito de corazón.
Duérmese ya el invierno
con los brotes y la flor
en la yema de los dedos,
de mis labios y un temblor…
© José Luis
Gloria de invernada

Desde el suelo
el invierno
regenera el sol
y los pétalos de la luna
bajaron
para aterciopelar
el amor...
Seda amarilla en el suelo
teje el tallo en la distancia
que le separa de la muerte,
tan tenue es la alborada
donde los hilos de la existencia
amanecen…
Dicen que en el olvido
se mecen las palabras
con los sueños de los niños
con los balbuceos de la mirada,
despiertan los rumores
las entrañas del alma,
late la urgencia del sosiego
en las sienes de la invernada.
© José Luis
De musgo y piedra

Centinela
del viento y las rosas
de los pétalos del tiempo
de la irrealidad de la vida
de los anuncios de los sueños
azures las glorias que te retienen
centinela
a la piedra que grabaron héroes
al campo que sangró batallas
a la historia verde y musgosa
donde se remueven hombres
donde se aquilata el pasado
centinela
que el sol ilumina cada instante
que el aire arrastra por sus venas
que el ángel caído amenaza
que el devenir traspira por el borde
mismo de la vida fragmentada
centinela
ahí mantienes tu escolta
ahí estarás armado
con los escudos del alma
con los albores del silencio
hasta el final centinela
de tu guardia…
© José Luis
Aproximación transitoria a la muerte

Llegan los latidos ardientes
a la inmensidad del silencio
y las lágrimas que brotaron
del amanecer resbalan cadenciosas
como un suspiro largo y prolongado
en el interior inmóvil del cuerpo,
la vida engendrada desciende
sin los documentos oficiales
al río sinuoso y turbulento
de donde no vuelven las almas.
Se desatan los gritos y la garganta
es una cueva inquieta y fronteriza,
los ojos sin ver ven en lo oscuro
los movimientos de la luz fluctuante,
un desprendimiento de la consciencia,
un vuelo de caída libre por el abismo
donde los pulmones no saben respirar
y el torbellino engulle la suavidad
en los recuerdos y el candente magma
de las opciones no elegidas.
Muchedumbres caminan entre los costados
de la sombra y un temblor regurgita el miedo
escondido en el corazón desde antiguo
como una huella que aplazó el caminar
hasta que la arena alcanzara su reloj…
© José Luis
Al otro lado del poblado

Muescas de miedo y pintura
alrededor de la piel, de los misterios,
era temprano, no había luz afuera,
sólo el sollozo de unas madres,
obligatorio el abandono
del hijo que fuera.
Tiembla la voz desde dentro
donde reposaba la armonía;
ahora te piden ser valiente,
temerario, quizá ser héroe.
Un trozo de lienzo, una bolsa
en la que recoger los fetiches
de toda una vida,
eso y las manos vacías
mientras en la selva
feroz el león
y el corazón,
rugían.
Hombre le hallarían a su vuelta,
guerrero del poblado
cazador de muertes
entre la sangre y sus hermanos.
La mayor de las heridas,
el peor de los fracasos,
la mujer para su vida,
el grito de la guerra
el nacimiento de un hijo…
de nuevo todo muescas
en el tótem de la tribu
una iniciación para la vida…
¿estabas preparado?
Las carnes trasparentes
en las arrugas del tiempo,
viejo en los años y en el respeto
vuelves al otro lado del poblado
para marcharte con la muerte.
© José Luis
Golondrina despistada

Blancor y verdor en mis labios
mientras masco las palabras
antiguas de la primavera,
conjuros desmembrados
en las alas del destino
pues nadie nace porque sí
o del deshecho camino
de una pareja de enamorados.
Tienen las techumbres secretos,
nidos abandonados que retornan
a la pericia de unos vuelos
huidizos de sol y sombra,
qué denso es el aire
cuando me embriaga tu aliento.
Retoñan ya las ramas
zigzagueantes golondrinas
apuestos pétalos brillantes
en el fondo de mi retina
y algún olvido o recuerdo
de algún que otro paraíso.
El día se abre desde las montañas
escaladas en las eses del universo
donde el vacío nebuloso del invierno
se hará cálido en los brazos amables
de tu sonrisa y misterio…
© José Luis
La noche de los desconciertos

Los rumbos de un coche
dividen los días
en ocio y trabajo.
La carretera
no siempre es igual
aunque pasemos mil veces por ella.
Hueles la intensidad de una flor
en la dilatación de sus pétalos
mientras temblores alados
le extraen su savia.
Son jugosos los labios del olvido
porque dejan limpio cada día
para amanecer como le dé la gana.
El azul convulsionado del invierno
desteje a las madres de sus hijos,
una forma de reivindicar
una nueva primavera.
La oscuridad envuelve la noche
como la claridad a la ceguera
donde enterramos la confianza.
Ven, espanto, y muéstrate
para que yo te vea,
y en viéndote
de mis dudas me riera…
© José Luis
Amanecer desde el amanecer

Se descerrajan las cortinas de la noche,
la luz se desliza en los entresijos de las montañas
e imperceptibles lunares dorados encienden
el verdor del silencio.
Paseo por los bordes de la carretera
donde el asfalto se junta con el suelo
y crujen mis pies el peso de la arenisca
abatida por los pasos manejables del tiempo.
Noto en mis sienes los latidos del amanecer
mientras matizan mis pupilas la claridad
de las nubes en las que juegan los visos
del cielo al escondite con los luceros del alma.
Las estrellas me guiñan su complicidad
con los ramajes de la luna entre los árboles
y desciendo los caminos abismales del tártaro
esperando encontrar los compañeros oxidados.
Enarbolando su bandera iza el viento
el paraíso ocultado por la rutina y la noche,
supuestamente invadido por las sombras
invisibles, los tañidos de una campana
desde la cercanía se alejan y vuelven.
Amanece en la sierra la campiña invernal
y me sumerjo en los encantos de un suspiro,
innumerables ojos permanecen cerrados
en los sueños de las encinas y los cruceros.
© José Luis
Transformación de piedra

A veces la piedras
en siluetas cristianizan,
en perfumes labrados al tiento
de miradas viajeras y atavíos
de domingo en invierno,
cuando el aire en el rostro es frío
las nubes apuran el aire
y se hinchan grises encima
mismo de las encarnadas techumbres.
Antes de ser muro el espacio
era invisible vacío desnudo y permeable
a los finos granos del tiempo y del reloj
perdido en el interior de algún bolsillo,
después de argamasa de manos
y en tierra vertical convertido
con ventanas por ojos
curiosean otra clase de vacío:
el de las almas
que de sus espíritus huyeron.
A veces las piedras
impresionan mis sentidos
con esas caras disimuladas
en los entrecejos del destino.
© José Luis
Vengo de muy lejos

Aunque esté aquí ahora
vengo yo de muy lejos,
el amanecer y las montañas añiles
fueron testigos de mi parto
y pulverulento en las nubes
crecí entre los arcos de un cielo
que nada sabía de las lágrimas
acumuladas en los deseos
de inmortalidad de un deletéreo.
Mi idioma nace de los pétalos
delicados de la dueña del viento,
de las chispas de la fragua
de algún irreverente herrero
donde devoré sorbos de luz
y sombras de misterio,
balbuceo palabras del poniente
entre las lenguas de fuego
y en los ojos de la sombra
tiemblo cuando me acuesto.
Son los árboles la savia y sangre
que mana por mis venas
y por los veneros de las almas
aliviadas en el paraíso eternal
hasta que despierten sus cuerpos
aletargados en una muerte
emancipada y circunstancial,
entonces puede que regrese
al vientre del sol y a la vida
de la que ahora no me acuerdo…
© José Luis
Los dos árboles

Frente a la desnudez del tiempo y los años,
impúdico un árbol hace del esplendor malabares
donde ahora la vida es verticalidad inerte
de la mañana en un desprovisto desamparo,
allí rezan los árboles en la hondura de la providencia.
Desde el verdor que respeta el invierno
el campo los heleros resuda de la noche
en el sitial devastado de apariencia y periódicos
donde resbalan las letras de las confidencias
por los ramales de lejanía y lasitud,
allí las palabras se convulsionan en la tierra.
Del aire la soledad se enreda entre los dedos
e inscribe con tornasol y sangre de suspiros
el porvenir entre las compactas curvas de mi piel,
que desoye los latidos bramantes de las sombras,
y cruza el desconocido surco del Estigia,
allí solamente se expatrían las almas prodigiosas.
Se aturden ensortijados los sonidos en los ecos
tras las desabrigadas ramas equinocciales,
los cantos llegan desde el mar con el rubor
afable y acallado de la lluvia, de las nubes
esculpidas en la corteza trasmutada del árbol,
allí quedó grabada la deflagración del averno.
© José Luis
Lentes de cercanía

La mesa encierra las travesías
de la vista que exige en un callejón
el diezmo de la aurora,
paredes de madera entretejen lazos
de indivisibilidad ante el ojo acariciado
desde el árbol de la incertidumbre
donde se desprenden las imágenes
rigurosas de las ramas y ascienden
heliotrópicas por los hilos de los sueños,
parcas eternizadas en los jirones
del trasfondo ondeante de alforzas
y naufragios disonados de mentes.
Los cristales se atomizan
en el aire, viscoso y fragante,
de la lluvia que resonante se descarga
en los huecos de mis manos,
el cimbrado de mis dedos, en la mesa,
acompasa el fundido sombrío de la tarde
con la densidad de las horas, y la penumbra
de un instante acecha la noche en mis ojos.
Se doblan los rayos de la ventana,
en inmediatos e inadvertidos recuerdos
las lentes de la curiosidad y el descuido
se deslizan, como trompos zigzagueantes
por las líneas del suelo y nuestra cercanía.
© José Luis
El vuelo de la huida

Descuidada una garza en el agua
en sus plumas retiene el frescor
plácido de la mañana,
unos patos alrededor reviran
ondulosas las líneas del río
entre los aromas de la orilla ocre
y la sedosidad de las cañas
que sobresalen en el aire
del perezoso flujo de la corriente.
Cubren el cielo blanco las nubes
allá donde el azul fuera el techado
de otros días risueños,
los pies en la pasarela parados
sujetan al horizonte mis ojos
y al reflejo de otras casas
en el paso húmedo de los coches
por las transversales y convenientes
ondas del silencio.
Emprende elegante la huida
en la mirada fija de la ribera
y eleva su vuelo en el compás
avivado y extendido de sus alas
mientras también yo me alejo
desde el paseo de la mañana
por los acontecimientos fluviales
de este primer día de Enero.
© José Luis
Torso

Desde mis labios baja el deseo
por los atajuelos releídos de tu piel
y mis manos reconocen en la suavidad
los caminos de las arrugas y los años
mirándonos los ojos y entrelazando
digitales nuestras huellas…
Contemplo en tu torso la vida y respiración
de todos nuestros sueños, de todos esos días
en los que envidábamos nuestras palabras
como amantes de la noche y sus albores
que nos sorprenden amalgamados entre las sábanas,
entretejidos nuestros cuerpos en el lienzo
donde acoplamos los aromas y aleteos
de los jazmines y alondras que alberga el jardín
en los invernales relumbres del hogar nuestro.
Acerco mi oído a tu pecho,
mis pestañas rozan tu vello y un cosquilleo
de risas y anhelos invade la estancia
mientras cómplices nuestras miradas,
llenas de luna y de fragante brezo,
se pasean por los contornos de la madrugada,
funámbulas de los lances de la existencia.
© José Luis
Orbe de hielo

En el suelo la noche un manto
destemplado de hielo, deja
el aire suspendido su vuelo
y la oscuridad ondea blanca
entre los coches indistintos.
Sobreviene la dureza del invierno,
el gélido aliento del norte
hocicando en nuestras bocas
las palabras que nunca pronunciamos
y sin embargo duelen en los pulmones
como una azulada e imborrable posesión.
Desde la tierra, adherida a su costra
se aglutinan cristalizados continentes
de lluvia que turbia se ofrece enramada
a los linajes pétreos del inconsciente
y en la levedad de un giro mil mundos
se encadenan al tiempo y sus mazmorras
donde envejecen los relojes sumisos.
La claridad abandera el firmamento,
es posible derretir una sonrisa.
© José Luis
Un cielo arbolado

Tenemos hondonadas de memorias
en los años amontonados en el destierro
y en cada molécula de supervivencia,
que brota en una inesperada forma de vida.
Cuatro son las esquinas del universo
donde la contemplación se desparrama
con el horizonte e hila su propia sombra
en la ceñida estela de un murmullo.
La levedad de las sombras en el crepúsculo
oscilan en los tejados de la inconsciencia
y en las hojas que se resisten a la muerte,
cárdenos son los ojos de las tinieblas.
Tras el amanecer blanco el campo se viste
con las lanzas excavadas de los árboles
que entregaron en la noche sus sueños
a la inequívoca maceración de la diana…
© José Luis
Rompiente

Una lengua salina y blanca llega del mar
hasta la costa del olvido donde las tardes
reciben los recuerdos enraizados del día
y de los años, mientras acaricia las rocas.
La armonía de las olas y el batiente del aire
se acurrucan en mis sueños, los ecos de las sirenas
vuelven otra vez a la tierra donde nacieron
cuando ninguna pisada hollaba la hierba
y el paraíso era una promesa aturdida del hombre.
Las aguas glaucas y resbaladizas entonan
los murmullos recónditos de la naturaleza
y en la orilla son recogidos como conchas
sonoras y vigilantes al acercarles un oído.
Quisiera ser esa espuma que fermenta
después de recorrer inmensidades,
de haber visto en la infinitud del mundo
todos los ojos del deleite y la belleza,
todas las piedras anhelosas y orantes
donde se han depositado los hombres.
Quisiera ser el rompiente donde se oculta el sol
cuando los albores de la muerte me muerdan
y acallar en la brisa de mi alma los suspiros…
© José Luis
Duda y reflexión

Voy por unas márgenes y el mundo
con los filamentos de la duda
emana la luz que matiza las sombras
donde el juego de las ambigüedades
es el azar de las intersecciones
entre los segundos y los espejos
que barruntan anuncios de la noche
como dagas desplomadas en mi frente.
La cabeza perpendicular se retrae
a los residuos del aire en la aurora
mientras las almas en la sombra
acurrucan los ensueños en concavidades
y los pensamientos que no florecen
ocupan un lugar eterno en el cielo
donde nada es lo parece o aparenta.
Coloreadas han pasado las sombras
que transitan las luces descarnadas
y resurge el oscilante ulular del tiempo
con cada pulmón que estrena el aire
y hasta los vapores de la sombra
retrotraen etéreo un pensamiento…
© José Luis
Río verde

Baja la corriente ondulando su cauce
entre los despojados árboles de la orilla
y atraviesa los ojos de la mañana
por el puente firme que me oculta
del frescor y el rocío
y de la ambigüedad de las dos riberas.
¡Río que fluyes verde y enmaromado
a la profundidad aquietada del agua,
te dejan reverberar siempre en las ondas
que nacen penetrantes de las piedras
mientras pasas con tu lengua la oquedad
del bosque sin viento ni hojas!
Musgosas deshilachan las plantas
los recuerdos por la fluida vertiente
de la noche entre arreboles de la aurora,
impertérrito ha retenido el sueño tu paso
por la arboleda desnuda del destiempo
donde nace la muerte y la vida
es el pez que se escabulle
entre los intersticios de la lluvia
glauca y la húmeda cuenca del deseo.
© José Luis
Puntitos de bosque

A las hojas los árboles
se les han caído
y es ahora una alfombra
tu camino,
una alfombra entretejida
con los puntos del destino
o de los ajustados pasos
hasta el recuerdo
o el olvido.
Sangra la nube
con las gotas del rocío
el sabor de tus labios
y hasta el mismo río
que entona con las agujas,
que son esos rápidos silbidos
que trae el viento del norte,
de los glaciares que fríos
rompen el silencio
o componen las canciones
extraviadas del estío.
Es ahora el bosque
mi memoria,
el abandono de la realidad
entre los campos vestidos
de ocre
o de amarillo
sedosos como tus labios
cuando rozan los míos.
Vuelven los sueños
a traer la noche
en los tenues rayos
de los ecos de la aurora
escondidos
en el fulgor de unas hojas.
© José Luis
Desde algún lugar

Pudiera subir los escalones
que bajan del cielo
o perpetrar la salida del abismo
donde negocian las sombras
si tu mano sirviera de mapa
entre las curvas de mis huellas,
o juntar en un sonido los labios
como en un furtivo beso
cuando en la cercanía tu respiro oigo,
o el oscilar de tus cabellos
entre los aledaños del aire.
Sé que en las piedras se ocultan
las yemas de tus dedos,
el suave roce de mi nombre
entre los granos que fueron tiempo
o entre los tiempos que fueron
aldabas de silencio en la noche
en tus brazos de sueño
y en el sabor dulce de tus senos
mientras ardíamos en juventud
tras las paredes que son olvido
o recuerdo…
Desde algún lugar
en la unión de nuestros cuerpos
hay escalones que se suben,
donde maduraron nuestras frutos,
hay escalones que se bajan,
donde transgredimos los años
en el silo de los deseos.
Desde algún lugar,
desde algún tiempo,
volver quisiéramos…
© José Luis
Bajo las ramas

Enramado se sustrae el cielo
de las mentes y las quimeras
del poder otoñal del abandono
sucinto de las hojas,
desde una capa que cubre
la ingravidez del suelo.
A la sombra de una acacia
el sueño se difumina
celeste y sugestivo,
es la mente que inventa
desde los ojos furtivos
la luminosidad acristalada
de unas gemas o la libélula
que ronda el plenilunio de Diana.
Desde el verdor de la espalda
hundida en la hierba
vienen a mí los recuerdos
y los pasos de la infancia,
trepan mis manos los ensambles
troncales de las ramas,
las existencias sorprendentes
fantaseadas o reales
de un niño
que en mi interior aguarda
el momento de la reunión
de todos los iguales
a través de la vida
pero en distintas edades…
© José Luis
Pudín de montañas

Hoy me siento guisandero,
ardedor de masas y tierras
en las que mis manos se hundan
como otras tardes en tus cabellos.
Ser entre los que no son
más que grandes espectadores,
puntos de mira en las mirillas
de las puertas de la noche.
Ser el árbol que cobija la imperfección
de ser mortal y voluptuoso,
de ser roca impenetrable en el tiempo
y sin embargo dúctil, a las palabras al oído,
a la intimidad de las resacas con la luna
en el seno de la aurora,
cuando la sombra se deshace en rocío
y en pétalos que resbalan por la piel
algodonosa de las nubes
al rozar imperceptibles las montañas.
Hoy me siento fogonero
y traigo en mis venas el ardor,
y subo a las pendientes del abismo
como enardecido amante de las soledades
que rezuman de los oteros
y de las reconocidas encrucijadas
en los valles de tu cuerpo.
© José Luis
Las hojas del rosal

Aterciopeladas las hojas,
suplicantes manos al cielo
estas finas yemas de la luz
donde aguardan los sueños
equinocciales de Era
entre los ecos toronjas
de un ajeno amanecer
a los problemas del hombre.
El aroma fresco del rocío
se acopla con mis recuerdos
en el campo de trigo verde,
al paso involuntario de las manos
entre las ondas del viento
y los caballos de la locura,
galopes de tallos y silencios
entre las espinas de la libídine
y la fogosidad de la noche.
Siento en mis mejillas
la suavidad de tu mirada,
el roce de tu cuerpo
imperceptible mientras descansas
como siempre a mi lado,
en la intimidad del corazón
donde se maceran los pétalos
de la rosa de un día,
o de un sueño
o de toda nuestra vida…
© José Luis
Pender de un árbol

Nuevamente veo el transitar de las hojas
que los árboles a sujetar no alcanzan
y caen sazonadas de pajizo y ocre
a la tierra, a los brazos maternos
de la oquedad impenetrable
donde late el corazón del viento
y las rocosas montañas.
Acaricio
en silencio
en el interior nervudo de los sueños
las copas primaverales
y los trinos de los pájaros
que rondan en el sur de la inocencia
las distancias del olvido
del otrora presente que subyace
en el camino glauco de la esperanza
y un gorrión me recuerda
las tardes a la sombra refrescante
del mirar del río
mientras baja las laderas de la inmolación
con los cantos de la victoria.
Una vela resbala su cera
por las manos de la noche
y oscila la llama entre las penumbras
como las hojas en su vaivén
incidental del otoño…
© José Luis
La margarita de pie

Verticalidad la llamada del cielo
entre los tallos de la heredad,
tallos prolongados de escote
observador de plenilunios y lluvias
desde la contingencia de la oscuridad
donde emerge el vacío y la nada,
donde mana la creación y el universo
de la sencillez de las cosas,
de la confusión implícita
de ideas, razones y sentimientos
en el corazón mismo del hombre.
Deshojo las sinrazones de la muerte,
el pesar de las lágrimas en los ojos
y la ausencia lacerada en el alma
como un espíritu reciente
entre los cuerpos fríos y soterrados
en las marismas de la noche
y las estrellas mientras contemplan
el caer doliente de los pétalos
en la clepsidra de la sangre eterna
en las venas caniculares del rocío,
gotas por la faz del infinito
que resbalan desde el relumbrar
de otros ojos que me miran…
Nada poseo que esté fuera de mí,
acaso el marchitar de un cuerpo
que existe en la inmensidad profunda
de un sueño donde cree que vive
y mantiene la esperanza
inmortal de las margaritas
en su sí... no... de la duda.
© José Luis
Vivencia

Pasión en un momento, fragor,
laberintos de cuerpos abigarrados
en la penumbra, entre los aromas
del placer y los latidos desbordados,
desde la mismísima profundidad
se sucede equinoccial el éxtasis.
Van las hojas lentas disminuyendo
la distancia colgada de la gravedad,
racimos tostados de frágiles manos
de arrugas pasadas por el vendaval.
En mi piel son los años fragosas pecas,
armonizadas notas con los otoños
y las primaveras, con los crepúsculos
de miles de soles en las retinas,
de miles de hombres en la sangre
encadenada a la estirpe de los exilados
siempre en busca de su dicha, de su destino.
Reconozco las alas escurridizas del viento
y el roce sutilísimo de los seres celestiales
intrincados en los rubores de los pétalos
herméticos tras el discurrir de las páginas
de todo un instante, que es siempre la vida…
© José Luis
Instantes de soledad

La pleamar trae suavemente las olas
hacia la playa donde descansan los pies
apoyados en la arena y el cosquilleo
recorre la piel como una dulce mano
que surcara indefectible las crestas
de las ráfagas de la luna y de los olvidos.
Mi mente surca el cielo inmenso y azul
entre las fungosas guatas de las nubes
mientras dejo en los oídos el rumor
serpenteante de las caliginosas espumas
y contemplo el pasar alado de los vuelos
rasantes de los irrepetibles universos
de gavinas que pululan ligeras entre los aires.
El mar acuna las barcas alineadas en la orilla
se diría que interpretan un pulcro y vaporoso vals
entre los surcos que rotura parsimoniosa la tarde
mientras la gente, sin mirar atrás, voluntaria se aleja.
Aguardo la soledad en su regreso a la playa
donde dispongo un ramillete irisado y aromoso
de delicadas palabras
con los que embelesar su atención
hasta que llegue, sin darnos cuenta, el alba…
© José Luis
Magma de sueños

El tiempo
ejecuta en la plenitud
las terminales del adviento
donde nace natural el río
y las montañas se ocultan en las piedras
como un gigante agazapado
a la indestructible sombra de un árbol.
El vientre de una madre
circunda también la plenitud finita
de los pensamientos emergentes del mundo
mientras titubean los pasos en el camino
de la hiedra hacia el techado de la noche.
Se despereza la vida
del sueño
y mana la garganta
guturales los sonidos del viento
entre los brazos del mar
y las vetustas rocas del silencio.
Una serpiente repta
por la espalda de la locura
y los estertores atraviesan los confines
de la irrealidad inexplorada
donde el magma de la creación es otro sueño
inmaculado entre los sueños de la inmanencia.
© José Luis
Composición 2

Deslío las nubes con el soplo rosáceo
de una auriga que se desboca en el espacio
y choca con las esquinas de la noche
donde urge en el anhelo la satisfacción
de un reto de madrugada, de una suerte
impúdica y sudorosa en la profundidad
del pecho mientras se respira la niebla
intangible de amanecer y oscuras copas
con la viscosidad granate de la sangre
latiente y perfumada en las venas heridas.
Se aíslan las tinieblas en una isla toronja,
en la intermitencia de un faro penumbroso
que aleja asalmonada la luz al espacio
cuando las cigüeñas suprimen sus alas
en la muralla que separa los dos mundos
tangenciales de la realidad y los sueños.
Queda en el cielo momentáneo el rubor
de las briznas nebulosas del ocaso
y las azuladas faringes de los albures
entonan sagrados los ecos de los caminos
por los que desaparecen espantados los niños
que traerán en sus caras la conquista
de la evanescencia de la vida
o de la mortal germinación del olvido.
© José Luis
Seta pecosa

Líneas azures
flanquean la rugosidad de tu cuerpo
y las manchas pardas del dorso
que te abrazan
en la luz
consustancial de la mañana.
De la tierra
surgen la duda y el magma
como pinceladas de un cuadro
que poseen nuestras percepciones
y miradas.
Desde el cielo
las alas de los pájaros
atraen la levedad del aire
en la sombra perpetua
de la noche
y fugaz de nuestras palabras
mientras aspiramos el aroma
de jazmín y sándalo.
Pecosa
la piel de la seda
acaricia con lentitud
la caída de tu cuerpo
en la hondura del mundo,
en la sensación de sueño
que placentero trae el rumor
de la luz,
de la tierra,
del bálsamo fecundo de tus besos.
© José Luis
Edad restablecida

Las rosas aroman la estancia
entre los árboles deshojados
en la profundidad del invierno
y las líneas onduladas del lienzo
entreverado por la luz del techado
en afines esmaltes con la alborada.
El talle de tu cuerpo fragancia
genuinos los recuerdos de la noche
mientras sube la niebla de mi boca
hasta los turbios confines de la luna,
se oculta la música de los corazones
y emergen los ecos desde la tierra,
largos gemidos de púrpura y pétalos.
Inocente la mocedad disimula de tus pómulos
el aterciopelado murmullo de los recuerdos
arcanos desde la inadvertida edad de los vestigios
cuando las cortezas de los árboles eran mensajes
desgranados por el viento y el sigilo de las almas
en lo profundo de todos los fluidos fecundos
que transitan con las lágrimas del destino
y los arcos de los indelebles violines del mundo.
Tu voz se confunde con el rumor del horizonte,
con las crestas de un mar embravecido y jadeante
que de cada época acumula las hojas del olvido
tras las velas que consumen su cera en el silencio
de una estancia breve y sutilmente iluminada
con los evanescentes frunces de las estaciones
con el fluir del tiempo…
© José Luis
La sombra del reloj

No es necesario mirar el reloj para saber la hora,
no es necesario ser origen de vida para venir al mundo
donde los sentidos acumulan terminales de impresiones
en el arcón de la inconsciencia, pozo sediento y ciego.
Espera la sombra desplazarse por el arco de hormigón
y el milimetrado de segundos para anunciar el paso
pertinaz de la bóveda celeste por los 360 grados
de la cabeza, de oreja a oreja en inaudibles sonidos
que conformarán algún día esos recuerdos evocados
por alguna magdalena y el té crepuscular de los sedientos.
El reloj extiende sus brazos en los que retiene la luz
en el baile cruento de espinas y rosas, el jardín del tiempo
arroja las manecillas de la tarde al lienzo de la noche
y las estrellas, que rilan en mis ojos, abrazan tu cuerpo
que la sombra del reloj oníricamente descubre, o cubre.
© José Luis
Borbotón embocado

Parten los rumores de la concha
rociados de la boca engalanada
turbulentos de sol y tenue grana,
en el fresco rincón de terracota.
Las palmeras asaetan el aire
huidizo del calor y las ramas
entre los paseos inhumados
de tierra y tumbas morales.
Borbotones parten en surcos
incoloros de inevitables rebordes
como un beso en la noche huidizo.
Suspira pétreo el rostro, en el corte
ovalado de su boca, tras los puntos
ciegos de los ojos inmersos en la noche.
© José Luis
Extrema palidez

otra vez
más
la muerteenlacara
no deja otra cosa
que una extrema palidez
has perdido las facciones
que mostraba tu alma
y ahora
abandonadoelcuerpo
no dice nada,
sólo posee
una extrema palidez
la no vida
es un reflejo turbio
una no mirada
un perderse en el infinito
yabandonarloquesequiere
sin quererlo
sin saberlo
sin aviso
así sobreviene
la extrema palidez
por qué lloran los ojos
porquéunnudoenelvientre
por qué la soledad
acongoja
cuando viene
esa extrema palidez
© José Luis
Polinización

Las margaritas iluminan el campo
con su corazón amarillo
y sus pétalos blancos.
Es la llamada de una flor
que con impertérritos monosílabos
establece en un sí o un no
la razón de toda una existencia.
Las dudas vienen volando
al abrigo del silencio
cuando la tarde se refresca
en las alas y su batimiento.
Larga es la lengua del deseo
y mayor la del olvido
mientras devore la tierra los huesos
circunstanciales de la existencia.
Liba la vida el polen hechicero
macerando los estertores de la muerte
hasta la infatigable sonrisa del miedo
y los olajes de un sudor palpitante
en las sienes de la noche
reviven los recuerdos
o los jugosos genes de la distancia.
Atrae la felicidad y el polen
de las flores la mirada
y de los hombres el anhelo.
© José Luis
Fruto estriado

Las tardes caen del árbol
como maduras castañas
que abandonan en la gravedad
el peso del tiempo
o el paso de la calma.
Brillan los ojos del silencio
en los reflejos de las piedras
y en un momento los dedos
recorren pardas las estrías
descentradas del pensamiento
mientras un soplo devuelve
el polvo a la tierra,
los huesos a la carne
circunstancial de la primavera.
Las hojas reverdecen
el trinar de las ramas
cuando se recogen los gorriones
rasantes en sus vuelos
y en los ecos que trae la noche
enlunada y flotante.
Una voz zurea en el patio,
una voz alargada y espesa
como el sopor de un sueño
que agarrase las esquinas
inagotables de las montañas
y ondulasen en el agua
todas las caras del cielo,
todas las caras que se miraron
en el espejo del alma.
Sienten los dientes
jugoso del fruto el bocado
entre los dilatados instantes
de junio y sus días…
© José Luis
Brasas azures

El cielo se ha extractado en tu regazo
en pedacitos azules de caramelo
y cubos irregulares de inconsciencia.
En cada amanecer se cuartea la noche
entre las sombras de los trigales
cuando los amantes cierran los ojos
y sienten, sugieren, amada su presencia.
La madera abandonó el árbol
y se hizo cenizas,
se abrasó en los brazos del amor
donde se renuncian los cuerpos
al fragor tumultuoso del incienso,
del olor que del fuego se propaga
al aire, soberano de las ausencias
y conciliador de los arrebatos.
Retengo en una urna
el azur de tu mirada,
impenetrable en una urna
a la profundidad de la distancia,
mientras pasan los días
mi cuerpo todavía guarda
los arañazos del cielo
en la piel de la alborada…
© José Luis
La mirada de un perro

Un ladrido
y la cámara dispara
otro sonido al perro,
otro ladrido dispara
a la cabeza de su dueña
que con las gafas se agazapa.
La negrura de su pelo
relumbra en la claridad
y terrosa la mirada
mira y mira sin parar
preguntándome qué pasa
que si ya se puede bajar
de los brazos de su ama
e ir a oliscar
las piedras del destino
o simplemente pasear
entre los pasos del camino
entre los pasos de la mar.
Cuatro patas que se agitan
y la cola mucho más,
un suave roce en la pierna
es su natural despedida
con la mirada hacia atrás.
© José Luis
Vista al frente

En un chasquido en la distancia
donde no controlan los ojos
el aleteo brumoso de las nubes
se gira imparable la cabeza
en el torbellino de la inconsciencia.
Sigilosamente crece la hierba,
vuelca en la tierra la fronda
vigorosa del cielo y la lluvia,
allí se unen a la irrealidad
en las sombras del abismo
donde transitan mariposas
de la armonía y el deseo.
La vista que fuera al frente
se sesga en la nocturnidad
de los silencios y las horas
cuando la aurora bordea añil
los matices áureos de las siluetas
de las mariposas y los deseos
en el mar de las esencias,
retorna ancestral la mirada
a la furtiva hondura de la hierbaa.
© José Luis
La ropa de la fachada

Hay fachadas aisladas,
sobre ellas la ropa se extiende
como estandarte de intimidad
expuesta al aire, al sol
y a la curiosa mirada de los paseantes.
Hay fachadas asentadas
sobre el azul celeste de un árbol
con las ramas extendidas
y con desnudas prendas colgando,
no hay interior más paradójico
que el de sentimientos acallado.
Hay fachadas encaradas
a las verjas del deseo
tras encarnadas y tenues sedas,
tras los herrajes que las separan
de los roces atrevidos y etéreos.
Hay fachadas encaladas
en las nubes y celajes
de ríos profundos y esquinados
a las afueras de los lugares
sobre puentes de juncos y amalgamas
de noches terciadas con la luna llena.
Hay fachadas acostadas
sobre las sábanas del olvido,
fachadas de antaño, de abuelas
sonrientes en los labios rociados
del tiempo extraído a la vida.
© José Luis
La sombra del pájaro

Quisiera el hombre las alas del pájaro,
disponer de la libertad de revolverse
con esa misma facilidad que con la mente
por los lugares remotos e inalcanzables.
Volar,
arrancar los pies de la tierra
y merodear sin rumbo fijo
en la altura de las distancias inmediatas
con los ojos invisibles en el espacio
y saber de lo que era ignorado,
de los rumores sensibles de las montañas,
de la calidez del sol en las playas del olvido
o quizá de la contingente vorágine de las estrellas.
Volar
entre los arcos de la noche
y ver las luces del mundo
en los monumentos de las reminiscencias
con las irisaciones propias de la grandiosidad
de saberse imperceptible y delicado,
saborear cada detalle de luna en la mirada
caleidoscópica de los tiempos inciertos
cuando se extinguen las claridades
y sólo queda el sueño como clandestino
refugio de lo imposible.
Volar
en el interior de los pensamientos
tras la sombra de ese pájaro
que posa la mirada en los brazos
extendidos a la curvatura del horizonte
donde todo Peter Pan se sueña…
© José Luis
Escisión en silueta

Hay momentos en los que el cielo se cruza
tras las hélices abiertas de la introspección
en cigüeñas que planean diáfanas los vientos
y observan la quietud perpendicular del mundo.
A lo lejos la sombra vuela entre los nublos
cárdenos del silencio y azures los ojos
del firmamento se descuelgan tras la tarde
mientras replican los búhos a los relojes.
Unos segundos pasan en el insomnio de la mirada
y huidiza la silueta transmuta invisible el espacio
con su parpadeo de plumas en eternidad y distancia.
Se convierten tras la ventana los picos de las aves
en tijeras que inciertas rasgan del horizonte las telas
escindidas de la luz y la posesión longitudinal del alba.
© José Luis
Constructor de vientos

Quietud
en la noche
en los silencios del alba
cuando la claridad aparece
y ancestrales tonalidades
ocupan el horizonte
y las canículas del alma.
La inconsciencia no sueña
sueños de la mañana,
la inconsciencia penetra
en los contornos de la oscuridad
donde dejamos la calma
a un lado, al fondo del piélago
junto a las glaucas algas
en el vaivén de las norias
y los barcos que navegaban
por la dilatación de los espejismos.
Traen susurros las nubes,
susurros cárdenos al cielo
y dorados a tu cabello,
mientras titilan mis ojos
haces de odas silvestres
y repiten mis labios
el soplo de la creación
en los vitrales de tu cuerpo.
© José Luis
Pared germinal

Las nubes depositan en las paredes simientes
inquebrantables donde perpetuar hojas y fronda
entre haces de sombra y luces de las farolas
cuando armoniza la lluvia las danzas del hechizo.
Brotan flotantes los deseos en granados pétalos
que aroman el transitar diario de los paseos
mientras los pies de la tarde se desencaminan
en las travesías de páginas ojeadas al viento.
¡Cuántas veces se mecieron nuestros cuerpos
en el clandestino titilar de los apacibles crepúsculos
donde disponíamos nuestra juventud en los roces
cálidos del muro, las hojuelas y el silencio!
Guardarán nuestro secreto las murallas,
guardarán el paso imprescindible del tiempo
entre las glaucas oquedades y recuerdos
de dos jóvenes que con ellas custodiaban la noche.
© José Luis
A los pies de la tierra

Las briznas de hierba cercan al árbol
que en la soledad del prado se serena
del bullicioso clamar de los pájaros
cuando la noche y la bruma se acercan.
Son sus raíces exploradoras del viento
con el que sueñan desde la oscura tierra
que celosa guarda huesos y secretos
en el terminal aposento de la caverna.
Flanquean tus pies los pensamientos
que los jardineros olvidaron en el filo
circunstancial de la labor y el tiempo,
franjas azules y gualdas en perspectiva.
La reciedumbre contemplo de tu tronco
enramado a la estentórea cúpula del cielo
donde escuchas los sonidos entremezclados
con las rosetas ululantes del viento.
© José Luis
Retazos del pensar

El agua retiene el mirar
que juega con los reflejos
entre sus glaucas ondas
y en retazos descomponen
ensueños en el mar,
en las riberas sesgadas
de tu blanco cuerpo.
Despacio transitan los peces
entre brocales de plata
observando el pasar
de las hojas escritas
con mis versos
las noches que tú estás
aquietada en el pensamiento.
Las olas murmuran
y rumorean la alborada
en lo profundo del sueño
donde emergen las palabras
nacaradas de tus labios
y resbalan profundas
por la caracola del tiempo
hasta el fanal de tu regazo
donde reposa mi nombre.
© José Luis
Viaje de ida, viaje de vuelta

El tiempo resquebrajado en el espejo
es un sendero de misceláneos sentidos
donde cada paso vuelve sobre sí mismo
hasta el más crucial e íntimo nacimiento.
Miran los ojos detrás, de lado o de frente
los trescientos sesenta grados de expectación
tras los que se abstrae tentado el corazón
en los paseos por las muchas vidas que pretende.
Soy una mujer que va o un hombre que vuelve
entre los caminos del recuerdo o del propio olvido
mientras fluyen de sangre los ríos por un libro
o por las hojas de un cuaderno las letras rebeldes.
Sumerjo entre los campos de trigo un pensamiento
con las alas del deseo y de quebradizas crisálidas
entre los indelebles tesoros de rumores y alboradas
que buscará la incertidumbre en la noche de los tiempos.
© José Luis
En otros zapatos

Has llegado al parque
donde dejas la realidad que te acompaña
y juegas.
Hoy querías sentir en el suelo
tal como piel inédita
el latido profundo de la tierra
aquel que te hizo sentir
la vida en su corriente,
latido de la inconsciencia.
Bulle la sangre,
es el mar que se dispersa
entre los intersticios de la tarde
y ves en tu abuela el mundo
naciente de los ocasos
cuando de las cenizas unas ascuas
iluminan carmesí la mirada
que cómplice te sonreía
mientras sus zapatos te enfundabas.
El aire trae en la grana
de tus abriles la primavera
y el reloj turquesa que en tus ojos
brota como feliz cosecha
ha madurado en tus pies el tiempo,
mas tus introspecciones brotan
de las ramas de la inocencia.
Contemplo tu contemplar
ensimismado
en aquiescentes momentos
olvidados en las penetrantes líneas
de la mano del horizonte
donde una vez
otros zapatos
fueron de un niño sus sueños…
© José Luis
La arboleda del paraíso

Suavemente
mis manos ondulan en tu piel
amuralladas en las breves caricias
del deseo
donde se erizan sensibles
las retamas del viento.
Tus ojos
mantienen ese brillo cómplice
ese bruñir de indudable quietud
mientras me sonríes
y miras con abundancia.
De tus labios
las palabras emergen
silenciosas a mis oídos
sabedoras de la inmensidad
que nos atraviesa
y baña de dulzura.
Siento el estremecer
rutilante de tus poros
y el rubor en tus mejillas
consentido
tras el roce con mi cuerpo.
Juntos presentimos
que descubriríamos la clave
en la arboleda del paraíso.
© José Luis
Lengua pétrea

Puente que de piedra naces tras tus pies
enclavados en surcos de légamo y agua,
de tus bocas surgen las márgenes del aire
y la senda del transitar por tus ojos profetiza.
Pétreas tus lenguas hablan con el sonido del río
y los murmullos de las aves que sombrean tus dorados
musgos por los que te rastrean leales mis manos
amantes de tus siglos y de las miradas al extravío.
Quizá en mis oídos dejaras de Unamuno los pasos
como se deja la flor en el reposado cáliz del tiempo
y de la fugacidad de los pétalos y las indomables espinas
mientras la inmortalidad por tus pretiles se encharca.
¡Cuántas huellas ocultas entre tus arcos
de silenciados pensamientos en la corriente!
© José Luis
Los pétalos tridimensionales

El jardín retiene en sus flores
una evidente y renovada galanura,
un aleteo de primavera y corolas
entre breves intervalos de frescura.
En cada pecíolo una irisación formula
de otros tenues ecos reminiscencias,
una reverberación ya preexistente
en todo capullo aunque no florezca.
Las hojas glaucas aparentan espejos
donde se refleja fúlgida la mañana
cuando amanecen el sol y tu mirada
tras la tiniebla transitoria de la noche.
He buscado tras un pámpano las estrellas
donde se ultiman las letras de tu nombre
y las hespérides perfilan en sus velos
impalpables pétalos tridimensionales.
© José Luis
Flores nocturnas

La oscuridad no es absoluta
arriba tras el muro
unos flores sobresalen
y quieren ver el panorama
que por la rúa transita.
La fugacidad del momento
la guardo en esta imagen
de pétalos sonrosados
e indefinidas márgenes.
Verdes los tallos me recuerdan
la pradera del horizonte
donde la eternidad es un instante,
una tarde que se cierne al monte
y a los rayos crepusculares.
La sombra sustenta el velo
tras el que tus ojos se esconden
para sin ser vistos mirarme.
¡Ay, niña de los fanales
que me cobija cuando es de noche!
¡Vaporosas alas tuviera
para rondarte entre los torzales
luminosos de la inocencia
y libar las mieles en tus palabras!
© José Luis
Las hojas abanderadas

Camino vagamente por las sombras
que proyecta el sol entre los árboles
y la tarde me acompaña intacta
como un regalo antiguo y nunca abierto.
Ondea el aire azaroso entre las copas
levantando el pensamiento y su mirada
con los ojos abotonados y extravagantes
mientras lágrimas áureas manan de las hojas.
Se entrevera en bruñidas franjas el cielo
transeúnte al compás de los celajes
y el río se esparce mientras suena
el susurro abanderado de los pámpanos.
Una muchacha delicadamente me sonríe
imagino que tal vez adivinara mi pensar
ensimismado en los espejos de la corriente
nadando entre los pejes de la reserva.
© José Luis
Ajos a la barbacoa

La tierra extraña el agua que se oculta
en las nubes que van de paso y no descargan
las lágrimas que en su peregrinaje acumulan
de los ojos que acechan al cielo orantes.
Crepita la lumbre los sueños errantes,
pérdida de paraísos e inmarcesibles palabras
mientras murmuran sus ecos lejanas campanas
llamadores de almas, de lluvias y de recuerdos.
Una tarde de verano disuelve el campo
en rumores de madura paja, de espigas áureas
y el calor azuza las breas de la carretera
al compás ondulante del aire que se trastorna.
Unos ajos se secan abandonados en la barbacoa
donde ya no quedan brasas que alimenten el orco
ni devuelvan a las oraciones pertinaz la simiente
que recogieron de los desgranados agros mis ojos.
© José Luis
Nubes áureas

El velo de la tarde se tiñe de luz áurea
entre los paños de la ventana y el ordenador
que busca la mirada más allá de los ojos
y atraviesa los reflujos espejados del río
con arcadas de sangre y viento, hinojo y bruma.
Pasean pacíficos los niños envueltos en su luna
mientras reposan en los bolsillos la inquietud
de una semana más de escuela, lápiz y letras
tras los muros desencadenados del silencio.
Hermosa la noche en su manto deambula,
es una enigmática y primorosa princesa
que se arquea entre los densos cañaverales
de la tiniebla donde nace amniótica la vida.
Miro la oscuridad que se ilumina en puntitos
y quinqués que no me miran pero que esperan
la llegada inevitable del alba, el rosáceo blancor
que les devuelva la negrura y la breve calma.
© José Luis
Sin Hojas

No temen las ramas al desnudo
ni al candor pudoroso de la nada
mientras entienda el árbol que de él
penden los mitos o las miradas.
Se abre la claridad del día entre sus huecos
como fragmentos de aire o de aletadas
y cede al alfombrado blanco en sus pies
la armonía que sujeta de la tierra las pisadas.
No hay caminos sin huellas
ni senderos virginales de madrugadas
donde anden peregrinos con pensamientos
de un dios, una oscuridad o balbucidas palabras.
Levanta sus brazos la sombra
alargada entre los rostros del alba
y suavemente la bruma mece
las siluetas de la gente que pasa.
Los libros escriben sus hojas
y los cielos su plomada
tras los cristales del ayer
y los pinceles suspendidos de la mañana.
Volverán tus ojos a sorber
los sueños de la madrugada,
esos que traen el silencio,
mis labios y el calor entre las sábanas.
© José Luis
Como sombras

La realidad de un momento
se pasea entre las sombras
que hundidas rasguñan la pared
como lunas que se incrustan
en la soledad de la noche.
¡Cuántas habrán sido las sombras
que una vez se proyectaron
y pasaron a formar parte espectral
adherida a las areniscas de la muralla!
A veces se oyen susurros huecos
que se diluyen en el transitar del río,
son ecos ensombrecidos en la ausencia
y el calor del cuerpo de la intrahistoria
donde confluyeron las vidas desconocidas
de los sueños que indefectiblemente se escapan.
Sé que alguna vez fui sombra
sombra introspectiva y velada
en los intersticios de tu piel.
¿Y yo me pregunto,
seré esa parte de los sueños
que de ti se escapan…?
© José Luis
Relojes de cristal

Ya no sabe la mirada
donde dejó la pupila
de tanto mirar el alba
y el encendido crepúsculo.
Todas las noches
recorre el sueño mi cuerpo
y toma posesión de las palabras
extraviadas que no alcanzaron ninguna lengua.
Una luz pide socorro a lo lejos
intermitente entre las sombras
y las rocas de los flaquezas
tras haber cruzado a nado
la distancia entre tus ojos.
Marcan las agujas el tiempo
y hasta lo clavan a las hojas
que no se dejan escribir
hasta que se desvanezca la niebla
que oculta tus labios y mi boca.
Cristalina el agua avanza
inescrutable con tus pasos
hasta la profundidad de mi voz
para entresacarme tu nombre.
© José Luis
La niebla que nos envuelve

La espesura de las cumbres ha bajado hasta los cálices
donde los inmortales beben la sangre de los inmolados
en la tierra de las cáusticas promesas y los juicios
que pesan sobre las cabezas como yugos pertinaces.
He luchado contra mil dragones en lugares sin confines
y he dejado correr la sangre escarlata por mis brazos
porque en cada contienda en mis manos se iban dibujando
las líneas inexorables que de mi vida van formando parte.
El río bañaba mis venas prodigado como un amante
que en cada caricia deja una parte de sus manos
y en cada roce, los labios que marcan su destino
con las voces de las alboradas jubilosas y penetrantes.
Mis ojos, ahora cegados por las tinieblas y el ocaso,
recuerdan el galope de tus sienes al contacto con mi cuerpo
mientras de mí bebías el ardor del que era prisionero
como a uno de aquellos dragones a los que rumiaras las entrañas.
© José Luis
Juego de velas

un círculo de manos y ojos neblinosos
que cruzan las llamas tras las frentes,
gráciles páramos tras los inquietos cortinajes.
El tapón ha salido por los aires
y las burbujas refrescan con su sonido
el cristal harmonioso de las copas
mientras da vueltas en el círculo
la corriente alegre de la fiesta.
Un gato con cara de juerga
retiene el móvil entre sus uñas
e impertérrito no lo deja sonar
por más toques que le demos.
Quizá sea esta hora de la aparición
la que induce el tránsito de efectos
entre los que aún estando despiertos
resistimos a los poderes oníricos.
Se van consumiendo las velas
con las caricias oscuras de los dedos...
el reloj ya no marca las horas
pues está dormido y quieto,
sssshhh no lo despertemos
que mañana trabaja…
ssssshhhhhh… besos.
© José Luis
Un mundo onírico

Has visto el cielo
y el fulgor del sol te recuerda
vidas fugaces entre los sueños del día
y las sombras gélidas del invierno.
Hace mil años eras una piedra
en lo alto del monte
donde el aire soplaba el rubor de las nubes
y el horizonte celaba un vasto y ladino misterio
donde se disipaba la arena de los atardeceres
mientras crecían los pensamientos
justo en la boca de los peces.
No sé si la nebulosa que ciñe las faros
reconocerá en su intermitente luz
los albores de la noche
cuando desde el interior de una piedra
manaban los pensamientos de un pez
que alumbraba el mundo por su boca.
© José Luis
Bombilla fundida

Un hilo resbala por la ladera oscura del abismo
y la noche no oculta su sueño ni su miedo
mientras el fulgor de un filamento se extingue
como un árbol cuyas raíces crecieron en el cielo.
No hay luna que no deje su brillo azul
recortada en la bóveda de algún templo
donde se invocan con susurros ancestrales
el origen de la vida y el aura del viento.
Crece damasquinada una flor entre las baldosas
verdemar de los alientos y reza en cada reclinatorio
un pétalo que nace las mañanas de domingo.
Vuela a mi alrededor una libélula de transparentes alas
dejando en mi semblante el rocío de sus lágrimas
por la complacencia de una vida breve pero colmada.
© José Luis
Números pasajeros

De las manos se entrelazan cinco dedos
urdimbre de mimbres y molinos
que azuzan las nubes y corrientes
que por el mundo huyen sin destino.
Seis niños montan en la rueda que rueda
alrededor de los árboles y el cielo
con la cara en el infinito abandonada
en los sueños que despertaron una noche
del letargo de otras vidas olvidadas.
Ondular hacían tres patos
las aguas densas de la noche
entre los caladeros del silencio
cuando una rana descubrió
que era un príncipe hechizado.
Nueve campanas resuenan en el aire
de un lugar extraviado en la memoria
mientras se oculta el murmullo de la tarde
en los recuerdos de nueve aldeanos
que una vez fueron niños en su parque.
Uno solo es el tiempo de la vida,
de qué vida te estarás preguntando,
de aquella que dejamos entre números
creciendo con el barro de las manos…
© José Luis
Cuatro jinetes

Vienen por el camino
cuatro jinetes
y los árboles les forman
el pasillo de la muerte.
Uno es la mañana
que amaneció de la sombra
de los pueblos inconscientes
que no tenían palabras
ni tampoco tierra en la que guarecerse.
El segundo es la tarde
que cabalgaba sobre el azul
sinuoso de las corrientes
y trae en los labios
el ocaso del sol
y acaso el reflejo de algún querubín.
El tercero es la noche,
la penumbra de los astros
que brotaron de la nada
y la eclosión de una idea
sin tiempo, sin miedo, sin condición…
Advertí del cuarto
que era un yo desconocido
desde que antaño se perdiera
entre las hojas de otoño
y la leyenda de un misterio
como el sentido de la vida.
© José Luis
Hay veces que tiemblo...

A veces me despierta una palabra
que no sale de mi boca,
una palabra azul que baila entre las manos
de la noche las sombras.
A veces me despierta un silencio
que nada me habla,
un silencio azul que desde cielo desboca
las nubes de la madrugada.
A veces es tu mirar quien me despierta
durante el respiro de mis ojos
y pacientemente me pregunta
por qué me acecha el mar de los deseos.
A veces nada me despierta
y un temblor frío me ronda
las esquinas de mi alma
porque te necesito
y no te encuentro.
© José Luis
Velo desvelado

He indagado en los caminos de la noche
muchas veces las horas y los días que devienen
como una existencia de búsqueda extrañada
entre los caminos de la inexistencia y la vida.
Tornan a su urna las verdades
desde donde contemplan mi mirada
pegada a un muro de paradojas indivisibles
como ese mundo que creas cada momento
sólo mientras respiras…
Es la noche un delicado velo a los ojos
que nacen del llanto y la madrugada,
ojos que no entienden el mundo
aunque la luz brille en la sombra
y los árboles, al compás de la lluvia, dancen.
Pasan en el cielo las nubes
proyectadas desde la tierra en otras sombras
que fueron estirpe del tiempo
y que ahora, como relojes de arena, marcan
inexorables la cadencia
en el diapasón de los vientos…
© José Luis
Monóculo de contacto

al juntarse con el río en un único instante
donde verdosas las algas dejan sus ramas
como cuerdas de una cítara que resuenan
desde el interior hundido de un ánfora.
Es la verdad el ojo que escapa de la noche
y se reclina en el valle oculto a las miradas
donde el sueño fluye entre meandros
hipnóticos y segmentados de tiempo
cuando depositamos tenuemente una flor
de humedecidos pétalos tras la alborada
en la bóveda silenciosa y guardiana de los ecos
que una vez fueran deseos vaporosos y ardientes.
Caminante, no detengas tu mirar en la frontera,
sigue el curso del arroyo que discurre por el valle
donde tararearás la canción que nunca aprendiste…
© José Luis
Copas blancas

Blancas llamaradas se confunden en el bosque
con los ojos de la noche y el deseo,
es el transitar imperceptible de unicornios
hacia en monte venerable de las ánimas
donde el viento aguarda el instante
de ser generadora bruma de sueño
y los ojos la razón cierren
como se cierra una puerta a la espalda.
Caen de la luna los rayos
en fina lluvia
y la tierra recoge el cansancio del aire
tras siglos de ecos y palabras
que los hijos de Eva perdieron
en la gruta de la veracidad y los ensueños.
Retengo en las pupilas
el fulgor de las estrellas,
esa lejanía que me contempla
fugaz en el paso
como un unicornio extinto
del que sólo quedara el recuerdo
y acaso
el brillo de esos ojos
que mi mirar pretendieron…
© José Luis
Relato de desazón

Dejamos atrás infalible la verdad
donde los lobos ocultan su sombra,
en el follaje del bosque otoñal,
y el sol oblicuo abandona los rayos,
no quisieron atender nuestro cantar.
Lejos ya de mí recuerdas mi nombre
y tus labios se relatan en secreto
los besos a la juventud tributados
mientras dejas que tu piel sangre
como un río que arrastra la vida
robada una noche de espanto,
cuando los sueños son pesadillas
y los niños temosos afloran en llanto.
Una cueva es tu boca profunda
donde perdí las horas que no tenía,
un rumor de caracola donde acuné
vaporosas las tardes de descanso,
en los dóciles contornos de tus huecos.
Vuelve la noche a emerger
desde las simas desconocidas,
trayendo entre las palabras
lagunas de inquietud y ruido
donde bañamos nuestro silencio.
Al fondo de la razón
aúlla un lobo a la luna
mentiras de sotavento…
© José Luis
Aires de otoño

Mecen glaucas las uvas los aires
que el mar arrastra entre su espuma
y las nubes áureas que ocultan la luna
tras los rayos que suspenden la noche.
Dejo las palabras en el alféizar de la inconsciencia
para que las aromes con los pétalos de la mañana
y sus sonidos acristalados los envolveré en una botella
que lanzaré a la profundidad indestructible de los sueños.
Volverán turbias las sombras con las almas perdidas
reclamando mi nombre entre las runas deslavazadas
de la voz de las sirenas varadas tras la orilla hundida
en los pies de las tinieblas donde opaca la luz
llora el paraíso sacrificado en la mortalidad del hombre.
Caerán de nuevo las hojas de la sabiduría y los árboles
cuando se eclipse el albor en el fango de la tierra
y los ángeles desorienten su destino en las lágrimas
de las madres que parirán hijos sin cielos ni estrellas.
Al final de los tiempos emergerá del caos una botella,
un espejo donde se reflejó la inmortalidad de mi alma
y quiera Dios que la soledad de ese instante
no sea el principio del silencio
sino la atronadora obertura de un mundo nuevo…
© José Luis
La vendimia

la mano que las sazone y proteja
de la pérdida inmanente del tiempo,
del usufructo placentero de la nada.
El sol ha tejido la tierra en surcos
cruzados con la hondonada del horizonte
y las nubes olvidaron en la tela sombras
de racimos sazonados en los brazos del ocaso.
¿Quién no ha libado del néctar
fermentado en la copa del destino?
Paladeamos sinuosa la verdad
entre las acedas hojas del otoño
como una cita raída en la comisura
palpitante del silencio.
Quedan regustos que inventar
en las exequias del crepúsculo
donde iniciáticas las gradaciones
toronja, grana, violácea…
nos enclavan en la mirilla del mundo.
Una jornada más
las manos acariciaron las pulpas
libidinosas de la inconsciencia
mientras bañaba un eje de luz
otoñal el equinoccio de Libra…
© José Luis
A la luna esperaba

Vuela una gaviota
entre las notas de esa canción
que resuena en mi cabeza
y en los sueños cada noche
despliega blancas sus alas
en el lonely looking sky
que se enreda en las raíces
de mi alma.
¿Quién te esperará,
justamente en su regazo,
al final de la jornada?
¿Quién tu mano calentará,
en las ondosas olas,
con la ternura de su cara?
Hubo un tiempo
en el que las palabras
cobraban vida
en los ojos cautivados,
en la más fiel de las miradas
cuando amada la voz
cuentos en el aire dibujaba
con las sombras de la noche,
con su mano en mi espalda
acariciando el corazón
y depositando la semilla
del amor en las entrañas.
Vuelve cada día la noche
a lomos de una tonada,
a veces junto a la luna
que allá arriba aguarda
el galope de mis sueños
por las estrellas de una montaña
como cuando niño
yo la esperaba en la cama.
Voló la gaviota
que atravesaba la noche
sobre las sábanas de mi cama
y en mis labios confió
la canción de la alborada
y el mundo para cuando fuera
mayor…
© José Luis
El huso

Virgen un dedo entre los hilos,
con solamente una gota de sangre
de una profecía entre las vueltas
matizadas de la tarde.
El sino de una princesa
entre el mar de las inquinas
y unas hadas halagüeñas…
duérmase ya la chiquilla.
¿Dónde los sueños fueron,
dónde la inconsciencia
que lucía el horizonte
de un cielo sin estrellas?
A lo lejos un caballo
en la arboleda galopaba,
desvelando la inquietud
del jinete en la mirada.
Invisible el lucero
que guiaba la mañana
en una cortina de lluvia
el atardecer se trasmutaba.
Envían del cielo un beso
que guía entre las sombras
sus labios hasta otros labios
fríos y lívidos,
dormidos y acallados
en el sepulcro de la noche.
¿Quién quisiera ese beso
para la piel de sus labios
aunque no fuera princesa
de un huso desbordado…?
Pero esa ya
sería otra historia...
© José Luis
Los sentidos

Las nubes trajeron de lejos
el olor de incienso ofrendado
y las luciérnagas lo mantuvieron vivo
en el glauco candor de un relumbre,
lejos de la tiniebla y sus enredaderas.
No magullan las gotas
el interior de la caverna
donde el sonido es profundo
y los lamentos fecundan la tierra.
Cada mañana un silencio encierra la música
en la caja de las costumbres
y es la noche la que le da rienda
entre los ocultos brazos de la luna,
allá donde las profetisas
me extraviaron la memoria.
Carece de ojos la Aurora
para admirar el surgir de los matices
entre los penetrantes fulgores del cielo
y no porque sea ciega
sino porque anhela la oscuridad de la sombra
donde recogen sus labios
los besos de los amantes.
Salen de un libro palabras
entre los recuerdos empeñados al tiempo
cuando enmudecida la garganta
sola queda la voz
perdida entre las páginas.
© José Luis
Rebrotes de mar

He encontrado el mar entre las palmas de mis manos
agazapado y revuelto en las marismas de la noche
donde los duendes enjuagan las estrellas adheridas
en las zócalos abismales y cáusticos de los cielos.
No se oía el oleaje de ida y vuelta de la espuma
sino el eco de una caracola perdida en la rugosidad
bautismal de mis dedos que débilmente entonaba
el recuerdo vaporoso de la voz de una sirena
y el rumor del vacío en los entresijos de Eos.
Desatiende la luna sus reflejos en el malecón de la tarde
y el viento ulula gotas carmesíes en los pétalos del silencio,
donde mana el dolor de la tierra y de los que se han callado…
dolor de ser mortales y dejar en sus entrañas los huesos.
Un olor a salitre desprende el reloj de arena
en los litorales de la alborada, un olor encendido
de humo e incienso extendiéndose en mi pecho
y cubriendo de rompientes tu nombre
donde inmortalmente se afierra mi tiempo.
© José Luis
Hojas en serie

entre los pliegues de una ola,
sazonada de palabras,
oval y púrpura
como en la larga línea de la palma,
el vuelo de una gaviota
o los labios de gitana.
Hojas sin escribir,
hojas que perdieron el habla,
hojas solemnes y puras
de Romeo en la balconada.
En la mirada leen los ojos,
los versos, en el alma;
los libros, de tu boca
lo que escribiera la nada.
Todas las hojas del mundo
resbalan por la alborada
un tobogán de colores,
una escala de tonadas
y yo deslizo en tus labios
de azahar un requiebro…
© José Luis
Sin

Traen las nubes de lejos el viento
y el reloj retoma añejo en la arena
los minutos dejados una vez en el soplo
secreto de un dios generador de los sueños.
Trotan los niños con la luna áurea
mientras dejan sus siluetas escondidas
en el polvo parvo del quebradizo silencio
donde las estrellas guardan el ojo
que indivisible el alma vigila.
Viene la bruma por el campo blanco
y el aire densa las figuras tras los árboles
de la noche y cede al crepúsculo el rocío
con las lágrimas del mar incandescente.
Vuelve el reloj a marcar las doce
y los sueños, sin revolver el pasado,
inician el camino del retorno
a las alas de la noche
y a las encrucijadas…
© José Luis
Reloj de un grano de arena

Asaetas la tarde en el aire
como un dardo que se desliza
pensativo entre los agitados dedos
de una apuesta y aguardas
hasta que tome la decisión la noche
de desaparecer entre las sombras
que ilumina suavemente la aurora.
Miras con ojos sedosos, de nubes,
el rubor cárdeno de mis labios
mientras dejan fugaz en tus oídos
imperecedero del deseo el nombre.
Y notas en tu interior el tic tac
invariable y seducido de un corazón
en las entrañas de tu grano de arena
que quema como incienso la vida.
Giran unidas las agujas de reloj
a los granos del tiempo en burbujas
de cristal y aquietados pensamientos.
Nuevamente el alba cárdeno
es esa profundidad íntima
que arrebola todo mi ser
en el transcurrir de mis días
y en la eternidad… el deseo.
© José Luis
De otro en otro

Un charco en la frente
refleja blanca la noche en la luna negra
y la mirada en la esfera
reverbera de cristal el mundo
en intrincados rayos de misterio
ocultos en el canto de una sirena.
Caen copos de niebla bruna
en las pupilas del silencio
y de un ave despluma el pico
las entrañas mismas del averno
donde se revuelven en uno otro
de los acostumbrados yerros.
No se revela la mañana radiante
ni perfumado el jardín que llora
el paso emergente de la noche
entre los latidos de la carne inmóvil
y la sangre que solidifica la muerte.
Una rosa clava su espina indolente
en el silencio fugaz de una vida
y pertinaces corretean las ocasiones
por entre los bolsillos… perdidas.
© José Luis
Extático intento

Nace el sol en la mañana de septiembre
entre temblores de cielo y de sombras
donde mis dedos esconden en tu pelo
hirsuta la línea púrpura del horizonte.
El día busca en el cielo los colores
carmesíes de la sangre que cálida
recorre los litorales de tu cuerpo
buscando un esclusa donde fondear
imperecederas las ansias del deseo.
Inhiesto resplandece un obelisco
turgente de pálpitos y ardores
entre la espuma blanca de tu piel
y esa cavidad deseable y misteriosa.
Penetro el interior húmedo de un jardín
aromado de brotes ingrávidos y rosas
cuyos pétalos rezuman polvillo de estrella
de mis pasos por los sueños de la luna.
Es el tálamo nuestro intento
de ser los fulgores que el sol y la luna
depositan en las profundidades de la tierra,
guardiana perpetua de los amores
y los secretos.
© José Luis
La boquilla

Baja del cielo un rayo revestido de enigma
como el ojo triangular de un dios supremo,
la tierra lo acoge en su profundidad y sombra
recóndita de un arboleda agreste pero discreta.
Se oye el rumor de ramas y hojas
en la arboleda
y un ardilla, traviesa, persigue a una niña
porque le ofreció una nuez
grande y atractiva,
su hocico se mueve gracioso
enseñando imposibles las palabras
que se esconden en los pétalos carnosos
de una sonrisa o una cómplice mirada.
Una puerta se abre con una sonrisa,
un rayo se irradia con una mirada
y los pétalos rociados de la mañana
lucen ahora en el jarrón de los enigmas,
portilla a la infinidad abierta...
© José Luis
El ojo que nos mira

Provocativo el ojo en la tiniebla
otea en los brazos de la noche
la mirada sujeta en los rincones
y los reflejos que se clarean con las nubes
entre las casas y calzadas de las calles.
Escurridizas las sombras son esos hilos
indecisos de los muros entre los dedos
que sujetan con sus crestas la inconsciencia
paralizada en las alucinaciones y los sueños.
No hay párpados que oculten los sucesos
de millones de habitantes en sus camas,
en sus negruras o en sus pretendidos silencios.
El aire recuerda un espejo incorpóreo
que graba en cada vértice pulido del cristal
la parte oculta de las imágenes proyectadas
sobre las palabras y los arrecifes de la bruma
que las bocas malditas extravían en las gargantas.
Un grito impúdico sacude las sombras
y el pozo del desierto negro se oscurece
arremolinado entre los charcos de agua
como una mirada perdida en la muerte.
© José Luis
Versos escondidos

Hoy sólo tengo palabras
para los versos escondidos
en el fondo vacío de una copa.
No cantan los pájaros en el río
cálido del deseo, picos silenciosos
eran sus miembros mecidos
por las líneas rectas del viento
entre el ignoto páramo del caos
y la curvatura de mis dedos.
Callan también las piedras
que baña en el bosque la fuente
los días mansos de lluvia
y la tierra suspira con el silencio
de mis palabras en la copa.
Mudo un verso se escapa
de mi boca a tu boca,
era un verso escondido
en los labios de aquella rosa
que me clavó su espina.
© José Luis
Al rumor de tu nana

Rasgo los trazos en el papel al dictado de las nubes
rastreadoras de crepúsculos que el cielo surcan
y dejo en cada sombra el penetrar de mi silencio
en las piedras que inertes atesoran la profundidad
inmanente de la tierra poseedora de verdades
ocultas en el mar y en las hojas de las rosas.
Son palabras secretas que sólo conoce el corazón
puro de la noche en el vacío oscuro y palpitante
de las estrellas que sin ojos miran el mundo cegado
a los hombres en el interior de una libélula
que revolotea como un faro orientado a poniente
donde los barcos pierden la línea del horizonte
y zozobran en las olas blancas del olvido.
Tu voz, canto que tenue dulcifica mis noches
por las riberas de la creación y los espejismos,
no resiste descifrar los misterios de mis labios
y delicado posa un beso en las playas milenarias
de naufragios entre las caracolas y mis versos.
Espero a la libélula y la luz de la lámpara
para que den alas a los sueños de mi ergástula
y les acompañe ese viento que mece las birlochas,
las espigas de la campiña y mis palabras encadenadas.
Sé que vendrás
y me contarás al rumor de una nana
los secretos de las sirenas
dejados en los oídos de los navegantes
y en los ecos lejanos de mi infancia...
© José Luis
Se oculta la inmortalidad

El fruto pende ya de la rama
y no hubo mano que lo tomara para sí
o acariciara.
No se perdió la savia,
tuvo ajustada la vida,
conforme a su entrega,
mas al final, todo
regresa al igual que se inicia.
Estuve allí,
cuando dejó dentro el hálito
su sonido en el silencio
y el estremecimiento imperceptible
descendía desde otra rama.
Cómo ansían las flores ese rocío
cuando la mañana no oculta la tristeza.
El olor,
el de las tardes inconfundibles,
planea de unos cuerpos a otros
mientras los pájaros te aguardan.
© José Luis
Entre los árboles... la fortaleza

La sonrisa llenaba su rostro
fijos los ojos en la ventana,
su cabello dorado al viento
se entrelazaba con las ramas
donde se integran arbóreas
en el azul las coronas del cielo.
Los pájaros en sus hombros posados
con los ángeles aleteaban cantos,
un rumor mecía de hojas el silencio
y sus labios leves se acercaban
a los oídos del mar y las caracolas.
Parsimoniosos los ecos llegan lejanos
a las profundidades de las ondinas
donde habitan las sombras verdes
de las nubes, cometas y astros.
Se fue paseando el río una mañana
de verano, una mañana
entraba por donde siempre a su mundo
mágico, su mundo
era el legado que hacía
y también su fortaleza...
© José Luis
Camino entre nubes

Arriba, en el cielo, junto a las águilas
se despliegan las alas de lo imposible,
un mar versátil forman de oro y espuma
las birlochas perdidas que surcan el viento
cuando el sol púrpura se desgrana
y oculta dorado en la penumbra.
Las calles retoman el frescor de la mañana
y el paseo se torna una delicia, un jolgorio
de trinos y de pájaros repiqueteos
a su recalada vespertina en los árboles.
Ociosa mi mente surca también el cielo
habitado por fantásticos ensueños,
oigo a lo lejos el murmullo del Olimpo
y a los héroes invitar por sus conquistas
a beber ambrosía de la copa del triunfo.
Consienten las náyades que por mis venas
corra el agua fresca e inmortal de la fuente
y mis sentidos se abandonan en el letargo
con las olas que van y vienen por el coro
hipnótico de las sirenas y los argonautas.
Toma la noche la clara apariencia de Selene,
se suspende a mis pies la luz de sus rayos
abriendo la puerta justa del Hades
y en el lago Estigia se refleja el brillo
de las almas y las monedas de Caronte.
Noto el rumor de unos labios
que dejan un beso en mi sueño,
e inconsciente reconozco tu sonrisa
en el hálito de Psique en mi frente.
© José Luis
Búcaro

Sazonan las flores el campo
de colores radiantes
de mariposas y libélulas
inscribiendo irisadas en la retina
la estela fractal de los quinqués
que se colman en arco iris y lluvia.
Paredes de piedra en la estancia
la visión del florero componen
de argento latón y jaspeado mármol
en el rincón ligado a las falacias.
De vez en cuando allí sueño
sumido en la inmensidad del mar
con los cantos de las cometas
en sus acrobacias por el viento
y por el más allá...
Traen las nubes azul el descanso
a un cielo verdemar y de olvido,
de golondrinas y raudos vuelos
entre tu cuerpo y mis brazos.
Miraré en el campo los colores
que tu vestido recuerdan
y seré cometa en tu cabello
entregado al viento
y a mis roces.
© José Luis
Carrete sin hilo

El hilo ocioso de la tarde
se va enredando en el mar azul
del cielo y sus algodones blancos.
El aire bambolea la ropa
como una cometa rauda y liviana
que abandona la pesadez de la tierra
con la donosura de una joven
que extiende su melena al viento,
a la inmensidad frágil y etérea
de un beso robado al olvido
y al tiempo,
de un beso jamás delatado.
Un farolillo rondan las polillas,
una luz roja de sirgas impenetrables
como redes urdidas en la noche
para atrapar los sueños
y mis labios extraviados.
La línea del horizonte
lejana entre las nubes y la bruma
va hilvanando los recuerdos,
recuerdos escondidos bajo un cristal
en una pequeña cavidad de la tierra
esperando que pasen los años señalados
para que mis manos,
con enérgicos movimientos,
les retire el polvo y el olvido.
Volveré a ovillar el hilo
en el carrete de la inocencia.
© José Luis
Resbala

Sujeta la piedra serena el agua
que fluye por sus pilastras
y la deja correr
lentamente...
por las oquedades de la tarde.
Resbala la mirada
por la corriente húmeda y rumorosa
mientras recuerdo tu abrazo
y el efluvio de tu pelo
manando entre mis hombros,
y brotan la sangre
de este corazón apasionado
entre los alocados torrentes del anhelo.
De cada gota se sumerge un mundo
en la inconsciencia del olvido
y tu cuerpo se atomiza en el cielo,
en el paso de las nubes
que traen la neblina del mar
y el silencio de las cumbres
en la amplitud de tu mirada.
¿No oyes gotear
la inquietud del deseo
en el espejo de mi alma...?
© José Luis
Guardián de las distancias

Anclado en tus raíces
señor eres de los tiempos
guardián de las distancias
y los olvidados recuerdos.
Azur es la noche en la inmensidad
profunda y soberana de tu mirada
donde invisibles las nubes en su paso
siluetean los dedos de piel acariciada.
Anclado en el cielo
señor eres de las distancias
taumaturgo guardián impenetrable
de las caudalosas ondas del silencio.
Sé que en tu corteza grabada
está la confidencia de la vida
traída en el silbo del aire,
sorbida en la savia de las almas
que miran en el sol la huida
de los días y de la distancia.
Espero cada atardecer
en los densos aires de la bruma
los ecos que olvidados en tus ramas
se tornan en las apacibles palabras
que acunan sugerentes mis sueños
y acercan la finitud de mi corazón
al conocimiento eterno.
© José Luis
Mundos en miniatura

La tierra fertiliza el fruto de las estaciones
como el mar recoge en su sórdida profundidad
el poso suculento de las imperfecciones.
Se incrustan pertinaces las simientes
en la pulpa grana de las humanas delectaciones
mientras gozoso atiende el sol la cadencia
de los nublos y de los astros los acordes.
Un suspiro es entera la vida con sus paradojas;
se fragmenta cada día indeleble la existencia
entre las inmensidades del alma y los ocasos
en pequeños mundos de la locura inseparables.
Pequeñas las esferas giran en mi cabeza
trayendo y llevando en los recuerdos
vívidos las voces íntimas y los frutos
de los secretos depositados en tus sueños...
© FreeWolf
Náufragos de tiempo

Bruñidas superficies entretejen la media tarde
entre los celajes brumosos y tórridos.
Los caminos, enredados a mis pies,
alargan los minutos y la distancia.
Reverbera el eco
y en su expansión me devuelve tu voz
no conocida y afable.
No hubo necesidad de palabras,
el dinamismo incandescente de los cuerpos
irradiaron el abrazo.
Fuimos náufragos de tiempo.
Las palabras, como iceberg,
lucían en su pureza los primeros balbuceos de un niño
ante el mundo que a descubrir empieza...
y en el trasfondo se agitaban unas a otras
en multitud de preguntas, de respuestas y secretos.
Se agolpaban las flores
multicolores en redor de la figura canina
y el hierro forjado en su telaraña
sirvió de palio a nuestras miradas.
Un instante soñado o figurado
que dura lo que una imagen
retenida en las entrañas.
Acudirá a nuestros labios
el silencio callado
queriendo desentrañarse más allá
de la fluyente ría y sus pasarelas...
y te veré feliz alejarte
cárdena entre los soles
que de tu corazón manan.
© FreeWolf
Mirador de retumbos

Retiene verdemar de las sombras el paso
la mirilla y el suceder de los eventos
entre el espacio desajustado en la ventana
y el discontinuo trazado del tiempo.
Magnetiza el metal de sus párpados
las voces en la garganta desbaratada
y cautivadora, sima retumbante
de furtivos murmullos extraviados.
Incrustan las ondas en su tránsito
fragmentos irisados de cristal y aljófar
en la indefectible arcada del silencio.
Recóndita una luz confusa y vacilante
invoca en el altar de una nana rumorosa
a las almas que huidizas persisten terrenales.
© FreeWolf
Sin nada

No poseemos nada
acaso unos huesos
o unas cenizas.
Los labios,
tus besos,
el sonido del aire,
la voz de tus versos...
son señales fugaces
y eternas
que no nos pertenecen
más allá de una lágrima
o el suspiro del tiempo.
En nuestros corazones
seguirá frágil la luz
entre torbellinos de tinieblas.
Deja que al menos
posea tu cuerpo
efímero
en nuestra muerte.
© FreeWolf
Vientos y rosas

Soplan céfiros en los cabellos de Era
y entonan los fragores de la batalla
entre las ramas espaciadas que la vereda
oculta al horizonte de unas pisadas.
Arteros los pasos que sujetan la tierra
a la forma imperfecta de las palabras
en los labios de la conspicua muerte
huyen de la fugacidad de la existencia.
Brotan los pétalos de sangre esclarecida
en la insondable sombra de la arboleda
donde galana Selene la noche ilumina.
Una escultura tienta la vida prestada
a la enigmática inmensidad del tiempo
entre las cesuras de una rosa... blanca.
© FreeWolf
El círculo

impelidas por el viento
de un cigarrillo blanco
y deletéreo
en la boca
ardiendo.
Geometría extática
en movimiento,
la nada redundante,
el carmín de un beso...
terapéutica figura
de pan y queso,
el círculo cabal
y perfecto,
la síntesis genética
de un pensamiento...
El círculo ser necesita,
ser llamador y silencio,
esconderse delante de la puerta
y aguardar,
aguardar que le ase una mano,
le ase fuerte
y golpee la madera,
madera escarlata
e inerte,
y nazca el sonido
que clame atención
como cuando nace un niño
que sujeta en su lloro
los milenios perdidos
que ensartando irá a vida
para que cuando llegue la muerte
disponga su grano
o complete...
© FreeWolf
Vértice de locura

Descontroladas las imágenes de la noche
pululan por el universo
desparramando flujos y reflujos
de desesperación y deseo
mientras no acierte la consciencia
a articular sus propios sueños...
Cada anochecer
y entre los brazos de un libro
grabamos nuestras vidas en formas oníricas
y nuestros cuerpos, tersos y anhelantes,
se imaginan otra existencia,
durmiendo...
No pude evitar una mirada al espejo,
buscaba qué acaecía en su semblante
más allá de los labios y la bruna escarcha
de la inquietud y el caos...
Aun sin motivo aparente mis ojos
chispeantes aparecieron con ella...
Tu retrato y yo frente a frente,
los dos desnudos de engaños
entre las mismas manos,
un suspiro delata tu silencio,
un suspiro que atrapa nuestro tiempo
pasado...
Anudaré tu espectro a la figura indómita de la luna
y en sus rayos profanaré las mejillas de la sombra
hasta arder lentamente entre tus brazos...
Empuñemos juntos la locura
de amor
y nazcamos al universo
donde libertemos nuestros besos
entre fugaces momentos y birlochas.
© FreeWolf
Lectura

Se graban en las manos púrpuras
los recuerdos que incitan las letras
mientras las cruzan los ojos tersos
y desentrañan ceñida la frontera
que retira del dilatado horizonte
el azur que resplandece el cielo.
No tengo miedo a las palabras
que encaminan muy lejos su eco
como no siento tampoco zozobra
de los corpúsculos de tu cuerpo
cuando abrazan en la quietud
las palabras “te quiero”.
Esperan en las yemas las flores
los labios que despierten gráciles
claros y aterciopelados pétalos
ocultos en glaucas y suaves sedas
entre blondas voces y sonoros rumores
que brotan del jardín de la primavera.
Y en el silencio de la inmóvil estancia
se proclaman conjurados unos versos
“Los ojos de la madrugada
dejaron junto a los pétalos
escondidas las lágrimas
reclamo del firmamento”
© FreeWolf
No hay porqués

el camino de la noche
entre los arrecifes del sueño,
ni he roto las palabras
en el papel del silencio,
el que a veces no tañe
es este corazón inquieto.
No tañe como quiero,
ni late despacio,
aletea ruidos sin sentido
en el mar del estrépito
y cuando llega la sombra
y el recuerdo
la sangre se contrae
y firme la espita ciega
de mis ojos el humor
que segrega el quebranto.
No,
no he olvidado el camino
ni tu risa...
ni el llanto.
© FreeWolf
Entre sus manos...

Una sola palabra,
una única imagen en la antecámara
del crepúsculo eludía el paso
de las lágrimas por la piel
sedosa de la mañana
cuando brumosas las nubes
tristeza anunciaban.
Rilan las velas
del desasosiego entre los vehementes
embates del silencio
mientras cada amanecer
una alondra se posa en el alféizar
de la ventana y en su canto
los recuerdos brotan entre manantiales
de miradas proscritas
y en sus letras cartas
desgastadas.
Muchas horas en la penumbra
de la habitación releía los momentos
que felices traían de la infancia
el patio cubierto
de rosales y la hojarasca
donde escondía el valor
de la inocencia y las pupilas
se le agrandaban en la tormenta
y en el mar
cuando zozobra la cubierta
y barco presiente el final.
Al temblor de su voz
acudía el eco de la tarde
y las manos
y los besos
trabadas
escondidos...
Se cierran los ojos
en la inmensidad
del silencio y el abandono
en el recuerdo de aquel ramo
que simbolizó el amor...
que lo fue todo.
© FreeWolf
Sobre las nubes

En las yemas de mis dedos
acaricio tenue tu figura
en inadvertidas introspecciones
mientras recorro con suavidad
las líneas que estremecen concéntricas
el paso del deseo
y ríe la lluvia en tu hueco
con el rumor de las ondas
que clarean púrpura la mañana
entre los briosos abedules del valle
que custodian ancestrales los elfos...
El fragante viento en su suspiro
se mezcla entre las flores
con el risueño canto de las calandrias
y tu sonrisa asoma penetrante
irradiando el verdor de los alcores
después de la bruma que viste
la noche en su manto
y engarza suave a tu pelo
carmesí un rosario
de besos...
Suben lentas las palabras
la garganta del silencio
y la aurora de tus ojos
se graba en mi pecho...
indelebles son los rastros
de tu avance por mi cuerpo.
© FreeWolf
Oh, Principito, mi Principito...

Los acordes
resuenan en el piano
y las manos
tantean el polvillo
que al paso de las horas
se deposita en las teclas blancas...
se deposita en las teclas negras...
y se acompasan en la mirada
de las notas que conmueven el aire
en la quietud de la noche
mientras Selene se inunda púrpura
y creciente en la serenata
de misterio y de bruma.
Avanza una sombra,
avanza
entre los trigales que bruñe Febrero
en el carro de un Helios vehemente
que primoroso esparce en los granos
símbolo y fertilidad en la simiente
y espiga en la primavera.
Busco el rumor de mi zorro
rumor fugaz de aquel tiempo
que sutiles guardaron los rayos
en los pétalos de un libro
con una luna llena
y la canción de mi niño...
© FreeWolf
Mecidos...

Los árboles
sueñan la primavera
de las avecillas en el verdor
mientras la lluvia blande en sus gotas
los abandonados recuerdos
que el cielo atesora
en la sombra púrpura del silencio
de unos labios que no se abren
más que cuando se ensueña el deseo...
Las horas deambulan entre las páginas
y descifran nuestro destino
alrededor de los sueños
y los años cumplidos.
Dibujo palabras en el pensamiento
con tus poros cuando me oculto
en la piel tersa de tu cuerpo
y nace plácida la sonrisa...
siempre delirio terso.
Mece las hojas el viento
cristalino del anhelo
y de nuevo vuela a nosotros
el amor como un juego...
© FreeWolf
Un domingo cualquiera...

Tu risa mece la sombra
de los árboles en la aurora
y anidan en ella los pájaros
que afinan en el alféizar
de la primavera las flores.
Es la mañana clara
de un domingo de Enero
y luces en la melena
el requiebro de la luna
llena de finas perlas.
Y salen de tus labios
el aguamiel de las praderas,
esmeralda, grana y gualda,
rumores de arbóreas crestas
en los pétalos mimados.
Volveremos a pasear
entre las blancas corolas
que perfumaban de jazmín
nuestras yemas inquietas
entre atardeceres y roces...
© FreeWolf
Día inerte

Cadáveres
de luna llena se reflejan
en el río argento
mientras cabalgan en la sombra
humeantes de plata las balas
que aullidos danzan...
No busques codiciosa
al hombre fiera
en este corazón salvaje
pues sus desgarrados gritos
temblar hacen a las ánimas
en su monte sacro.
Ciegas
tus palabras en la sombra
no encuentran mi nombre
porque a cada letra olvidada
la embosca un ahorcado.
Vacíos están tus ojos
en las crueles cuencas del sudario
mientras te ríes en la mirada
de los gusanos que me custodian.
Un desierto infinito
se extiende entre mis sienes
en lo que antes fueran memorias
ahora se entroniza tu muerte...
© FreeWolf
Latido de versos

Un poema en blanco
la hoja esconde
en sutiles líneas
y la mirada lee el corazón
en los senderos del silencio
mientras avanza el alba
iniciando azures los sonidos
tras la revestida bruma clara.
Florece el día nuevo
en la nebulosa luz del tiempo
y abres castaños los ojos
entre los aislados recuerdos
de unas letras en tus manos
que danzan entre los dedos
sólidos y palpables anclajes
en la profundidad de los sueños.
La calle oye firme tus latidos
transitados en el invariable flujo
vibrante de un mar embravecido
entre las callosas rocas cetrinas
ante el blanquecino encaro de la luna,
y el cielo te habla de pasiones
irisadas en la noble alcurnia
de toronjas sedas
y dorados tules.
Avanza fuliginosa la tinta
dejando escapar en sus roces
los ecos de unos suspiros...
© FreeWolf
Grabado en la corteza...

Paseo entre las calles
y me devuelve una ventana
azur y abierto el cielo
de un tapiz que me recuerda
el color de tu cabello
cuando recostado en mi hombro
lo acariciaba en la inmensidad
que frecuentaba nuestro silencio
y escuchaba de tus labios
la presencia de unos versos
dejados en la hoja sutil
de nuestros impalpables empeños
y que revelarán el futuro
y la puerta transitable
a todos los universos.
Siento
suave el aire recorrer mi cuerpo
entre la arboleda
salvaje de nuestros sueños
y las hojas en su vuelo
coronan un corazón grabado
en la corteza del sosiego
y siento
cómo late
y manda creciente el flujo
del anhelo
mientras mis dedos recorren
impenetrable el deseo
y tu cuerpo...
Lentamente
el reloj aguarda intacto
el tránsito de nuestro tiempo
entre los granos sinuosos
que sujetan ingrávidos la mirada
en la profundidad de nuestros besos
mientras contemplamos la vida
que nace
y nos acecha
en la infinitud
de roces y pasiones.
Suavemente
el ensueño envuelve nuestros brazos
alrededor de su lienzo
y apoyas la cabeza en mi seno
y dejas que se cierren los ojos
en la frondosidad de imágenes
que no nos pertenecen
pero que hablan de nosotros
y de nuestras preexistencias...
Nuevamente
el amor
en la corteza de un árbol
embelesa...
© FreeWolf
Apoyado en la corriente

Impalpable la bruma entre los dedos
aquieta otro inexplorado mundo
abierto entre las efímeras yemas
del deseo,
mientras se ruboriza el silencio
que trama en los oídos la melodía
prendida en el sereno mirar
del cielo,
cuando los ojos dictan las palabras,
tendidas voces de rumor ceñido,
que volátiles abrigan el rocío cubierto
de besos
cadenciosos entre los pulcros labios
que tejen el son de inéditas simetrías
y lograron pronunciar entre sus pausas
te quiero.
Suave desciende el crepúsculo
cárdeno
en su intimidad recóndita
y el oro que cede velada la tarde
entre las vaporosas destilaciones del tiempo
entreteje a la luna las resonancias cedidas
en mis pensamientos...
Aguardo inconscientemente
que más allá del horizonte
serena la corriente
de mi voz encamine la estela
mientras pronuncio tu nombre...
© FreeWolf
Mis brazos

mecen los recuerdos
en la arena blanca
en que se baña el silencio
en un instante
en el que la luna
abandona su sueño
y resbala
sus rayos tenues
por tu cintura
y pelo.
Retienes
afectuosa en tu oquedad
los momentos del encuentro,
recónditos en la frente,
y ligero sientes el hormigueo
en el rubor confuso y el murmullo
que recorre pálido tu pecho
mientras dejas que mis dedos
se diluyan en voluptuosidades…
y lentamente accedan a las brumas
que desintegran tu imagen
en el silente misterio de la noche.
Abres
con una sola de tus palabras
las vaporosas puertas de la complacencia
donde los vestigios
cedidos por tu presencia
fluyen tenuemente
en el proceloso mar de la inconsciencia
y el ensueño.
Suena el reloj
que me mantiene despierto
con su tic tac
constante e inquieto
y sus manecillas
como tus besos
me traen el amanecer
de la calidez de tu cuerpo.
Y ahora
entre mis brazos dormida
mis labios agradecen
tu inmanencia en una sonrisa.
© FreeWolf
Otra tarde

Juega la tarde
a escaparse entre los celajes
que la sombra deja en el crepúsculo
y que mi voz aguarda
mientras marcan suaves los aleteos
el final de los relojes,
el paso etéreo del tiempo
y el recogimiento
que acompañan en la noche
la tersura de las sábanas
y los sueños.
Abandona el sol
la luz del recuerdo
tras los cárdenos reflejos
de la bruma de un mar lejano
y en sus glaucos movimientos
acompasan a la lluvia
fecundando la tierra
en su savia y sus memorias
mientras recogen tus manos
la ancestral caracola del silencio
y la arrimas al oído
buscando el eco del misterio
que es la vida
con el sonido de un “te quiero”
© FreeWolf
De la noche

En la estela del mar
se disipa la mirada
en un inmarcesible reflejo
mientras invariables las olas
envejecen tenue el sonido
distraído de las sirenas
en la reminiscencia del ocaso
que levemente se pierde
entre los frágiles matices
que oculta el horizonte
en su hondura agreste.
Del silencio vacío las imágenes
que la tarde detuvo en mi retina
mientras seguía travieso los pasos
cárdenos del encuentro
cuando el sol abandona su altura
y deja en la penumbra
tu presencia en un beso.
El calor siento de tu abrazo
y el roce de tus dedos
y las palabras te quiero
surgiendo de la noche.
© FreeWolf
Nuestro silencio

Me mirabas,
te miraba
y la luz el miramiento velaba.
Y los ojos eran
en tu piel
mis palabras.
Y la tarde
en tus labios
pensó la madrugada.
El silencio
nos aguarda
y también desvelado
el sueño en nuestra mente
y las horas gratas
en la noche mágica.
Sonríes
y el mar
nuestro amor ensambla
en sus olas
a la luz del alba.
© FreeWolf
Oscura intimidad

al sol turban de la madrugada
mientras te confiere la luna en sus rayos
mis palabras enamoradas,
y volátiles mis labios
acercan a tus ojos las inquietudes
de mi ánima.
No hay lágrimas
para el silencio del amor,
sino razonable calma…
Porque gozosas manos percibieron tu cuerpo
entre las sedas de la mañana
y avivaron de las sutiles pupilas el delirio
mientras incrustadas se ceñían las distancias
de las tiernas caricias
en el cárdeno cielo de tu estancia…
Frenético recorro el ardor
que siente rosácea tu piel
entre los estertores del firmamento,
celoso de tu lozanía
cedida en el bruñido lecho del tiempo
mientras explorabas curtida la senda
del deseo.
Densa tu selva
agita purpúrea la savia del desvelo,
tiñendo de salvaje ensueño
el instinto de la alborada
que nace inquebrantable
de nuestro ayer en el recuerdo.
… únicamente…
el crepitar de tus pensamientos…
acompasa al sonido de mis labios…
mas las palabras no acuden al encuentro…
por eso,
sólo por eso,
poseerás mi silencio…
pues cómo ignorar esa profunda oscuridad…
© FreeWolf
El Paseo

Irrumpe cárdeno el cielo
paso a paso
al rumor glauco de la espuma
y los recientes recuerdos
que tras la prominente silueta aleteada
trascienden la nada en su vuelo.
Fatigadas las abstracciones del ayer
se han limpiado esta mañana
a la señal de las pisadas
y del mar en su salobre ajetreo.
Deambulan sutiles las miradas
calladas entre las sombras
que entreveran tangible la ausencia
en las grisas rugosidades
de la palmera palmada...
Aguardan vaporosas las olas
el eco de esas palabras
ofrecidas en el crepúsculo,
cuando los cuerpos se abrazan,
y que llegan y se van
como nácara desgranada.
FreeWolf
Cuando se oculta el sol

No se silencian las palabras,
como no se acalla al corazón
que toronja tras cada retorno
tu apariencia inventa en la inmensidad.
Sosegada escondes en toda sombra
la voz atávica de las dudas y los antojos
hirsutos en tu pelo ondulante y bermejo
que un tiempo atrás esculpía en un soplo
esbeltas birlochas y caracolas.
La tarde trae cadenciosa el eco
de las batientes olas de la memoria
que indelebles enraízan en la bóveda
de nuestras manos confundidas.
Y en la vespertina corteza del árbol
que amamanta difusa la sombra
denota una flecha traviesa
indeleble nuestro amor...
FreeWolf
Los ojos de la tarde

Inmóviles se arrebujan los ojos de la tarde
e irisados se aquietan en el horizonte
que tras la arcana cimbra, tras las versátiles auras
retienen tu frente entre mis manos,
lejos del cárdeno fragor de las palabras
que expresan lo prohibido del anhelo
tras el tenue velo de la inconsciencia
consentida entre esas nubes postergadas.
Dejas que se desgrane el tiempo
entre los trigales de la esperanza
mientras asistes en la ventana al ocaso
mientras vuelven los cantos a la infancia,
y se llena desheredada la luna de los abrazos
entre las sábanas estrelladas del desvelo
con el sonido del mundo entre tus labios
límpidos engendramos fugaz la alborada.
FreeWolf
Órbitas

Participa la noche en el juego
de las ilusiones con la grácil Selene
que chispeante esparce entre los repujados jaspes
de la tarde las esferas del agrado,
mientras bruñidas las purificadas efigies,
entre el polvo de las estrellas
y el transcurrir del tiempo,
pespuntan entre sus indelebles dinteles
los huidizos símbolos del anhelo.
Gira la vida,
y también el cuerpo
que recorre mis brazos,
y en cada filigrana de acanto
se reconocen, una vez más,
en lo existido hasta el momento.
Mis manos entre los senos de las órbitas
descifran el rito de los orgiásticos sonidos
que ululantes se elevan por la pilastra del deseo
hasta alcanzar tu nombre
en su resonancia más recóndita.
La tormenta
empuña la calma;
mis sentidos,
tus entrañas.
Selene y la noche nos esperan…
FreeWolf
Alma en un vuelo

Borbotean las caricias
en la sangre
de mis brazos
cuando se prenden
a tu seno
y a la híspida fronda
en los ancestrales sueños.
Mecen el transitar del tiempo
y las cadenciosas palabras
las espigas de tu cuerpo.
Ríen tus ojos
y salgo a tu encuentro,
y en tus labios
abandono el deseo,
y cedo al silencio
la ingravidez del momento.
FreeWolf
Prófugo el tiempo

Las manecillas no aciertan a revelar los extáticos símbolos
que inconscientes rastrean los surcos de mi pensamiento hilvanado
en tu cuerpo con los instantes despojados a las permanentes parcas
de las mortales runas y los irreductibles usos.
La nube que recorre mi mente descarga mansa las pavesas
teñidas de sueños y memorias, y me confiere esa versatilidad
que el espíritu vierte desde la génesis de los tiempos.
Me inquietan las palabras en la faltriquera de la sombra
y sus sonidos, en la quietud de la distancia, presumen secretos
que resuenan en las cuencas verdemares del abismo.
Se aparta la luz más allá de los destinos inhumados y la voz vacía,
y el silencio aterra los recogimientos incrustados en la natural malicia
de la atávica poma trabada en las danzas profanas de las sierpes.
Así el reloj en su continuo caminar persigue la nada,
las horas fugaces esclavizan el ritmo del tiempo
y la eternidad pronunciada en la heredad de tu cuerpo
aflorará indeleble en el devenir de cada grácil crisálida.
FreeWolf
Lejos, muy, muy lejos...

Desocupa la nada su mirada en el impetuoso piélago
de la verdad y la falacia,
donde los espejismos insinúan las delicadas voces carmesí
de los labios fugaces en el limbo de las playas.
Y anhelo el no silencio de tus aguardas
y la mano trémula
que a mis tardes acompaña entre las ondas del mar
y la barca varada
tras los recónditos abrojos que subyugan mi ánima.
Impenetrable el tiempo se esconde entre la peregrina bruma
y las grietas atávicas
que tornan en rayos el fulgor de la mañana.
Límpida envuelve el cendal
la perplejidad en la distancia.
FreeWolf
Desidiosa presteza extática

Aguardan recatadas las letras
la inquietud tenue de unos labios
en el pretil del silencio.
Y vacuas las horas del antojo
no se privan de mirar poderosas la incuria
ante las pupilas bermellones del desacierto.
Forjé ensartando la ajorca
al iris entre tus dedos;
alivié de mis nubes
las gravitadas pecas del pensamiento.
Y en el eco de la tarde moría el suspiro…
y en las sombras sedientas del rumor...
mi tiempo.
FreeWolf
Tras la ventana...
entre las manos perdidas se extingue
y suspiran macilentos los campos
tras las nubes anochecidas.
Detuvo el pitirrojo su cantar
bajo las fragantes azucenas
junto al ya ocioso sitial del jardín
ante la mirada
lánguidamente azul...
Resbalan los minutos tras el cristal
vidrioso entre las irisadas sonrisas del recuerdo
y las ásperas horas de la distancia.
FreeWolf
La Fuente.
el halo nacido de la noche
y de los pensamientos.
El batir de sus alas
acallan las alondras
al rumor argento de nuestras miradas.
Alegres los caños
dejan surtirse a las aguas
de la frescura de la estancia
entre las perpetuos cantos del edén.
Y tras el glauco reflejo
se yergue sinuosa la columna
en la que se alojan los nombres
de las ardientes sombras.
Quién sabe si una mano,
ondulando la cristalina pátina,
dispense a los hijos de Pandora
de la gabela de las adversidades.
Resuenan
del Olimpo
los clarines.
FreeWolf
Volátil.
de los días fugaces
del glauco tiempo
entre los tornasolados hilos
de las parcas
he visto tu clarear
a través de los fúlgidos rayos
con ojos asombrados
ante la admirable beldad
de un ceremonial único
y eternamente inmutable.
Manas de la férrea tierra
el fruto sazonado de tus esplendores
de saladas perlas el abono
y de ledos resaltes tus sentidos.
Entre los cantos de la vereda
acaso mis pasos
anuncien recuerdos...
FreeWolf
Solador.

acallar los suspiros del olvido
a través de los muertos,
hasta el ronco sonido
de los engranajes del tiempo
entre las plateadas
sienes de la inadvertencia.
Polvo tienen los atisbos del silencio
ahuecando el alma,
polvo inerte...
FreeWolf
Pálpitos...
tus rojas sedas
a brillar
en el glauco tapiz del río
jubilosas,
mecidas
al compás de los latidos
de unos tímidos labios
que no aciertan
a pronunciar el nombre
de la que le trae
la primavera a sus ojos.
Reposa el volcán
milenario
entre las ramas azules
que las nubes difieren
tras roce de los párpados
por el sueño...
Balancéase el cuerpo
al pálpito jubiloso de su dueño
ante el recuerdo...
FreeWolf
Lo tuyo...

erízanse los vellos inagotables del deseo
entre el balanceo de los juncos y el ocaso...
Sueña de unos labios el arco
con el fragor de la justa
el ímpetu encarnizado
antes del tenaz descanso,
fragilidad radiante entre los sueños
balsámicos de mis ciclos,
tú, guerrera de mis dedos.
Un instante después
solo dejo
al recuerdo...
FreeWolf
Quien camina a tu lado.
a dejar atrás esas huellas
que acrecientan mi esencia
mas traban mi albedrío.
Aprendí en el camino
que aquell@s que te seduzcan
es porque parte de su ánima
está ligada a la tuya.
Aprendí en el camino
a depositar las lágrimas
en las vidrieras perpetuas
en los atisbos del Olimpo.
Aprendí en el camino:
que quien camina a tu lado
y se entrecruza en tus pasos
sólo puede ser tu amigo.
FreeWolf
Perspectivas.
merodea tu presencia páginas,
mientras rozas, recuerdo incierto,
la molestia de una lágrima.
Buscas el canto de la sirena
en los escollos de las esquinas,
donde atemperan las margaritas
el sufrimiento de una respuesta .
Acaso no te dijo el soplo
de la tarde, disimulada
la mirada en el naciente otoño,
“ te aguarda en la alborada “.
Y ataviada la mañana
con las cintas de la verdad
abriéronse las cadenas
que refrenaban la paz.
FreeWolf
Lágrimas...
entre las espumosas sales de los dolientes piélagos
mientras exudan tus entrañas
los venenos de la ausencia.
Los pliegues de su mano
grabaron en tu rostro
las cálidas ranuras del anhelo,
y ahora
en la mirada azul el tiempo
rasga las vestiduras de la tarde
para cobijar tu alma.
FreeWolf
Intimidad arropada.
entre las espumosas sales de los dolientes piélagos
mientras exudan tus entrañas
los venenos de la ausencia.
Los pliegues de su mano
grabaron en tu rostro
las cálidas ranuras del anhelo,
y ahora en la mirada azul
el tiempo rasga
las vestiduras de la tarde
para cobijar tu alma.
FreeWolf
Aire, manto de arena herida.

en incansable gotear
Se cierra el día
la escasa luz
apaga colores
tiñendo gris
lo que el ojo alcanza
El cielo rasgó
ensordeciendo el silencio
la sangre carmesí
Hoy no ha amanecido
Hoy cubre el frío
negra escarcha
FreeWolf
Días de fiebre.
he acercado palpitantes los labios prestados
con la voz de las palabras eternas, que brotan
al rumor de los rezos ancestrales a las diosas.
Y en ellas he plasmado mi presencia con un beso
de amor fraterno, de compañero de pelota
ausente de tu escondite, desesperado en el intento
por salvarte, de que el “grande” rompiera tu peonza.
Alrededor de las faldillas del brasero
todavía me quedan las tardes, lluviosas,
de nevera asaltada, de cómplices recompensas
de tesoros de galleta y chocolate.
Y quizá sean mis sienes
las que tus labios rocen
con las palabras de entonces...
¿Vienes?
FreeWolf
Corazón pirata.
enarbolando guirnaldas
de tus abordajes
con bandera blanca.
Surcando gélidos fuegos,
cruzando mares alados,
vagando
ciudades y pueblos,
gentes y razas;
sendas de irisados hielos
caminos de fugaces brasas.
La niebla
a mundos te abre,
luciendo
desnudos ropajes,
cálidos pechos
en majestuosos galopes
blancocrinados.
Y cuando a ella te acerques
nada le digas,
ánclate a su fondo,
despliega ilusiones al viento,
acalla troneras y tambores.
El silencio
a su lado,
en etérea mirada,
le contará que has llegado.
FreeWolf