Profundidad natural
A veces
cuando uno se pierde
en la profundidad natural
que entraña la naturaleza
sin querer
encuentra lo inesperado:
la fuga de un pensamiento
en lo alto de una piedra.
A veces
cuando uno se pierde
en la profundidad natural
que entraña la naturaleza
sin querer
encuentra lo inesperado:
la fuga de un pensamiento
en lo alto de una piedra.
Algunas mañanas
la ventana me mira.
Me presenta la posibilidad
de una nueva práctica
en la conquista del tiempo.
Esta mañana fría de febrero,
en la que los chopos esconden sus hojas
y el gris del cielo es un extenso manto,
un grupo de urracas en cuadrilla silenciosa
llaman mi atención con su atractiva estampa.
Me pongo nervioso,
qué poco duran esos momentos
en los que la captura del instante
es extremadamente fugaz
para retenerlo en la memoria
que nos acompaña siempre.
Cuando mi cámara por fin dispara
la huida ha cambiado la fisonomía
y agudizado más esa soledad temprana
que nos lleva a la prisa en la vida...
Abandono la ventana llevándome
ceniciento cielo, renovados brotes
y una pareja de picazas
que me devolvían al invierno.
En un nuevo despertar,
intuyendo las golondrinas
volveré a la ventana.
© José Luis
Cielo entreverado azul
blancuzco en nubes desintegradas
con cables unidos a la tierra
heredad sujeta en los pies
y ojos que se afirman
en un avistar oblicuo.
La energía se mueve
pero al igual que la bravura
está ceñida a la línea
que continuidad imprime
fuera
donde son los límites
purpúreas pretensiones.
No hay pájaros
donde el sol la mañana alegra
porque hay días
cuando la tarde se ciñe gris y opaca
cuando la abertura del cielo es inerte
que negras alas visten
las energizadas rayas.
Me gustan las líneas blancas
que dejan en el azur del limbo
otras alas de viajeros
que dejan abajo su mirada,
yo una vez fui uno de esos
que temblaba
cuando la líneas rojas de unos labios
me besaban.
© José Luis
Tiempo (copa):
- No, no volveré.
Mente (nuez):
- Sí, y siempre que yo quiera.
Tiempo:
- Puede que no sepas quién fuiste, y no necesites que regrese.
Mente:
- Entonces, aunque eso sea, seguro que desearé que vuelvas.
Tiempo:
- Tú no necesitas del tiempo.
Mente:
- Es verdad, pero no es para mí, para quien quiero que vuelvas.
Tiempo:
- No puedo entretenerme.
Mente:
- Ni yo dejar que te marches.
No es el tiempo ni la mente quien importa, soy yo, que no sé quién soy.
O quizá sí.
La mente no puede desligarse del cuerpo
pero el cuerpo se ha desligado del tiempo
en una frenética carrera
y según avanzo
y me alejo del tiempo
más me acerco.
El tiempo marca la vida desde que nacemos
el tiempo avanza por nosotros
y cuando nos quedamos atrás
no entendemos qué nos pasa;
y cuando nos adelantamos
nos perdemos.
Ir al compás del tiempo es vivir
y cuando has vivido quieres retener
y cuando retienes se acerca el miedo y la incertidumbre
y vienen las dudas
y en tela de juicio desembocas.
Ir al compás del tiempo
es ir haciendo de la vida un sendero
y sabes que lo que ves es único
y sigues
sin aferrarte, aunque a veces dejes la mirada atrás,
y aun con dudas
sigues
porque no deseas que se escape el tiempo,
mas el espejo no miente
y lo que ves es lo que queda
o lo que no queda.
Yo:
- Tiempo, no corras.
Tiempo:
- Ya sabes que no corro, es mi manera de andar.
Yo:
- Tiempo no andes así, párate un poco y déjame que descanse.
Tiempo:
- No depende de mí.
Yo:
- No sé si reírme o asustarme
(pero mientras deja que no olvide…).
© José Luis
Mirar a lo lejos,
perder la mirada,
ausentarse,
dejar de ser,
ensimismarse.
Con el pasar de los años
el silencio se ha ido argumentando,
dejando tras de sí
aquello que siempre ha sido
y que, a veces, olvidamos:
somos el momento...
que se alimenta de eternidad.
Por eso
miramos a lo lejos,
perdemos la mirada,
nos ausentamos,
dejamos de ser
cuando nos encontramos
y se nos hace consciencia.
Con el pasar de los años
acallo la calma
y me argumento
y quisiera creerme infinito
y no dejar lo que tengo.
© José Luis
Ante la puerta
cerrada
una cara fiera
ofrece la llamada.
Ha soportado la pintura
inclemencias y trancazos,
piel de entrada a la intimidad
(ah, de la casa)
que ofrece todo hogar
cuando el amigo o forastero
(ah, de la casa)
en sus pasos avanza
por eso,
el llamador o aldaba
vigilante
avisa a la entrada.
El tiempo
la edad
arrasa la piel
en acumuladas capas,
ese aspecto antiguo, bronco,
desgastado y rancio
va dejando su paso
al silencio y la ausencia
(ah, de la casa)
sus moradores ya
la visita no aguardan
(aunque se oye un arrastrar de pies)
porque las vivencias de recuerdos
ensimismados en un mar de fondo
esconde los sonidos
que se abandonan en la aldaba
(ah, de la casa).
Casas de abuelos
escaleras de madera
hogares de infancia
alcobas de muñecas
(ah, de la casa)
y ahora
con la aldaba en su llamar
el pasado se rasga.
© José Luis
Por naturaleza, la tierra, madre
de las profundidades teje
(con el agua en sintonía) la vida.
En la claridad,
cuando la noche es abandonada,
los colores reclaman los sentidos
transfigurado un reino aparente
adentro de la vasija filigranada.
Momento de las setas es
en la memoria de imágenes,
que caprichosa, envuelve en regalo
lo que un día fuera distracción,
y hasta deleite en la atmósfera.
El olor atrae el recuerdo,
Proust y su magdalena
buscando el tiempo perdido,
cruza secretamente el pasadizo
que una vez siendo niño
excavara en un tazón de chocolate.
Todo en su condición
presenta la doble faceta:
el presente se hace ahora
o el futuro trae el pasado,
soy mientras estoy respirando
o en un suspiro soy recuerdo.
© José Luis
Algunos días
algunos días solo
en la memoria busco
qué compartir en imágenes.
Que el tiempo noto
me sobrepasa
y asirlo pretendo
pero...
el final llega del día
y “me han podido”.
Es difícil tratar al tiempo
¡y mira que llevamos juntos años!
Pero no me perdona una
así que al menos
algo que han procesado mi mente y ojos
espero que también os llegue.
Las videncias del cristal
invierten
lo que en realidad
no es más que otra fantasía
que juega con nosotros
mientras
que tenemos la luz encendida.
© José Luis
Atrás quedó febrero
con sus soles y carnestolendas;
al abrigo de las chimeneas,
junto al invierno
atrás, febrero, quedaste.
A tus nidos vuelven los pretendientes
barruntando ramas y cigüeñas,
que en las alturas la naturaleza sigue
en la nueva vida que se engendra,
blanco sobre negro el pico
acepta en la madurez la espera.
Miradas de cigüeña en los batientes,
domicilio incondicional en la alborada;
aquieta al horizonte tu mirar
de lisonjeros tejados oteadores
de promesas halagüeñas estivales,
pues de camino traes ojival
nuevo pico en las entrañas
inmaculado y batiente plumaje.
© José Luis
Dónde la tranquilidad reside,
de la mente el descanso dónde,
el alivio del pensamiento,
no el no querer pensar
sino ese momento de parálisis
que nos invade
e incauta.
Una simple alcoba pueder ser la pausa,
el hueco en un muro impertérrito,
desde donde se extiende la mirada,
la tranquilidad que sea estado
que domine el horizonte,
perspectiva perenne en el encuentro
con uno mismo.
Una mano en su confor,
sangre caliente,
que a la sabandija dé cobijo
y se tienda efectivo en puente
hacia el sosiego del tumulto
que la vida es a veces.
Protegido, desde la cuna a la muerte,
el hombre satisface al destino,
aunque con certeza no sepa
dónde va o ha ido,
aires de tranquilidad cortejan
la incertidumbre
de haber sido.
© José Luis
Flanquea el firmamento la superficie
que a la tierra nos ata,
entre los límites nos atrapa
nos inquieta
y no hacemos más que ir hacia ella.
Unas veces cielo la llamo,
otras entre las manos la embrollo
y, aunque se me escape,
sueño que la tengo.
En los vuelos, algunas veces, me silencia
cuando surco y me bambolea
y no sé bien dónde me lleva,
por eso algunas veces
la invado con mis inventos.
Es la extendida conquista
que a los pájaros cedemos,
a las águilas y los mirlos les encanta
que proyecte mis ojos en sus alas...
me saludan en su planeo alegres,
mientras yo... arrojo mis limitaciones
al viento.
© José Luis
Una inmensidad en la nada
una gota de agua
un desenvuelto microorganismo
una torrentera estruendosa
un mar poblado
una escapada a la tierra
repto
gateo
salto
camino
evolución de las apariencias
mirada al cielo
quiero volar
alcanzar lo que veo
sueño
persigo
acoso
pienso
y en el pensamiento crezco
aprendiendo a volar
no fue solo un intento
realidad en la ficción
capacidad
y esfuerzo
aprendiendo a volar fui
Juan Salvador
Donald Shimoda
Leonardo DaVinci
aprendiz
lector
caminante
de muchos vuelos...
© José Luis
El arte y la libertad de expresión
sacar a afuera lo de dentro
provocar en el respeto
¿respetar la provocación?
más allá de inoportunos debates
mirar con los ojos del otro
y dejar que en nosotros
transforme nuestra experiencia,
graffities que perduran...
si les damos tiempo.
© José Luis
La puerta
camino prohibido
suspicaz espalda
se muestra en sus herrajes
galardonada
pero también hermética
con una salida
franqueable
huye mi mano hacia el audaz
en su roce salvaje
y un suspiro lo eleva
sorteando los ángeles
un largo instante lo abate
a mayor gravedad mayor estruendo
tiemblan los árboles
y se aceleran mis miedos
las agujas me apuntan
chirría los charnelas
con voz de hombre...
“¿Quién llama a la peta?”
el correo por su hueco me replica...
© José Luis
Renúevase el aire,
profundicen los gases la atmósfera
y ríase la tierra con las cosquillas
del brebaje;
parece que cuando se necesita
la esperanza se vuelve
como se vuelve el agua
en el recorrer
de recovecos pendientes.
Los senderos infrecuentes y sonoros
escapan de los verdes pies empedrados
mientras la bruma se agita y se aquieta,
sístole del abismo y mi alegría,
diástole tenue que crece como pueriles troncos
que vacilan en la madrugada su crecer fluido.
Hilos de plata componen las piedras
pareciera un distraído y afanoso sastre;
desiguales trazos a derecha e izquierda
entretejen la distancia de un ayer y el ahora...
Penélope en su demudada espera
viendo acrecentar su incertidumbre
y enmarañada demora.
El día avanza en mis pasos,
el suelo almohadillado me acompasa
y el rumor sorprende al apacible paisaje
que con los ojos cerrados
el esparcimiento se inventa.
Río, suena y sonríe en mis labios,
déjame acuosa en el beso
la trémula y glauca mañana.
© José Luis
Algún día...
acaso...
la certeza fuera duda
y consigo misma luchara
estableciendo las mismas sospechas
que la inmortalidad humana.
La juventud, dicen, es un tesoro,
ha sido tesoro en generaciones,
apoyo e incertidumbre de pensamientos
(realidad absorta en una isla neuronal),
donde encubrir las esperanzas,
las desesperanzas y hasta las concordias.
Pasan los años
como pasan los respiros
a través de los fuelles del viento,
sin aliento, sin descanso, sin una meta
más que la esencia misma de la vida.
Las horas se han fijado en mi piel
donde se curvan esos pliegues de la biografía,
a escondidas de la infantil mirada
que todo lo aprecia nuevo y espectante.
Los minutos se me clavan
acerados en el ánima,
pasan sin tomar el asiento
cedido en la antesala
que un día fuera certeza
y que hoy...
se me antoja duda.
PD: Si la certeza duda fuera
para qué dudar de la existencia,
siendo la duda vendaval
y perspectiva.
© José Luis
Día de lluvia,
hace tiempo en la ladera
que el bosque descendió su manto
atrevido entre las antiguas nubes
donde permite que la luz se esconda
y que los colores inclinen las mañanas.
Algunas gotas, intrépidas,
penden de las frágiles ramas
y juegan a ser vibrátil úvula,
momento en que mis ojos
(que miran cómo se emula el tiempo)
lo paran y sujeta en la cavidad misteriosa.
Es cierto que los días
tatúan en la piel las horas
y es cierto, también,
que las horas hablan tatuadas
en la piel indefectible de lo incierto,
pues cada día en su amanecer
trae un regalo
con sus horas ajustadas
en el temporalizador de la vida transcurriendo.
El paisaje reflejado
es a veces el sueño
un reverso en la mente,
sugiriendo el descanso...
del abandono en el espíritu.
© José Luis
Partes en simetría esclava
los colores desenvuelven
el perfume
trae vivencias
intensas al cerebro adscritas
donde huye la permanencia
y los rincones en cada vuelta
recolocan el laberinto.
Acércate al aroma
del paladar
salen las voces tiernas
y los desnudados desencuentros
vuelven como ríos en riadas
vuelven
chocando siempre los bordes
olvidados
en la redondez toronja
que el cielo al invierno presta.
Fiesta
es la vida
una fiesta
misma es la vida
una replicante fiesta
en la misma vida de siempre.
La vida
alargándose en la memoria
diluye la muerte.
© José Luis
La mañana en la nebulosa
instiga el perfume
entre la putrefacción de las hojas
y el cristal del río cambiante.
Árboles son líneas, en la corriente
reflectante de la orilla, ondulantes
en la superficie extensa del venero
mis manos flanquean la frialdad
de las aguas, los labios suspiran
el verdor de la primavera.
El otoño deja atrás la vida
la vida me deja atrás el otoño
y los nuevos pasos me asustan
como el verdor de las hojas
escritas ya en la memoria.
© José Luis