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Rastro de FreeWolf

Estelas

Una vez en el descuido

Muerte
que abandonas la placidez de la vida
en la inmensidad de los días, las horas, los minutos…
  
Te escondes en el vacío de las sombras
o en la insospechada esquina
y traes el recuerdo de la greda
en la posesión incisiva de los huesos
que ya no piensan…
  
Forma el silencio una de tus partes
en el amasijo de palabras suspendidas
en cada lágrima, en cada verso
y rubricas en el fuego la mortalidad
lacrada de la ausencia en el pabilo
zigzagueante del recuerdo.
  
Alas tienen las auroras y vencejos,
alas de huellas y caminos en el aire
donde el rostro acaricio de la vida
que llenaron nuestros hijos y recuerdos.
  
Descienden las cumbres a los valles
rodando entre piedras suspendidas,
piedras laminadas por el tiempo
que se ha ido tras los pasos de tu olvido.
  
© José Luis

Horas que del tiempo descienden

Desde el interior de la cueva
el tiempo desciende
entre los brazos del sol...
  
Se evaporan los segundos
desde la clepsidra del tiempo,
no acierta el aire con el norte
ni sobrevuelan las gaviotas el mar
que abrazaba nuestros cuerpos
con las extensiones de las olas
y el paradigma de los misterios.
  
Aguardan minutos en la sala del destiempo
donde una hora es la existencia de la espera
en la perspectiva del hombre, creen los inmortales
que la sangre es el destino de las almas híbridas
y la carne la duda matizada del recuerdo
de la nada en los albores de la creación.
  
Magnetismo en el descenso de los ángeles
a los abismos de las rocas donde se diluyen
los pensamientos fragmentados de la muerte,
un silencio se convierte en lágrima dorada
y resbaladiza por el lado oscuro del cielo
donde nadie conoce el efecto de la vida.
  
© José Luis

Dentro de un largo rato

Hay mañanas que madrugan más de lo previsto
y se espantan por los caminos de la noche
como caballos que pastan entre espinos
y sienten punzantes los aromas del viento
en sus ancas y en la travesía de la tarde
por las sombras de las casas, una montaña
resbala la nieve por sus lomos pardos
y se algodonan las nubes alrededor de mis ojos,
siempre son las nubes las que me traen
las figuras desconocidas e interpretadas
con las melodías del silencio y acaso
con los oídos atentos de la cortesía.
  
Dos cigüeñas amortiguan el aire azul vehemente
donde los ciclones de la aurora rasgaron el cielo
y un balcón abierto instrumenta los abrojos
metalizados de las forjas del tiempo, de la arena
en granos que cae como lluvia de segundos absueltos
por la ingravidez de la mente que sueña con ríos
acaudalados y briosos, con cataratas de instantes
sustraídos a los creadores de quimeras y existencia,
y allí se extravían mis sentidos largos, largos ratos…
   
© José Luis

Los ángeles de la luz

Nada en la claridad se esconde
que no pueda ser encontrado
por los ojos escudriñadores
de lo infinito y rutilante.
  
Amorcillos escoltan el farolillo
enganchado en la gravedad
del techo, haces surgen crepusculares,
del interior de la vida mana la luz
ingrávida del este cuando nace el sol
y las estrellas se retiran al sueño.
  
Azur la bóveda del infinito
cubre la tierra prometida,
la heredad mortal de los siervos
de su propio cuerpo, de sus distintivas alas
cuando bajaron a las profundidades del mundo
y asumieron la facultad del destierro.
  
Muchos son los pasos que dejan rastro
en el tejido y la urdimbre de la noche,
penélopes atenazadas entre los hilos
de la espera, donde se derrocha el silencio
y los brazos oran en la inmensidad
de un desierto sin oasis.
  
Una carta es abierta en el sobre del olvido,
son ahora las palabras
las que pueden sellar la salvación…
  
© José Luis

28 de Febrero

Sé de alguien que ha nacido
un día como mañana
o como cada cuatro virtuales años,
pues se consuma febrero.
  
No hay casualidades
las cosas suceden porque tienen que suceder,
porque los 365 días del año
no dan para exclusividades.
  
Hoy gana mi equipo favorito
y llora el niño de al lado
porque se ha caído,
como se cae el líder de una competición
cuando es superado
por quien pone el empeño
de ser más grande…
  
Me gusta la claridad creciente
de los días y los sábados
cuando pueden ociar las abstracciones
y apurar los últimos rayos de sol
que matizan el amor púrpura en los ojos.
  
Resbala entre mis dedos el semblante
de la tarde y sostengo profunda la mirada
en un instante momentáneo del futuro
donde deposito los tesoros trascendentes
que me esperan
cuando ni febrero, ni marzo, ni…
me sujeten o consuelen.
  
© José Luis

Arenga en primera línea

El orden de las cosas,
el paralelismo de las incertidumbres,
el sonido tenue de la noche
o el gorgojeo de las sombras y los pájaros
embisten de frente
las estremecidas murallas del ocaso
donde se refugian los ríos subterráneos
en su corriente de ímpetu y alivio.
  
En las batallas la formación de las tropas
es geometría de la estrategia,
el líder de la contienda arenga el valor
y la turbación de la vida en la inmortalidad
de los cuerpos sangrantes con el paraíso,
pedid la moneda del tránsito
y el viaje será una balsa ondulosa
de horizontes y riquezas.
  
La bóveda se hace amanecer en el relente
de la espera y los tambores resuenan
en el aire comprimido del aliento
donde las bocanadas del arrojo retienen
al héroe en su particular abstracción,
como si entregar la vida pudiera ser perderla
o alcanzar la gloria.
  
Se suceden las manos
por la aldaba del combate,
los fuegos quedarán atrás
y las espadas clavadas en la tierra
descansarán en la memoria
condecorada de las salvas...
  
© José Luis

De la soledad del bosque

Muchos son los caminos
que a la soledad llevan,
muchos los destinos de un hombre
en las palmas de muchas noches
y muchos los recorridos
por las cortezas de un bosque.
  
Los árboles que juntos crecen
juntos se mecen al viento
y juntos reciben el agua
de las nubes traídas de lejos
con los cantos encendidos
de las velas de los santos
en el corazón único del mundo.
  
Con el trinar de los pájaros amanece
otro día en el silencio de un paraje
donde me llevaron mis pasos
como se llevan las manos a la cara
del miedo, con el tiento del compás
certero de un viraje
por los andurriales del cielo.
  
© José Luis

Cielo y tierra

Hay lugares inmortales
lejanías de los espíritus
habitados por las corrientes de la inconsciencia
donde alguna vez nos llevan nuestros pasos,
esos que ya no saben cómo volver
al amanecer de las miradas
o a un enjuague de espejismo,
por el que navega mi pequeño barco
propulsado por los suspiros
y las teclas de algún piano.
  
Desplegadas las creencias al poniente
en los rayos últimos del sol se sustentan
y avalanzan sobre el cielo a dentelladas
de brumas y extendidas cumbres
en las que arraigan las mujeres sus partos,
ardides de extravíos y carne
de hijos que crecen desde el vientre,
revuelven la luna y las entrañas
los aullidos solitarios de los lobos,
una mezcla de adoración y encanto,
de intencional ternura.
  
Una ranura de fuego fragmenta el cielo
y la tierra se quema en sus nieblas,
yemas de fecundidad alivian en la lluvia
los paraísos de los sueños
donde los extintos de cada día
disponen lo que desmantelaron de sus cuerpos.
  
© José Luis

Ojo de girasol

He devuelto a la vida
la vida en los ojos de los girasoles,
orean las aspas de la tormenta
el vacío de unas cuencas sin abrojos,
no dejaré que el viento
me entone al oído
sinfonías de la primavera
porque en el vuelo de la alondra
dejé tardes inacabadas de inocencia,
los campos se acopiaban con el torbellino
de mariposas y deseo volátil.
  
Accederé a que el viento
en las calandrias module la vida
y se enganche a la red de la esperanza
porque en los campos que abate la lluvia
se cargan las flores de aromas y lágrimas
en los que reflejarse el porvenir
y el embrujo perecedero de los instantes.
  
Un relámpago de cielo gorjea la luna
entre las musarañas de la sombra
donde la existencia como esa larva ardida
late con el corazón prestado de la noche
cuando con el cerrar de los párpados
camino desde la mente se abre
el ojo desentrañado del abismo.
   
© José Luis

Canaladuras de frialdad

Los Reyes y la Dama de Honor

Noche se hace noche sin ser del sol
noche multitudinaria en las calles
no hay coches entre los caramelos
sí niños y papás con ilusión procesional
suena música de cabalgata y ambulancias
todos invariablemente pedimos algún deseo
aunque nuestros zapatos no lleven nuestros pies
y los días nos hayan absorbido el tiempo
desde más allá del paraíso nos alumbraron
con las lágrimas y la interpretación simétrica
del cielo y la tierra donde franqueamos legislaturas
de oro incienso y mirra con los vestidos de diario
las manos que se agitan se vuelven hacia nosotros
con las mismas huellas de un acostumbrado destino
entre las sonrisas que se dilatan leales en la luz
de una o de miles de estrellas orbitales que anuncian
que todos soñamos un reino de fortunas y de damas
cuyo honor conquistan cada nuevo día que se inicia
como el camino que se transita una y otra vez
pero que mortalmente nos permite ser otro y distinto
al que fuéramos ayer en un remoto pasado sin fronteras
con los únicos límites de una noche sin sol desandado
donde envolver los regalos que retendremos siempre
en la memoria de un amanecer de adoración y recuerdo.
  
© José Luis

Inocentes

Diciembre en su 28 trae inocente los santos
aquellos que tuvieron su momento con el muñeco
que de papel se ponía en la espalda de una broma
era una agudeza de sentido saberse embromado
o pegado a un muñeco que hablaba de descuido
entre las risas lacrimosas y los cortes de figura.
  
Un muñeco también éste de nieve ya derrita
proviene de otros inocentes, aquellos que pasan
por la vida como un cohete, efímeros pero explosivos,
seguro que hacer un muñeco es divertido altamente
porque mientras lo haces estás pensando en lo que
ocurrirá cuando esté terminado y cumplido.
  
Muchas podrían ser las clases…
  
En realidad me gusta pensar en los amigos de antes,
en ocasiones como las de hoy en las que las reuniones
eran una sorpresa… y… nosotros sí que éramos inocentes…
   
Cuando han pasado un cierto número de años
obtienes una visión de lo vivido desde otra óptica,
y dos sensaciones me asaltan: una, la de situar
cada evento en su justo aprecio, y dos, añorar
la vida que ya sólo queda en mis recuerdos…
  
© José Luis

Rotura del hielo

Las noches de invierno son noches
en las que el frío y la niebla se agrandan
y dominan la amplitud de las calles
por las que transitan grupos de gente
en alentados vahos de movimiento y sombras.
  
En el campo la más absoluta de las calmas
se deja poseer por ese blanco manto
que inmoviliza aun más lo estático,
donde se refugia la permanencia de la noche
y se deja envolver por los rayos de sol
mientras la humedad, vestimenta de musgo,
invade la soberanía de la naturaleza.
  
Grande es la fragilidad humana
entre las cristalizaciones de la razón
y de lo ambiguo, como ese hielo que se debate
entre la insensibilidad comprimida de lo impávido
o la rotura geofísica de su inmateria.
  
© José Luis

Cielo en agua

Trastoco los retazos del puente entre los ojos,
el agua suavemente se ondula en su pureza
y la musgosidad del fondo se mira en el cielo
donde las nubes parten con las visiones
ardidas de la noche con los fuegos del sueño.
  
La humedad de la niebla envuelve al silencio
mientras la mañana aletea en las cumbres lejanas
y los peces, nadan aún entre los recuerdos
de Babilonia las voces expatriadas de los ángeles,
rompen la armonía de la superficie con sus lomos
enjabegados en la orilla espumosa de la zozobra.
  
En mis pies la fuerza de la corriente se intuye,
esa fuerza que esconde los trofeos náufragos
y que enraíza en los reflejos turbulentos
de una ciudad que acuna milenaria su memoria.
  
© José Luis

Helechos cautivos

Desde el portal, los helechos, observan la calle
y no saben que también son observados,
no saben del aire fragante de la mañana
entre los caminos que se desemparejan de las sombras
y los madrugadores pasos de la aurora,
de los pasos de aquellos que hocicaron en sus camas
con los sueños que se revuelven de toda una vida
con las pesadillas y las forjas de las cuevas del mundo
donde nadie escapa a las intangibles ataduras de los años.
  
Desde el portal, los helechos, observan la calle
y no saben de mis ojos glaucos en sus hojas
ni de la cercanía del puente y sus riberas
a la certeza de los instantes que no vuelven,
de los instantes entre los revoloteos capturadores
de las alas de los pájaros y la azul mirada del cielo.
  
Un cristal, en multitudinarios reflejos, nos separa
del tacto huidizo y musgoso de los pensamientos
ahora que no te recuerdo más que en el olvido
de ciclos reverberados en el crisol de la soledad
donde páginas de libros aún conservan ocres
la mirada otoñal de los helechos en la lumbre.
  
Desde el portal, extrínsecamente, observo los helechos
sin llegar a saber que ellos, desde siempre, ya me observaban…
  
© José Luis

El árbol de los sueños

El árbol de los sueños

Un manantial inmutado transforma el aire
en partículas de silencio,
en una azulada quietud
que se desprende desde ese punto
por el sol deshabitado,
por el atrevimiento de los sueños
mientras las arcas de la noche se cierran
y las alas arrostran las tinieblas.
  
Los árboles se ocultan en el viento
y tan solo sus ramas azabaches
vuelven ocres en manojos de hojas,
ensueños dulces que granan
la intimidad de los recuerdos.
  
La luna se mira en el río
y en el reflejo de la sombra
del árbol de los sueños,
temblorosos se extienden sus rayos
en la trama de la irrealidad
y el halo de la despertenencia
se baña en la venerable solemnidad
de un hacedor que atiende del agua
sus ondas y sus misterios…
  
© José Luis

Otro lado de la raya

Otro lado de la raya

Muchas son las rayas
que establecen separaciones y distancias,
aunque sea una blanca
dos ámbitos dispone en la misma estancia.
  
Finas son las delimitaciones,
pero con eso no basta
para poder determinar,
hasta dónde no,
hasta dónde sí,
uno puede adentrarse.
  
Mas ya sabemos
que más de una vez
nuestros pies
por la raya se separan.
  
Hemos apurado los tiempos,
hemos trastocado los límites
y ahora lo que nos espera
es construir nuevos puentes,
nuevas líneas y rayas
que unan
lo que antes separaban…
  
© José Luis

Unas piedras en el río

Unas piedras en el río

A lo largo del camino,
en cada paso,
un detenimiento,
una búsqueda del destino
y quizá la extrañeza de lo prodigioso
entre las yemas
que sujetan la mirada al cielo
o el deambular del agua por el río…
  
Multicolor una sierpe
repta por las sendas y aerolitos
como ese loco pensamiento
en el fondo de la mochila
olvidada a la espalda…
  
Unas piedras en el río
son el paso
resbaladizo y húmedo
al otro lado de la inconsciencia
donde nos refugiamos
cuando la realidad nos pesa
o huimos de un mundo
que no es el nuestro.
  
Yo quisiera la ingravidez del cielo
o las alas de la inocencia
para atravesar ese otro río
que nos lleva
indefectiblemente
a la orilla de lo eterno.
  
© José Luis

La invasión de los muros

La invasión de los muros

Las paredes tejen invisibilidades
en el interior de las cavernas
donde un pensamiento, un destino
forja la simetría de una idea
o de un incorruptible sueño.
  
Las cicatrices de los muros
son las líneas de la mano
donde quedan incólumes los otoños
junto con las palabras tañidas
al compás de los años.
  
Una viga nos soporta
los derrumbes invernales,
las nieves de las sombras
con los infranqueables vestigios
de toda escalada
a la duda y al silencio.
  
Llora no sólo el hombre
el nacimiento y la muerte,
también las estrellas arrojan
de sí la luz y el reflejo
de lo que fuera en su día
la grandeza de su momento…
  
© José Luis

Amapolas de otoño

Amapolas de otoño

Los senderos atraen las flores
las amapolas, tus sentimientos
y los pasos de las horas,
el asombro y el misterio.
  
De rojo son el paño
de los pétalos y terciopelo
el sabor de los labios
cuando te beso el cabello.
  
Amapolas de otoño
en mis pupilas afloran
cuando miro en tus ojos
el amor y el deseo
y hasta el sonrojo.
  
Candelario en la ladera
capitular del monte
donde me perdieron unos pasos
un veintiséis de Octubre.
  
© José Luis