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A un coche adherido

A través del horizonte
una hormiga cruza el mundo
con una pipa a su espalda,
y el mar la contempla
y adosa su ritmo
de flujos y crestas
a la pipa
y la espalda.
La vuelta al mundo
alrededor de una carga
de pipas, hormigas,
olas y samba.
Un marinero en la borda silba
y canta a su quimera
mientras hace los nudos
entretejiendo sirenas
y amores de puerto,
mira a la aurora
y le manda un beso
que recoge la hormiga
en su vuelta.
Rugen palabras en el aire
las cometas que vuelan
a la estela de un faro
que alumbra cantos de arrebato
y el torrero que soñaba despierta
con las voces y el alma inquieta
de nubes y tormentas en la bóveda
azul de la azotea.
Entre los algodones de plata
un coche flota y juega
al pilla pilla con las cometas,
ay, luna bonita
ay, luna lunera
esta noche saborearás el sol
montada en la bicicleta
que antes era calabaza
y pipa de hormiga
y ola de samba...
tentarás el amor
a un coche adherido.
© José Luis
Ángeles

Era de noche
en medio de la calle ningún sonido irrumpía
la calma de los árboles ni el sueño de los pájaros
y la luna en su singladura naranja
se iba recogiendo en sí misma como un globo
que perdiendo el aire compone movimientos
espirales en el espacio centelleante
de astros y estrellas que vigilan
las sombras de las casas.
Esencias etéreas
hacen difuso el hálito de Selene
en el espacio añil y vaporoso
donde retorna el aullar de los lobos
en escalofrío y niebla.
Al fondo
el reflejo de una vela,
céreo pabilo vacilante,
acompaña sinuosa y violeta la corriente
de agua, de fuego, de aire...
en la tierra.
Cada noche desciende un ángel,
un deseo de la inexistencia,
a ceder sus alas a un niño
para que surque el firmamento
y de esa manera inconsciente
recuerde que algún día
el cielo le espera...
© José Luis
Colosal armazón

No extraña por el campo la visión
de semejante coloso que escupe agua
y que recuerda a los dragones.
El verano, el sol y las altas temperaturas
piden a gritos un rato de refresco,
muy necesario para calmar las turgencias
y sofocos impropios.
Parece el verdor un pastizal entre las ocres tierras
que agrietadas por el calor buscan también un descanso,
que les desaloje de las polvaredas y de la piel reseca,
de los terrones rastrillados con el duro acero del yugo
y el sudor de botijo.
Son tierras de Castilla, tierras áridas,
de gentes con noble corazón e irregular historia.
Tierras levantiscas y regias,
donde las piedras cobijan el recogimiento
entre las sombras de catedrales e iglesias.
Me gusta entrar y mirar sus altos y penumbrosos muros
donde las vidrieras son vivos colores
que cruzan las bóvedas y naves
inundando de regocijo e irisada calma
las piedras, las figuras, fantasía y plegarias.
Aún sigue la tradición
de pedir al santo agua,
para la tierra alivio
y para la tarde bullicio y fiesta...
© José Luis
Entre los árboles... la fortaleza

La sonrisa llenaba su rostro
fijos los ojos en la ventana,
su cabello dorado al viento
se entrelazaba con las ramas
donde se integran arbóreas
en el azul las coronas del cielo.
Los pájaros en sus hombros posados
con los ángeles aleteaban cantos,
un rumor mecía de hojas el silencio
y sus labios leves se acercaban
a los oídos del mar y las caracolas.
Parsimoniosos los ecos llegan lejanos
a las profundidades de las ondinas
donde habitan las sombras verdes
de las nubes, cometas y astros.
Se fue paseando el río una mañana
de verano, una mañana
entraba por donde siempre a su mundo
mágico, su mundo
era el legado que hacía
y también su fortaleza...
© José Luis
Una bombilla de repuesto

Los filamentos que ardían descansan
en una oscura luciérnaga
y la cavidad se llena con el humo
de las turbias tinieblas
que anegan los bosques de turbiedad
y ceguera.
La luna admite invisible la negrura
de la noche entre los acantilados
que el mar silencia con sus golpes
mudos a las rocas perfiladas
con los fragores de parto y caos
de Gea al inicio de los tiempos.
Ausente la luz de la bóveda
en la estratosfera las nubes
aturdidas echan lluvia esperanzada,
cálidas lágrimas nacientes del seno
de aquella primera alborada.
Siente la tierra en sus grietas
la lava toronja y voraz,
creadora de una nueva estirpe
de espumante humanidad y amaneceres.
© José Luis
Sombras de arroz

El sol deja caer en el arrozal
suavemente el verdor
que inicia el camino en los tallos
hacia la distancia y la albufera.
Corre el agua mansa
en el espejo de los nublos
y zozobran azules los reflejos
en los quebrados de los juncos.
Manan los granos de arroz
en sus matrices florales
basmati, blanco, patna o largo
en el valle de Mahanadi.
A las sombras una joven del arroz
descansa sus pies húmedos
hundidos en el mar los recuerdos
y en sus labios el sabor pacífico
de los besos de su amado.
La tarde torna su color
en los frondosos ojos extasiados,
se pierde en el horizonte el cielo
dulcemente su sueño arropando...
© José Luis
Se oculta la inmortalidad

El fruto pende ya de la rama
y no hubo mano que lo tomara para sí
o acariciara.
No se perdió la savia,
tuvo ajustada la vida,
conforme a su entrega,
mas al final, todo
regresa al igual que se inicia.
Estuve allí,
cuando dejó dentro el hálito
su sonido en el silencio
y el estremecimiento imperceptible
descendía desde otra rama.
Cómo ansían las flores ese rocío
cuando la mañana no oculta la tristeza.
El olor,
el de las tardes inconfundibles,
planea de unos cuerpos a otros
mientras los pájaros te aguardan.
© José Luis
Al rumor de tu nana

Rasgo los trazos en el papel al dictado de las nubes
rastreadoras de crepúsculos que el cielo surcan
y dejo en cada sombra el penetrar de mi silencio
en las piedras que inertes atesoran la profundidad
inmanente de la tierra poseedora de verdades
ocultas en el mar y en las hojas de las rosas.
Son palabras secretas que sólo conoce el corazón
puro de la noche en el vacío oscuro y palpitante
de las estrellas que sin ojos miran el mundo cegado
a los hombres en el interior de una libélula
que revolotea como un faro orientado a poniente
donde los barcos pierden la línea del horizonte
y zozobran en las olas blancas del olvido.
Tu voz, canto que tenue dulcifica mis noches
por las riberas de la creación y los espejismos,
no resiste descifrar los misterios de mis labios
y delicado posa un beso en las playas milenarias
de naufragios entre las caracolas y mis versos.
Espero a la libélula y la luz de la lámpara
para que den alas a los sueños de mi ergástula
y les acompañe ese viento que mece las birlochas,
las espigas de la campiña y mis palabras encadenadas.
Sé que vendrás
y me contarás al rumor de una nana
los secretos de las sirenas
dejados en los oídos de los navegantes
y en los ecos lejanos de mi infancia...
© José Luis
El cuadro

La tela va absorbiendo de un pintor
las impresiones cuando matiza las olas
de un océano donde la profundidad es oscura
y perpetua como arrecifes marmóreos
entre las costas de las islas lejanas e impenetrables
donde los barcos serpentean con sus esloras
las amarguras y los desasosiegos
de los espantos del universo.
Se mezclan los colores
entrecruzando las sustancias pigmentadas
en las clepsidras misteriosas
donde remueven las magas
mágicas las fórmulas
y los efluvios retienen la memoria
en aquella culebreada manzana
que a la humanidad abrió los ojos
al conocimiento y concupiscencia.
Su mano de una parte a otra del lienzo
va extendiendo el camino de las estrellas
que disemina la Vía Láctea en el espacio
y las sombras, esa zona huida de la luz,
no atienden al centelleo parpadeante
de Selene mientras habla con el mar
de amor, de Helios y la eternidad.
Se adormecen ahora los pinceles
en el sueño de una noche, de un pintor
que susurra a su amada un verso
rasgueado en el silencio de un cuadro.
© José Luis
Quise ser...

Anoche tuve un sueño
soñé que era gaviota,
que volaba paralelo al mar
y blancas las burbujas de espuma
se adherían al plumón vaporosas
en la ondulación de las olas.
Recorrí durante muchas horas
el cielo enmaromado a la levedad del aire
y en cada aleteada el impulso vertiginoso
me hacía más y más ligero en la inmensidad.
Las estrellas eran puntos blancos
saliendo del paño añil del firmamento
mientras invisibles me rozaban las nubes
los extremos tenues de las alas.
El cuerpo perdía la gravedad del peso,
llegué a ser viento que acaricia mil caras
y arranca ineludiblemente una lágrima
de los ojos que se resisten a entregar la mirada
a la sombra eterna del oscuro sueño.
Perfumado sentí el aire puro e inmaculado
en las montañas nunca antes alcanzadas
y pude ser árbol milenario y transitable
oteador de los silencios del mundo.
Anoche quise ser gaviota
en el mar misterioso de tus sueños...
© José Luis
Teclado

Es la noche clara la que despeja mi sueño
y sujeta al teclado de las palabras
inalterablemente con los dedos
que acariciaron tu piel tantas noches
y gustaron de escuchar las historias
furtivas en tu pensamiento...
Ese mar embravecido por el aire ciego
de las tumultuosas olas rompientes
contra los arrecifes ardorosos del averno
donde dicen que se esconden las almas oscuras
huyendo del diablo y de sus propias ausencias.
Añil y vibrante el cielo de nubes y hojas,
donde cincelas parsimoniosa el reloj del tiempo,
marca los rincones de nuestros encuentros
de manos, labios, lluvias efervescentes y bocas.
En tus párpados cerrados serpentean los ojos
agrestes y pardos en las playas del deseo
y van y vienen buscando la explosiva sensación
que trae libídine la tranquilidad y la calma.
Y es esa noche la que a mí te entrega
plena y diáfana entre las sábanas
cada madrugada que dejo el teclado
cerrado con tu cuerpo y mis palabras.
© José Luis
Picaflor

Mis ojos son una cámara de fotos,
el mundo pequeño desde una ventana
de miradas donde se segmenta la realidad
en objetos y personas,
entre lo efímero y duradero.
Busco durante el camino la perspectiva
más allá de la simple visión
interpretando en cada panorama
el alcance intangible del aire
cuando la noche es luz de luna
y sus rayos convergen en la hierba
silenciosa y húmeda,
una luciérnaga presta su rastro verde
a un cometa que fugaz se esfuma
y las notas rojas de una amapola
tañen la partitura de la inconsciencia.
La contemplación de las flores
en sus tonalidades y aromas inmanentes
la he compartido con este colibrí
que me saludó con sus versátiles alas...
© José Luis
El día de ayer

Deambulo sin rumbo por la calle alejado
de mis propios pensamientos y realidades
mis ojos dejan en la retina cinceladas las caras
que pasan inmersas en sus gestos y devaneos
mientras busco en su interior la estrella
que irradia sus noches y compone sus vidas.
Quisiera dejar en sus ojos el dorado de los atardeceres,
encendidos púrpura y toronja en la oquedad de sus silencios,
mientras recorren sus interioridades en el azur del cielo
depositar en sus bocas las arropes de la eternidad
y rozar sus caras con el resplandor último del sol.
Somos aire y nube vaporosa que transitamos caminos,
caminos que se superponen en las inquietudes y deseos,
ellos son yo y yo soy ellos, viven en mí y vivo de ellos.
No podemos regresar al paraíso sin formar una gran cadena
sin haber intercambiado las imperfecciones del corazón
o llevar en la mirada el reflejo del crepúsculo en su tarde.
Vuelvo la vista al frente al sentir llegar mi nombre
ceñido a tu voz y sentí tus ojos meterse en los míos
como todas las cara que vi el día de ayer por la calle.
© José Luis
Luces de neón

Los escaparates dejan ver el interior
a través de los cristales que a su vez reflejan
espejados el exterior en imágenes diluidas
pero que se graban en el espíritu del vidrio
siguiendo la trayectoria añil del cielo
como ánimas que permanecen en la Tierra
por las corrientes del verdemar universo.
Una pareja se detiene y pegan las frentes
sin saber que sus recuerdos serán una vitrina
en la que los seres ocultos observarán su infinito
y su pasado tornará a sucederse en una secuencia
vertiginosa de acontecimientos dentro del torbellino
de imágenes desatadas en cualquier escaparate.
La luz del día se esconde tras el horizonte
y las calles apagan los colores y sus tonalidades,
es el momento en el que se olvidan los ojos
en el territorio de Hades y las sombras
se dejan embaucar por los resplandores neón
entre las fauces tenebrosas de la noche
y los cristales liberan de tiendas y edificios
las voces y conmociones recogidos durante el día.
© José Luis
El sonar de la armónica

Resecos los labios
suavemente se humedecen
al contacto con la lengua
mientras seguía la mente
tarareando la melodía
que improvisara esa misma mañana.
La calle era su auditorio acostumbrado
donde escudriñaba aquellas monedas
que le dieran resuello para seguir inspirando
las vibrantes notas de su armónica.
Buscaba adentrarse en ese mundo
en el que las avecillas remontan el vuelo
y travesiean libremente por el aire
sintiendo la confusión de las corrientes
en el cañón y barbas de las plumas
como cuando pilotaba su descapotable.
Esa sensación de velocidad e ingravidez
surcando paralelo a las espumas del mar
y las sirenas arrullando las lengüetas
adormecidas de la armónica en su funda
mientras abandonaba su cuerpo en un banco...
© José Luis
Burbujas de cava

Una botella
en las fauces de la noche
que sujeta una copa alargada
donde reverberan las burbujas
ansiosas por la evasión de la cordura.
El sabor fresco de la luna paladeado
en la brisa que trae la ventana
con los primitivos rayos solsticiales
en los ritos iniciáticos de las bacantes
antes de yacer con los hombres.
Las luces de la ciudad ocultan el resplandor
centelleante de estrellas y hados blancos
que habitan en la sombra de las libélulas
los días de calor y de luna nueva.
Repiquetea la columna de burbujas
en los oídos invisibles de la noche
que mis ojos te contemplan achispados
en la lejana línea de sueños y horizonte.
© José Luis
Pecas incoloras

La piel recubre el cuerpo de sensaciones
desde la atalaya crepuscular del cerebro
como un sol de invierno que se rinde al día
naciente en otra mañana de la esfera
sinuosa del pasado entre tus brazos.
Recorren las lágrimas el río oculto de la entereza
a través de la tinieblas que ocultan los árboles
sagrados del Edén a los hombres desde el pecado
de querer interpretar las verdades indestructibles
en una bola de cristal amalgamada de carne y tierra.
Indelebles las máculas de la humanidad
se van pasando de generación a generación
como invisibles y pertinaces sombras
que golpean las sienes en latidos profundos
de inconsciencia e instinto sobrenatural.
Miro mi piel y observo incesantes los lunares
del tiempo, la edad y las imperfecciones
sujetas a la heredad de la luna y las mareas
de mi alma alrededor de la luz de tus ojos.
Quiero que sea la infinitud tu cuerpo mi cobijo
amarrado a la impalpable inmensidad de las riberas;
tus ojos, faros incorpóreos, alumbren el camino
de mis labios por tu nombre hasta la calma innegable
de todo hijo de Eva en la eternidad inexplorada.
© José Luis
Detrás o delante

Suena un teléfono en el interior del jardín,
su sonido hace vibrar los pétalos
que se adormecían entre las hojas de un libro
donde las palabras arrullaban los cantos
de los árboles al viento y al rumor de la hierba.
Lejana la voz resuena en el eco de la noche,
los sueños se desbocan de la grupa de Morfeo
y una niña requiere su vaso de agua y apego
entre los corderitos que cuentan historias
de lobos y enigmas de carillones y fuentes.
Sentadas en la cama se mecen los cuerpos
de hija y madre en unísono movimiento
mientras recorren las polillas la esfera
de luz, posesas, sin descanso, pretendiendo
desacelerar palpitante el tiempo de la vida.
Es la noche un caballo que galopa sin miedo
entre las marismas umbrosas de la madrugada
donde allende, en alguna otra parte, un niño
por detrás de la herrumbrosa escultura tienta
la suerte del lidiador, y por ende, la de su sueño.
© José Luis
La postal de vacaciones

El cartero ha dejado en el buzón una postal,
la señal de que alguien está de vacaciones.
Son esos momentos en que encontramos solaz
en la desocupación de lo cotidiano,
en el pasear de las páginas de otras vidas
y otros recuerdos.
Nos trae el refresco del jardín
a la primera hora del día,
el sueño cumplido de lo que se espera
cuando se pone en la esperanza fe
y se vaga con las nubes mientras pasan
por el cielo y nuestra cabeza
como un pensamiento fugaz
al que después buscamos por todos los rincones.
© José Luis
Al fondo de la linterna

Al fondo de la linterna la luz apenas alcanza
más que una ligera tiniebla, una brizna en el ojo
llagado de la noche durante la ausencia de Selene
cuando es profunda e intensa la oscuridad
pero titilante en el espejuelo de las estrellas.
Un tubo largo y acanalado parece un brazo
del que nos acompañamos los días de sombra,
sombra intrínseca en el alma, en la duda
que invade la razón cuando se pasea la muerte
del desgarro por la carne de papel y nardos.
Fijamente miro la bombilla y espero ver
la claridad de un cielo dilatado, sin nubes
entre las arrecifes borrascosos del horizonte
y que mi mente se convierta en un mar
en sus orillas acariciado por rumor de las olas
extáticas y filamentosas de las dendritas.
Necesitamos en algunos momentos
sólo un dedo
que presione el interruptor del engranaje
para que no se quede nuestra percepción
en el fondo lóbrego de la linterna.
© José Luis
Versos escondidos

Hoy sólo tengo palabras
para los versos escondidos
en el fondo vacío de una copa.
No cantan los pájaros en el río
cálido del deseo, picos silenciosos
eran sus miembros mecidos
por las líneas rectas del viento
entre el ignoto páramo del caos
y la curvatura de mis dedos.
Callan también las piedras
que baña en el bosque la fuente
los días mansos de lluvia
y la tierra suspira con el silencio
de mis palabras en la copa.
Mudo un verso se escapa
de mi boca a tu boca,
era un verso escondido
en los labios de aquella rosa
que me clavó su espina.
© José Luis
Puente de paso

El camino por el bosque se extendía
más allá de la vista y de los árboles
en un escondite de paz y mansedumbre.
Advierto en mi interior una música de pájaros
rebullendo entre las copas de los álamos
y un violín arrulla las olas que chocan murmurantes
contra el espejo de las alusiones intangibles
donde una sirena alisa su pelo en el canto rítmico
de los delfines subiendo y bajando el límite del agua
y cielo como cometas sin cuerda, libres en sus vuelos...
Mis pasos me llevan por la vereda perdido
entre las impresiones de la luz de la tarde
y atravieso ambarinas las sombras de las hojas
en el reflejo del crepúsculo con las montañas
quebrando el horizonte en finas partículas
de tranquilidad y sosiego.
No hay tierra bajo mis pies errantes,
me lo indica el agua rumorosa del venero,
que me encuentro entre dos vertientes
flotando en un puente camino del firmamento...
© José Luis
Formas

Tres figuras negras componen un universo
apocalíptico en la pantalla rallada de puntos
imperceptibles y azabaches sobre nieve blanca.
Son tres sombras impuras y tormentosas
ahondando en la maldad, en la nada de la tele
y sus espantosas películas de fin de semana.
Otras sombras serían si los árboles al sol
proyectaran sobre el suelo cálido y brumoso
un sopor de agosto y de fin de las holganzas.
Una sombra que anunciara la tonalidad del otoño
en los ocres y amarillos de las avecillas en flor
desbaratando en sus nidos los trinos infantiles
del verano entre los vientos que dicen marcharse
y las ramas que aún retienen destronados los brotes.
El sol se oculta entre el manto lioso de las nubes
mientras el aire desvencija las hojas y papeles
que revolotean libres por el suelo de la tormenta
y el campo suspira por las lágrimas de la tarde
triangular de nuestros ojos y la naturaleza.
© José Luis
Disco de inicio

Una ráfaga de viento en la cara
un relámpago ilumina de oscuridad el cielo
un trueno rompe sordo el silencio
es la noche de lluvia llena en la alborada.
Blancas tinieblas inundan la puerta
de una casa deshabitada en el averno
en llamaradas se ha roto el firmamento
donde Caronte en el agua de Plutón rema.
Estigia espuma de Aquiles invulnerable el alma
nueve veces entre los bruñidos mantos de Tetis
y las cadenas indivisibles de un Zeus trastornado
por las helicoidales vueltas de los planetas.
Se ha conjurado con los dioses la tormenta
contra el tiempo de los humanos efímeros
y el fuego arrebatado por Prometeo
en el ánfora de Pandora aciaga y tronante.
La humanidad se consume en sus desgracias
entre tifones, borrascas, tsunamis...
pareciera que en el amor necesitáramos
reiniciarnos con el disco de arranque.
© José Luis
El ojo que nos mira

Provocativo el ojo en la tiniebla
otea en los brazos de la noche
la mirada sujeta en los rincones
y los reflejos que se clarean con las nubes
entre las casas y calzadas de las calles.
Escurridizas las sombras son esos hilos
indecisos de los muros entre los dedos
que sujetan con sus crestas la inconsciencia
paralizada en las alucinaciones y los sueños.
No hay párpados que oculten los sucesos
de millones de habitantes en sus camas,
en sus negruras o en sus pretendidos silencios.
El aire recuerda un espejo incorpóreo
que graba en cada vértice pulido del cristal
la parte oculta de las imágenes proyectadas
sobre las palabras y los arrecifes de la bruma
que las bocas malditas extravían en las gargantas.
Un grito impúdico sacude las sombras
y el pozo del desierto negro se oscurece
arremolinado entre los charcos de agua
como una mirada perdida en la muerte.
© José Luis
Espejismo

Apenas en un roce cabe un sentimiento
cuando el día no despierta de su letargo
y el sopor mezcla los bálsamos del jardín
con los nácares por el ojoso mar cimbrados.
Recuerdo de tus labios fue ese beso
de insomnio, desocupada eternidad ciega
y sin latido, en una mejilla extraña
donde los pliegues quemaban la piel
de los ojos y de las vidas pendientes.
El aire está demasiado encendido
para respirar la luz de la alborada
y derraman las hojas en un abanico
desmañado el sudor intacto de la frente.
Unas sombras bajan del techo
cuchilladas de luz,
hendiduras de noche y de silencio
entre los pestañeos de los párpados
y los parpadeos de las pestañas.
Sueña el mar con mis pensamientos
en los iceberg ocultos en la montaña,
virginales en su frescor y belleza azulina,
en los torrentes de cantos y sirenas
tras los oídos ladinos de todo desvarío
por el desierto del sol y de sus rayos.
© José Luis
Con el frescor de la noche

Los días abandonan su pesadez en la sombra del sol
cuando los rayos se recogen en la urna azul
donde suspiran las olas de un mar reverberante
con espumas y rumores desde la cola de un cometa
que atravesó el cielo una noche calurosa de agosto.
Los ojos veían más allá de la oscuridad
un cúmulo de opacidades y estrellas
entre los silencios interrumpidos de la calle
por el rilar de las farolas y los motores
que traen de vuelta la multitud a casa.
De vez en cuando se despierta un pájaro
del sueño del árbol y emite el sonido de queja,
de abandono entre las hojas que lo cobijan
de la noche y de mi mirada quieta.
El campo, negro entre las negruras, rezuma
el sudor de la tarde y del fuego de la mañana
entre sus poros y tolera que se eleve un olor
salvaje de fertilidad y muerte en los recuerdos
de sus vueltas al sol y a las simientes inmóviles...
Es la noche un descanso para el cuerpo y la consciencia
pero una inquietud para las palabras y los pensamientos.
© José Luis
La boquilla

Baja del cielo un rayo revestido de enigma
como el ojo triangular de un dios supremo,
la tierra lo acoge en su profundidad y sombra
recóndita de un arboleda agreste pero discreta.
Se oye el rumor de ramas y hojas
en la arboleda
y un ardilla, traviesa, persigue a una niña
porque le ofreció una nuez
grande y atractiva,
su hocico se mueve gracioso
enseñando imposibles las palabras
que se esconden en los pétalos carnosos
de una sonrisa o una cómplice mirada.
Una puerta se abre con una sonrisa,
un rayo se irradia con una mirada
y los pétalos rociados de la mañana
lucen ahora en el jarrón de los enigmas,
portilla a la infinidad abierta...
© José Luis
La ropa sobre la ventana

Largo el día en su ajetreo y avatares
encamina su fin en los atuendos de la prisa
y las ocupaciones que quedan sobre una silla
cuando orienta la noche mis pasos hacia casa.
Me gusta sentir el aire fresco sobre la piel
cuando pausadamente me acaricias con la mirada
y en secreto la habitación de nuevo aguarda
ese olor a tarde de manos juntas y pláticas
entre los caminos del jardín en un mar perdido.
Mansas las olas acompasaban nuestros besos
con su rumor inmutable, plácido y misterioso,
susurro inalterable en la eternidad dilatado,
pasión del alma integrada en dos cuerpos
en el intangible olvido de la existencia.
Retengo entre mis brazos el recuerdo
de tantas y tantas madrugadas
con tu cara sonriente y dichosa
mientras dejabas puesta la ropa
distraída sobre la ventana.
© José Luis
Tiempo para escribir

Es la noche el momento en el que las palabras nacen a una nueva vida entre los pensamientos y juegan como los niños en los toboganes del tiempo y retozan en las cavidades de las sienes espumando los recovecos escondidos del delicado mecanismo de las imágenes entre los mundos infinitos y sus arcos iris tras la bóveda añil de los mares inexplorados
Cada palabra paladea el sabor de las olas que llegan mansas o tormentosas a las playas del silencio y una barcarola a lo lejos iluminada por el faro de la inconsciencia deja un surco impenetrable en las rocas labradas por el misterio de la vida como el nacimiento de un niño lo deja en el alma invisible del mundo
Una gaviota sobrevuela la inmensidad de la tarde y los rayos irisados del sol que se acuesta acarician mis pupilas con las tonalidades del deseo y aguardaré a la madrugada para encontrar de nuevo en las hojas de papel escrito mi tiempo…
© José Luis