Se muestran los artículos pertenecientes a Julio de 2007.
En busca del descanso

Se posesionan las maletas de lo material de la vida en muy poco espacio, sólo lo necesario para perderse en esas riberas de sol, baño y lectura...
© José Luis
Tornada

Vivimos en pequeños apartados de tiempo las vidas que acompasan nuestro cuerpo.
La mañana atrae en su inicio la inquietud propia del día y a lo largo de nuestros mundos las sonrisas, palabras, imágenes, melodías, personas... se acomodan en nuestra mente y entretejen visiones de uno mismo.
Las alas transmutan en la mariposa las ansias de alcanzar las estrellas que el firmamento vela desde el principio de los tiempos y en cada parada, en cada flor, en cada vuelo... la fugacidad inmanente de la vida cede en el recuerdo el goce de la eternidad.
© José Luis
Ola

Los días se han ido sucediendo
entre las líneas de unos libros
y los pensamientos,
entre las olas de un cálido mar
y mi cuerpo,
entre los roces tenaces de lazos
familiares y recuerdos...
Te alejas del hogar
y la rutina
para que entre las pavesas
y el silencio
tu mundo retome sus giros
y movimientos
como cuando sales del letargo,
del sueño,
y la autenticidad de la vida
es el puzzle que se va componiendo...
© José Luis
Guardián de las distancias

Anclado en tus raíces
señor eres de los tiempos
guardián de las distancias
y los olvidados recuerdos.
Azur es la noche en la inmensidad
profunda y soberana de tu mirada
donde invisibles las nubes en su paso
siluetean los dedos de piel acariciada.
Anclado en el cielo
señor eres de las distancias
taumaturgo guardián impenetrable
de las caudalosas ondas del silencio.
Sé que en tu corteza grabada
está la confidencia de la vida
traída en el silbo del aire,
sorbida en la savia de las almas
que miran en el sol la huida
de los días y de la distancia.
Espero cada atardecer
en los densos aires de la bruma
los ecos que olvidados en tus ramas
se tornan en las apacibles palabras
que acunan sugerentes mis sueños
y acercan la finitud de mi corazón
al conocimiento eterno.
© José Luis
Frente a la luz

El jardín está adormecido
en el contraluz de la tarde
y los colores escondidos
esperan de la noche tenaces
vivificante el húmedo rocío
como perlas en sus nácares.
Luce Selene en su elipse
nívea el albor de la muerte
de tantos rostros y pétalos
abandonados en las manos
llorosas de las Hespérides.
Trémula la carne
naciente de los vientres
se funde con las estrellas
en su paso hacia el inframundo
por el río Aqueronte.
¿Será un sueño el amor
de encendidos colores
las dos flores del Edén
besándose ondulosas
velando la luz del atardecer?
© José Luis
Luz tardía

Los rayos que del sol nacieron hace ya tiempo
llegan mansos al crepúsculo después del cruce
universal por los espacios desiertos e inexplorados.
Acarician la piel de la Tierra y sus otras tierras
con la misma profusión que un prodigado amante
deja en cada caricia insinuado el vívido deseo.
El cielo, testigo del momento irisado, se enciende
al contacto etéreo y candente de los sutiles roces
y la calidez inmanente de todo cuerpo fecundado.
Sólo esa negrura inmarcesible sujeta las alas
que unas nubes pasajeras cedieron a la noche
para su encuentro habitual con la luna clara.
Toronjas mis pupilas arden
ante la desnudez de tu cuerpo
entre los pliegues de la sombra.
© José Luis
Perspectivas de gris ondulante

Extiendo la mirada en la hondura del horizonte
entre las colinas que serpentean lejanas
las entrañas de la tierra y las errantes ánimas
que las sendas retienen oscuras en el abismo del tiempo.
Sutilmente rociado el aire en la distancia
figura un manto gris en los hombros de la tarde
que cubre en la piel la tersura de un mar
sugerente en las ardientes ondulaciones de un beso.
Mis brazos, impalpables en la distancia,
ciñen aterciopelado el murmullo de unos ojos
cuando aletean las calandrias en su vuelo
los ecos de la cítara que resuena en la memoria.
© José Luis
El soplo de los vientos

Camino despacio sintiendo los pies en el suelo
fragmentado de pensamientos y suaves celajes.
El aire marca un ritmo acompasado
y las hojas de los álamos resuenan en las copas
el rumor de un mar tranquilo en sus ojosas olas
encallando las tristezas en la arena del domingo.
En un banco sentada una pareja deja pasar el tiempo
mientras sus pupilas reflejan toronja los últimos rayos
de la cúpula cárdena y volátil de esta estival jornada.
El camino, de otras ánimas salpicado, ulula silencio
entre las malezas de la sombra sin destino y los pasos
a ninguna parte o a todas mientras mi mente camina
por el laberinto de la vida y sus cotidianas pasiones.
Ahora, en la magnitud de la noche, miro las estrellas
y el brillo titilante de los sueños que rondan la calle,
el viento arrastra con su soplo hojas de melancolía.
© José Luis
Resbala

Sujeta la piedra serena el agua
que fluye por sus pilastras
y la deja correr
lentamente...
por las oquedades de la tarde.
Resbala la mirada
por la corriente húmeda y rumorosa
mientras recuerdo tu abrazo
y el efluvio de tu pelo
manando entre mis hombros,
y brotan la sangre
de este corazón apasionado
entre los alocados torrentes del anhelo.
De cada gota se sumerge un mundo
en la inconsciencia del olvido
y tu cuerpo se atomiza en el cielo,
en el paso de las nubes
que traen la neblina del mar
y el silencio de las cumbres
en la amplitud de tu mirada.
¿No oyes gotear
la inquietud del deseo
en el espejo de mi alma...?
© José Luis
Luz boreal

A veces yo me pregunto
silencioso y oculto en el rincón
dónde el alma estaría
antes de mi concepción,
todo aquello que percibo
cómo se va procesando
dentro de mi interior,
si he de volver algún día
a no sé qué lugar o si no...
Las preguntas cuyas respuestas
son difíciles de dar
requieren una visión
de luz boreal...
Mirar al cielo
y dejar que la lluvia te riegue por dentro,
abrazar al amigo
y sentir el calor que vivifica las entrañas,
saber que la vida en su efímera existencia
nos deja transitar por considerables caminos.
No cerraré la puerta
de mi corazón
y saldré,
subiré a la montículo del olimpo
y puede que allí
con los míos
contemple toda la vida
en la claridad infinita...
© José Luis
Fuego pausado

La tierra, fogosa en su interior, urde eclosiones que el ojo veloz de la aurora mira en la oscuridad de las paredes ocres de la noche mientras se suceden los acontecimientos y las estaciones.
El hombre todavía no sabía que habitaría el mundo de la realidad y los sueños, aunque las fuerzas recónditas y mágicas ya lo habían idealizado en el mar versátil y turbulento de las reminiscencias cuando la nada era un extenso silencio y la oscuridad presintió que su soledad no sería eterna.
Así, en medio del vacío, fulguró la concepción del ser y la luz poseyó las tinieblas entre las oquedades reverberantes de placentero néctar y anhelante aliento, de savia carmesí y arco iris radiante.
En recuerdo de aquel momento cada mañana nace dorada, toronja y púrpura (como labios íntimos del deseo) la claridad. Y toda noche Selene se viste ambarina, grana y cárdena para mostrase adamada ante un Helios, que fugaz, tiende los brazos del anhelo alrededor de su cuerpo asiendo la forma de redondez exquisita o su delicuescente figura ingrávida.
Y la naturaleza viste las mejores galas florecientes de su seno cálido, que a veces en su rojez asemeja el fuego que lentamente va macerando la semilla del devenir inmutable.
Ababol silvestre mi pupila entre las glaucas yerbas.
© José Luis
Carrete sin hilo

El hilo ocioso de la tarde
se va enredando en el mar azul
del cielo y sus algodones blancos.
El aire bambolea la ropa
como una cometa rauda y liviana
que abandona la pesadez de la tierra
con la donosura de una joven
que extiende su melena al viento,
a la inmensidad frágil y etérea
de un beso robado al olvido
y al tiempo,
de un beso jamás delatado.
Un farolillo rondan las polillas,
una luz roja de sirgas impenetrables
como redes urdidas en la noche
para atrapar los sueños
y mis labios extraviados.
La línea del horizonte
lejana entre las nubes y la bruma
va hilvanando los recuerdos,
recuerdos escondidos bajo un cristal
en una pequeña cavidad de la tierra
esperando que pasen los años señalados
para que mis manos,
con enérgicos movimientos,
les retire el polvo y el olvido.
Volveré a ovillar el hilo
en el carrete de la inocencia.
© José Luis
Ser o no ser de una manzana

Ya ves
la frontera hemos traspasado
y aquí está la manzana
áurea, redonda, jugosa...
dispuesta a cedernos la ciencia
en su mordedura al desnudo
como cuando rozan las sábanas
la piel ardorosa de los cuerpos
y es más intenso el placer del tacto.
Y qué más nos da
si no fue manzana el motivo de discordia
que fuera higo, nuez o vaso de vino,
traspasamos el límite de la inocencia.
Nos toca asumir que el cielo es azul y límpido
pero que puede descargar turbios nubarrones,
que la vida es un camino incierto lleno de huellas,
que somos los padres de la humanidad en este tiempo
y que a veces nuestras manos están vacías...
¿Morderías la manzana conmigo?
¿Bajarías a las insondables simas de averno
para contemplar las fragilidades del mundo,
para hundirnos en los coros ígneos de las sirenas
y encallar nuestros sentidos en la ribera de los sueños
donde el pecado sería no vivir la vida...?
Percibo cómo llegan las olas profanadoras del deseo,
verdemares voraces copulando creación y muerte
en los intersticios porosos de mi cuerpo
y me siento preñado de noches y lunas,
urdiendo mis palabras con inexplorados secretos
que aún desconozco y que me asustan,
se espanta un cervatillo de la ausencia del silencio.
Sí,
morderé del horizonte la estirpe
y dejaré que recorra mis caminos ocultos
mientras agito entre los dientes tu nombre
y te ofrendo mi postrer pensamiento.
© José Luis
Morder a la vida a cachitos

Flamígeras lenguas suben y bajan
mientras tenues las pavesas bailan
en las sombras carmesí de la fogata.
El aire se ha ensimismado
y los pensamientos recorren las miradas
al compás de los murmullos y la letra
de la canción prendida a las brasas
y al humo que se eleva delicado y rumoroso.
Se asemeja el crepitar de las ascuas
a los embates del mar en las rocas
ancladas en la profundidad de la arena,
brazos que se aferran con energía
a la vivificante y erosiva espuma.
También se aferran mis brazos
a la inmortalidad de la vida,
al recuerdo y a los sueños,
a los cachitos de felicidad
y a los rayos de luna.
La existencia
como las manzanas
incitan los mordiscos
saboreados y chiquitos
prietos contra el paladar,
con su jugo resbalando
por los malecones del placer,
del mar onduloso
y mis brazos apasionados.
© José Luis
Búcaro

Sazonan las flores el campo
de colores radiantes
de mariposas y libélulas
inscribiendo irisadas en la retina
la estela fractal de los quinqués
que se colman en arco iris y lluvia.
Paredes de piedra en la estancia
la visión del florero componen
de argento latón y jaspeado mármol
en el rincón ligado a las falacias.
De vez en cuando allí sueño
sumido en la inmensidad del mar
con los cantos de las cometas
en sus acrobacias por el viento
y por el más allá...
Traen las nubes azul el descanso
a un cielo verdemar y de olvido,
de golondrinas y raudos vuelos
entre tu cuerpo y mis brazos.
Miraré en el campo los colores
que tu vestido recuerdan
y seré cometa en tu cabello
entregado al viento
y a mis roces.
© José Luis
Camino entre nubes

Arriba, en el cielo, junto a las águilas
se despliegan las alas de lo imposible,
un mar versátil forman de oro y espuma
las birlochas perdidas que surcan el viento
cuando el sol púrpura se desgrana
y oculta dorado en la penumbra.
Las calles retoman el frescor de la mañana
y el paseo se torna una delicia, un jolgorio
de trinos y de pájaros repiqueteos
a su recalada vespertina en los árboles.
Ociosa mi mente surca también el cielo
habitado por fantásticos ensueños,
oigo a lo lejos el murmullo del Olimpo
y a los héroes invitar por sus conquistas
a beber ambrosía de la copa del triunfo.
Consienten las náyades que por mis venas
corra el agua fresca e inmortal de la fuente
y mis sentidos se abandonan en el letargo
con las olas que van y vienen por el coro
hipnótico de las sirenas y los argonautas.
Toma la noche la clara apariencia de Selene,
se suspende a mis pies la luz de sus rayos
abriendo la puerta justa del Hades
y en el lago Estigia se refleja el brillo
de las almas y las monedas de Caronte.
Noto el rumor de unos labios
que dejan un beso en mi sueño,
e inconsciente reconozco tu sonrisa
en el hálito de Psique en mi frente.
© José Luis
Teléfono de papel

Sale el sonido del auricular, el pensamiento por un cráter
de olas y vibraciones en torrentes que inundan los abismos
impronunciables y perdidos en el fronterizo subconsciente
entre los arreboles matizados de un sol crepuscular de julio
y las profundidades oscuras e impenetrables del mar otoñal,
fecundo en sus algas y espumas, tras los cantos marineros
cosidos a las tardes trenzadas en la orilla, junto a sus redes.
Desconozco la voz que se esculpe en el papel de los recuerdos
cuando las palabras se incrustan en mis sentidos y siento tibio
el aire que lleva aromoso el olor de las rosas inmarcesibles
que habitan mis silencios de pétalos y terciopelos desnudados
en los libros que acompañan mis noches en tu piel y tu cuerpo.
Una tarde a la semana mi tiempo dejo junto al teléfono,
junto a esas sombras que olvidarán mi voz y hasta las rosas
que en todo jardín florecen con su fragancia y espinas,
quizá durante el sueño naveguen por los mares temperados
enarbolando sus alas de libélula en la bóveda de la dicha.
© José Luis
Foto en blanco y negro

Los ojos y sus bastoncillos nos hacen apreciar la vida
en matices claros y grises
los días en que las sombras dominan el ámbito de las luces
y el mar muestra su faceta oscura y tenebrosa
en sus más recónditas profundidades
donde las olas amalgaman tinieblas
y emergen al cielo en el reino de Hades.
Sólo una nube,
ese día un poco despistada,
iba dibujando en el firmamento variopintas siluetas
en el distendido juego del adivina,
“¿qué ves en esta imagen...?”,
al igual que cuando nos mostraban en el colegio
esas cartulinas con dibujos simétricos y abstractos.
Quizá quiera ver un minino
agazapado en su rebujo con esa carita observadora
o las garras de caperucita
asiendo al lobo por la pechera...
En realidad
recuerdo las tardes en el laboratorio siendo el alquimista
de las imágenes captadas al vuelo
en mis paseos por la ciudad,
con la duda,
la incertidumbre
de si el pulsador, por mi dedo accionado,
habría conseguido atesorar en el negativo la realidad
por mi mente ilusionada.
Eran aquellos días,
no de antaño,
no tan lejanos,
cuando la fotografía era un ejercicio de precisión y paciencia,
de no saber hasta que revelabas
si habías obtenido el resultado esperado,
porque no había segunda oportunidad,
ni revisión digital del fotograma.
El esfuerzo y el cuidado de las ilusiones
en la vida es un proceso parecido:
un jardín
en el que a través de las estaciones
va adquiriendo el colorido que le es propio
(el verde del mar,
el ocre de tu piel y castaño de tus ojos
hasta el toronja y púrpura del atardecer...),
acariciando en cada cana y arruga el tiempo
fugaz que nos recuerda
que en la mortalidad consiste la vida.
Mas ahora
soñemos
con ser surcadores
de las horas...
y el viento.
© José Luis