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Keroseno

Vendrás conmigo
por las calles de mi ciudad
donde los pasos dejan frente al río
partícipes los esplendores de la mirada
que una vez y otra amartillan al corazón
con voces que convergen en los jardines.
Fresco el aire deja en la sombra las siluetas
que rondan milenarias las piedras del destino
mientras las palabras surgen y hacen camino
purpúreo frente al mar inmerso en mis pupilas.
Atrás quedaron las dudas, sombra de guerrero,
que ciñe Ballester a su silla y a un café de metal
tras cuatro ojos que tratan de dos existencias,
de unos dedos al teclado o de la verdad inconexa.
Nos deja el tiempo correr tras los cristales
como gotas de lluvia que aclaran los sueños,
la realidad de lo inventado, un caro misterio,
entre los brazos abiertos de la noche.
Y de frente, con el volante entre las manos,
sonriendo sola te fuiste con los ojillos
repletos de sensaciones de este momento
hacia esas murallas que cobijan tu ánima…
© José Luis
Insecto

Detuviste tu volar
en una ventana mimada
donde mis ojos parten hacia el otoño
ocre de paisajes y hojas.
Era una tarde primera
en la extensión de tus alas
y toronja el sol de noviembre
te adhirió a su oscurecer
como pupila en el horizonte perdida
mientras se vaciaban sus rayos
en la redoma henchida de la tierra.
Quizá repentinos los matices del arco iris
en el irrevocable mirador del tiempo
reflejaran el atardecer en mis ojos
tras los cristales rociados del recuerdo.
Ya no es posible
la soledad del silencio,
ahora serán tus alas el zumbido
pertinaz que ahonde en mi pensamiento,
el carpe diem magistral
de la tarde suspendida en el universo…
© José Luis
Relato de desazón

Dejamos atrás infalible la verdad
donde los lobos ocultan su sombra,
en el follaje del bosque otoñal,
y el sol oblicuo abandona los rayos,
no quisieron atender nuestro cantar.
Lejos ya de mí recuerdas mi nombre
y tus labios se relatan en secreto
los besos a la juventud tributados
mientras dejas que tu piel sangre
como un río que arrastra la vida
robada una noche de espanto,
cuando los sueños son pesadillas
y los niños temosos afloran en llanto.
Una cueva es tu boca profunda
donde perdí las horas que no tenía,
un rumor de caracola donde acuné
vaporosas las tardes de descanso,
en los dóciles contornos de tus huecos.
Vuelve la noche a emerger
desde las simas desconocidas,
trayendo entre las palabras
lagunas de inquietud y ruido
donde bañamos nuestro silencio.
Al fondo de la razón
aúlla un lobo a la luna
mentiras de sotavento…
© José Luis
Relumbres de aurora

Hay veces que contemplo la aurora
rojiza entre tu cuerpo y sus pliegues
mientras descansan perdidos tus ojos
alabastrinos tras el alféizar de la ventana.
Son las madrugadas de otoño
las que nos desvelan entre las sábanas
con el deseo sinuoso en los labios
y la piel suavemente erizada.
No se precisan palabras
cuando nada hay que decir
mientras cruzamos nuestras miradas
desde lo más hondo
desde el brillo permanente de nuestras almas.
El sol rastrea en las nubes
los restos de la noche,
los matices escondidos de la sombra
de mi cuerpo en tus entrañas,
ese ardor fugaz y surtidor de vida.
Devuelves tu cabeza a mis hombros,
el olor de tu entrega entre mis brazos,
paño de cielo encendido,
cuadro de aurora relumbrante...
© José Luis
Tras la puerta

Invita la oquedad de la puerta
a la visión lejana del paisaje,
a perder la vista en la distancia
y permitir que el pensamiento se eleve
claro y libre como una gaviota
por los espacios de la inconsciencia.
Remotas las montañas tiñen el silencio
verde musgo de abrigo y quietud
donde indeleble el tiempo es paraíso
de las palabras y fluidos riachuelos.
Sentado un hombre ante su cuaderno
deja en grafito la amplitud de la mirada
mientras sus dedos pululan vigorosos
surcos sobre el acrisolado lienzo de la tarde.
No es posible la impasibilidad del alma
frente a esa cancela de oscuros barrotes
que aunque limiten la marcha
no aprisionan el aire
ni la libertad del horizonte.
© José Luis
Leer desde un blog

pasean junto a mis palabras
y que las letras son la música
que desde el silencio tarareas,
esa tonadilla
que no sabes dónde escuchaste
pero que aflora en tu mente
como el perfume de un jardín
o en una flor los pétalos…
No sé lo que a buscar vienes
ni siquiera lo que te llevas,
si es que te llevas algo,
en tu aliento incrustado
o entre los dedos de tus labios
que acaricien tu presente
o los suaves hilos del pasado
mientras tejes la noche
o franqueas el mar de los sueños…
Sólo sé que aquí te dejo
paisajes cincelados,
los esquejes de mi alma
en los lienzos del deleite
cuando se hunde el sol
y la luna aflora
con sus rayos indelebles
resquicios de locura
y viajes más allá
de los umbrales de la muerte…
© José Luis
¿En qué piensas?

Has atravesado con los ojos la mirilla,
una puerta abierta en la claridad
desarticulada de la noche y los sueños,
por donde entran y salen los recuerdos
que no tienen cometas que seguir
ni alas pendulares del destiempo.
Un pensamiento ulula en la orilla
circular de las palabras intangibles
donde la nada es un lienzo en blanco
que espera los pigmentos de la tarde
para salpicar de matices las imágenes
que se han posado como una abubilla
en la montaña turbulenta del silencio.
¿En qué piensas?
Pregunta la tarde a la abubilla
con su pensamiento puesto en la rosa
transparente de volátiles pétalos
mientras el cielo destejía el azul
en opaco musgo y miel púrpura…
© José Luis
Planeo vertical

Amanece una noche de luna negra
entre las fauces de un rey extraño
cuyos ojos escupían nebuloso el tiempo
mientras seres alados planeaban
verticalmente a los pensamientos.
Sueño dentro de un sueño
que el agua en su interior me lleva
como alga que en brazos se expande
musgosas y ondulantes
donde la líquida densidad me inunda
los pulmones y los poros de silencio.
Las nubes dejan sobre el mar
de deseo lágrimas jabonosas
que los peces mecen en los embates
con pompas ojosas e iridiscentes.
Mira la luna subrepticia mi cuerpo
tenue tras la oscura corriente,
es una rama sedosa que ondea
los labios lacrados con tu nombre.
© José Luis
Día para el recuerdo

de sensaciones,
un paraíso ambiguo
en la mortalidad y en las elecciones,
una bola preñada
de fugaz sino,
una entelequia…
Cada vez que nacemos en nuestros ojos
disponen únicamente una de esas lágrimas
con la que enjuagar la vida en cada mirada,
en cada travesía astral por las diversas existencias,
una prenda diáfana e inmaculada
que será la que en última instancia
devuelva al alma inmarcesible su destino.
Hay días
que en su capacidad especial para el recuerdo
sopesan los avatares de nuestro paso
por los inapelables caminos de la preexistencia.
© José Luis
Arboleda ocre

Ahora es el tiempo
dorado de las hojas,
dorado y macilento,
como el agua que fluye
entre los surcos de la vida
y las piedras de la muerte.
Suena el viento entre las ramas
y acaricia el aire de la tarde
los rayos últimos del universo,
rayos que recuerdan aquel instante,
cuando naciente la alborada
pergeñó del hombre la simiente
de polvo húmedo y palpitante.
¿No oyes en la distancia
el eco del ocaso?
¿Acaso crees que mañana
contigo nacerá de nuevo?
Hoy esa arboleda
es un varal de queja
por los brotes equinocciales que fueron,
por las ramas desnudas que esperan
la tierra resquebrajada
y una nueva primavera.
Alfombrado el suelo ocre
mira el cielo y las estrellas,
el cielo donde azul la mirada
blanquea el pasar de la tiniebla
y el transitar rutilante
de las almas que ya no se quedan.
Es la noche un espejo
donde se miran los amantes
y ven sus cuerpos transitar
en un sueño,
en una arboleda pulida y crepitante.
© José Luis
Fragancia púrpura

Has dejado tus manos en el aire
como hojas fruncidas y otoñales,
acariciando invisible y azul el mar
donde encubrimos nuestro barco
de los piratas del tiempo
y los tiburones del alma.
Recuerdo el aroma de tu cuerpo
una enfriada mañana de noviembre,
la calidez de tu piel entre mis dedos
y la eternidad sujeta a tu mirada.
Reencontramos el paraíso ancestral
en los brazos sinuosos de la noche
como una manzana prohibida y expuesta
en los labios de las sierpes y los sueños.
Ya no nos queda más tesoro
que la playa perdida en nuestra mente
y las olas púrpura de un piélago
que nos mece indefectiblemente.
© José Luis
Copas blancas

Blancas llamaradas se confunden en el bosque
con los ojos de la noche y el deseo,
es el transitar imperceptible de unicornios
hacia en monte venerable de las ánimas
donde el viento aguarda el instante
de ser generadora bruma de sueño
y los ojos la razón cierren
como se cierra una puerta a la espalda.
Caen de la luna los rayos
en fina lluvia
y la tierra recoge el cansancio del aire
tras siglos de ecos y palabras
que los hijos de Eva perdieron
en la gruta de la veracidad y los ensueños.
Retengo en las pupilas
el fulgor de las estrellas,
esa lejanía que me contempla
fugaz en el paso
como un unicornio extinto
del que sólo quedara el recuerdo
y acaso
el brillo de esos ojos
que mi mirar pretendieron…
© José Luis
En el interior del solar

de paredes y tabiques completamente vaciada
donde algunos árboles ondean en sus hojas
el estandarte del abandono y el encanto.
Desvencijadas ventanas orientan la luz
hacia el verdor del solar y la mirada
recorre los herrajes de una abertura
colindante que fuera la puerta de acceso.
Quien sabe si traspasada la entrada
aquel inhóspito lugar no sirviera
de cancela de ingreso a otro mundo,
a un exuberante e incorpóreo paraje
donde el sol fuera un río ondulado
de entretejidos rayos pendulares
a las telas de arañas del tiempo
y vieras tu vida en todas sus fases
siendo a la vez múltiple y uno.
Volver a percibir el calor de una madre
mientras ves cómo acaricias a tus hijos,
percibir en un instante la risa gozosa
y el más lamentable de los llantos,
transitar entre los triunfos de cada día
como se escalan los inquebrantables fracasos…
Ser ola impetuosa en la corriente de la noche
y lobo que aúlla el silencio de la luna,
ser cascada y torrente de abismos
y gota que resbala por el pétalo de una rosa,
ser espejismo súbito en la distancia
y horizonte de aliento y certeza…
La puerta me devuelve en la mirada
un instante
o toda una existencia.
© José Luis
Entretenimiento

sin parar de estar quieta
como se mueven las nubes
en el tiempo azul titilante.
Las piedras se reflejan turbulentas
en la corriente oscura que estática
las retiene en su dorado reverbero,
es una llama húmeda y ferviente.
Las hojas que perdieron los árboles,
donde el paseo transcurre solitario,
forman un manto ocre en la ribera
y la bruma les deja su nacarado llanto.
Asoma tímida la luna
su ojo albo y rasgado,
mirando la noche y sus luces
ensimismadamente…
© José Luis
Paseo tras la suerte

Una casona
entre sus paseos
cierra las distancias de la tarde
y dos bolas blancas charlan
de las cosas menudas de la vida.
Es un momento de descanso
y me sosiego a los pies de los árboles
como una hoja madura
que intuye ceder su piel
a las entrañas de la tierra
tras el viento y los atardeceres.
El aire
trae los ecos
que han recogido las ramas
en las cumbres del cielo
y me encamino hacia la profundidad
frondosa del jardín
y del silencio.
Las manos notan en el frío
la proximidad del invierno
y recuerdan la calidez
de la arena del mar
en los pies y el paseo
solazado de la vista
y la mente…
© José Luis
Un día de noche

Andan perdidas las nubes
en la oscuridad del mundo
donde los huracanes derriban
los días y las casas
como sueños que se rompen
en la superficie del agua
y resquebrajan el espejo
de un cielo que se miraba en el mar
con los enigmas y los miedos.
Los cuerpos se han abandonado
donde se abandona la vida
en la invertebrada línea de la ventura
cuando se desciende el camino de la noche
por las tumultuosas islas de la muerte
y ningún canto ni sirena les acompaña.
Llora la tierra lágrimas de silencio y espanto
por las almas que no debieron partir
en la imperturbable barca de Caronte
sin la liberadora moneda en sus manos
y aquietada, serenamente aquietada, el ánima…
© José Luis
Marco sin foto

Has detenido tu marcha en la orilla
cristalina de aquel marco inquebrantable
cuyos reflejos eran parte de la mañana
trayendo el revuelo de hojas caídas
como árbol que cada amanecer se desnuda
y deja descubierta la intimidad de su cuerpo
que acariciabas resbaladiza con tus dedos
sintiendo la frescura que no obtenías de la imagen
que desde que te despertaste rondaba tu cabeza.
El sueño había vencido tu propósito de pensar
en la tarde que tuviste aquel extraño presentimiento,
sabías que las nubes habían formado la silueta
de la lejanía, del tiempo que nunca viviste
pero que tenías tan presente desde hace un año
cuando falleció tu madre y sentiste aquel escalofrío.
Fue una muerte súbita como los minutos que no se viven
porque la consciencia los ha ocultado en el olvido
como se mete en una botella la sonrisa oculta
en la sinuosidad de la noche y el desgarro.
Porque ya no te acuerdas
te diré que el marco está sin foto
desde que decidiste no volver a ver
tu propio rostro en otro rostro,
tus propios dolores en otros dolores,
tu propia muerte en otra muerte…
© José Luis
Paisaje en vertical

porque las aguas no reflejarán
las gaviotas encalladas en los arrecifes.
Sólo el faro de la inconsciencia
podrá alumbrar una nueva alborada
y bajarán las mañanas silenciosas
entre los pétalos de bruma humedecidos,
una flor que nació en las arenas del desierto
y de lágrimas entre las palmas de la noche.
El cielo deja que las nubes pasen
y lleven el viento a los caminos
donde el otoño le entrega las hojas
que retienen el sabor de la primavera
y del verano las frescas lisonjas.
Quién sabe
si remontando el vuelo
las alas del silencio
invoquen a tus gaviotas
y las libere
de la sombra del sauce
y la tristeza…
© José Luis
Transmitir con las palabras

como se juega con una moneda
distraída entre los dedos
y dejemos que surjan conexiones
que no tuvieron previamente sinrazón alguna.
La oca patea el estanque con la cola
y las ondas que se expanden colean
el ocaso sin aristas ni trabazones.
Una serpiente muerde la manzana
y discordia la luz de la tarde
como un eclipse propicio
para el pecado de la ciencia.
Cae la lluvia sonante de xilófono
y los oídos ocultan a la vista
una sonata para piano de Mozart
mientras su padre desvela el réquiem
con los sucintos acordes de ascendiente.
La noche despliega negra la luz
que revela los astros y las estrellas
como una luna rellena y locuaz
que afinara serenatas a los enamorados.
Sé que en el brillar de tus ojos
adivinas qué es lo que se piensa
cuando te niegan las palabras
la transmisión de tus ideas…
© José Luis
Sencillamente simple

que los pasos borraban al volver
en los ojos la mirada
diciendo en el silencio esa fórmula
de niña mágica, de sueño distraído
en la contemplación de las estrellas.
La lluvia acompasaba el caminar de las hojas
que el viento zarandeaba entre sus sienes
como un pensamiento que no sabe encajarse
en el puzzle de la consciencia y se deja manosear
con el parecido de otras cosas que no son
el palpitado que su corazón recuerda.
Es así de simple el olvido
del camino de las estrellas
donde se depositan los tesoros
de los días y las noches niñas
cuando la razón era una palabra
por desconocida inédita
en la ruta de las nubes
por la rana de un encanto
y el transitar de los príncipes.
Ha dejado de llover
y el suelo me refleja…
© José Luis
Monóculo de contacto

al juntarse con el río en un único instante
donde verdosas las algas dejan sus ramas
como cuerdas de una cítara que resuenan
desde el interior hundido de un ánfora.
Es la verdad el ojo que escapa de la noche
y se reclina en el valle oculto a las miradas
donde el sueño fluye entre meandros
hipnóticos y segmentados de tiempo
cuando depositamos tenuemente una flor
de humedecidos pétalos tras la alborada
en la bóveda silenciosa y guardiana de los ecos
que una vez fueran deseos vaporosos y ardientes.
Caminante, no detengas tu mirar en la frontera,
sigue el curso del arroyo que discurre por el valle
donde tararearás la canción que nunca aprendiste…
© José Luis
Retos de ambigüedad

Caen las sombras de las hojas con el ocaso
verdemar del torrente y la espuma
y los rayos de la noche ocultan su caída
en el fondo oscuro e impenetrable
del asfalto que nos separa de la muerte
y de la oquedad de las tenebrosas entrañas.
Pasan los coches ahogados en sus luces y destellos
sin sentir chirriantes las tramoyas de los títeres
que los conducen entre las líneas que fueron
puentes y ríos, y parte de las estrías de las manos
que modelaron de barro el aliento de la noche.
La cama es un espejo donde recostamos la espalda
y ocultamos la cara para no vernos y creer que existimos
como si la vida fuera parte absurda de un sueño
o el color de las sábanas que calentamos inconscientes
mientras dejamos que se cumpla nuestro momento
como un cigarrillo que se consume candente.
De nada nos sirve querer aprisionar el tiempo
cuando se desvanece como el aire que respiramos
en cada minuto, en cada mirada, en cada suspiro
tras la fuente que mana verdades perdidas…
© José Luis
En el interior de las alas

Lejana en su surtidor una fuente sujeta
al ave que no consiguió aletear en el cielo
lluvioso una tarde oscura de noviembre
y recortada se yergue broncínea la silueta.
Ha pasado ya tiempo desde ese día
en una plaza nocturna de Copenhague
donde yo también me encontraba sujeto
a la inmovilidad de las alas y a su destino.
Allí estaba con la soledad desnuda
en una ciudad cegada y desconocida
bajo el ala de una grulla atrapado
entre la espuma sorda del agua.
© José Luis
Las esquinas de una cama

La noche propicia el descanso,
un estilo de yacer sobre la cama,
sobre esas esquinas de la esfera
que es el universo de los sueños.
No hay aristas que no dividan
las partes mismas de la materia
y en sus impulsos arqueen las olas
de las marismas y los silencios.
Dos velas surcan las aguas,
las velas de dos recuerdos,
una tarde en la inconsciencia
y la incursión en tus misterios.
Cuatro esquinitas protegen la calma
custodia de los ángeles sin edén
ni alas que les remonten volátiles
sus sutiles y humanos corazones.
© José Luis
Imprimaciones a una carta

Unas palabras, sólo unas palabras
pueden trabar el camino de las miradas
directas a las pupilas y al corazón.
La estela de los acaecimientos se incrusta
desde la consciencia a la tela imprimada
de palabras que rozan el alma y las cuerdas
que nos atan a nuestra esencia y mortalidad
como un ramo de flores que aroma la mesa
donde una última cena disponemos sin temores.
Trae el vino suelta la lengua
y mana la sangre de las heridas del mar
en sus embates a los escollos y naufragios
tras un muro que asume las lamentaciones
que los dioses no entienden…
como no es de entender gratuita una muerte.
Gira el viento en la tormenta
y levanta espumosas las gotas en los charcos
donde se reflejan las vidas de los muertos
olvidados en los sobres
sin despedidas ni cartas…
© José Luis
Velo desvelado

He indagado en los caminos de la noche
muchas veces las horas y los días que devienen
como una existencia de búsqueda extrañada
entre los caminos de la inexistencia y la vida.
Tornan a su urna las verdades
desde donde contemplan mi mirada
pegada a un muro de paradojas indivisibles
como ese mundo que creas cada momento
sólo mientras respiras…
Es la noche un delicado velo a los ojos
que nacen del llanto y la madrugada,
ojos que no entienden el mundo
aunque la luz brille en la sombra
y los árboles, al compás de la lluvia, dancen.
Pasan en el cielo las nubes
proyectadas desde la tierra en otras sombras
que fueron estirpe del tiempo
y que ahora, como relojes de arena, marcan
inexorables la cadencia
en el diapasón de los vientos…
© José Luis
En un fragmento apergaminado

Hace ya tiempo unas palabras
abandonadas en una cuartilla
formaron parte de algún pensamiento
en un cajón custodiado.
Y ahora cuarteadas por el olvido
son una aparición reclamante,
una columna de humo
que en el cielo se despliega
como un túmulo de voces
arropadas entre las nubes
y se pasean impúdicas
por las riberas de los sueños
mientras se desdibuja la noche.
Son una procesión de mariposas,
una manifestación penetrante
de aleteos y ecos de caracola
desde la profundidad inmediata,
desde el corazón sin pálpitos
que es la eternidad del alma.
Fueron palabras desprendidas
del árbol del anhelo
cuyos frutos tientan al hombre
como la manzana de la sabiduría
o el libidinoso goce del cuerpo.
Me recuerdan al silencio
que se escurre por la mañana
por una hoja destilada
en la esfera de una lágrima…
© José Luis
Posos de mujer

Es la hora del café
y la tarde ha revocado su esplendor
en la taza y en el crepúsculo
vaciándose como el tiempo
que se acaba tras unos sorbos.
El paladar retiene el aroma
de lo que fueron las flores
con la perfecta frescura del hielo
en el iceberg de la inconsciencia
donde perenne la esencia del mundo
germinará algún día de nuevo
cuando la aniquilación separe los labios
en los párpados de la muerte.
Veo oscurecido el cielo
de otoño con los colores
velados en las manos de la noche
donde clarea un solo punto
en los brazos de la luna exigua,
es la entrada a los espejos
que quiebran las miradas del vacío
como esa escarcha derretida
al iridiscente fragor de la mañana.
Aún hay restos del café
en el mirador de la infancia
donde unas manos femeninas
removían maquinales los posos
del cielo como astros amanecidos…
© José Luis
Bóveda ambiental

Puntos de luz
se pasean por la inmensidad
como si de una calle se tratara
cuando la multitud se amasa
entre el frenético movimiento
y el stop de un semáforo.
Caen las nubes en el agua
que refleja el contorno del río
y los árboles semejan montañas
que rozaran la infinitud del espacio
con una pelaje menudo y nebuloso.
Es el firmamento una esfera,
una bola de cristal encintada
y removida infatigable por el aura
de un dios que cada primavera renace
de las lágrimas vertidas por Pandora.
© José Luis
Rombos concéntricos

Desde el mar una gaviota remonta el vuelo,
su cuerpo se había zambullido en picado
entre los espejos que traspasan el plano
recóndito y colindante de la irrealidad y el sueño
donde un pez parece una nube que recorre simas
y deja en las profundidades el recuerdo
de la irrupción del mundo.
Es el pez un rombo
donde depositamos los horizontes imaginados
como un pozo en el que saciamos la sed de los días
que se desgajan sucesivamente de la noche
y la cara que la luna oculta.
Son ensueños coloridos,
arco iris cuyas cintas nos enlazan al firmamento
mientras dejamos en el vuelo de la gaviota
olvidada la mirada…
© José Luis