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Septiembre

Encamina el verano su ocaso entre los rayos
que deponen el añil emergente del firmamento
entre los cárdenos senderos del abismo
y la ocupación de las noches en el descanso.
Ya las alondras buscan solaz silencio
en las inmensidades blancas e inagotables
de otros senderos, de otros abismos
donde dejen planear sutilmente sus vuelos
Una cigüeña aguarda los primeros sonidos
de los osos en la caverna para emitir en su revoloteo
la huida al silencio del sueño, y acaso a otro jardín
donde de estío renacerán las simientes de nuevo.
Pronto serán las fiestas y con ellas el viento
los que ondearán en las chaquetas, en las pieles morenas
como insignia del disfrute de playas y piscinas
que marca para algunos el fin de las vacaciones…
© José Luis
Panorámica añil

Se desplaza un avión
por la luz panorámica y añil del cielo…
Un pez surca, solitario,
azules las aguas del Caribe…
Índigos los ojos de la noche
deletrean con leve parpadeo tu nombre…
El tumulto de la cafetería se desvanece
en el garzo humo de mi cigarro…
La playa inmersa en su quietud
espuma celeste borbotea…
Tus manos dejaron en mi piel
azures los pensamientos…
La neblina me trae el recuerdo
de una niña envuelta en su vestido zarco…
La tierra rodea el lago
dejando en sus riberas azulinas el olor húmedo
del silencio…
Atravesé los sueños perdidos en la corriente
turquesa de los ríos desabrigados de invierno…
El temblor cerúleo de la muerte
abandonó mis labios
entre los pliegues de tu beso por correspondencia…
Me acercaré hasta tus sienes
con un mundo inmarcesible y marino
entre los latidos palpitantes del deseo…
© José Luis
Olvido de sí

Un vaso con agua encima de la mesa,
entre los dientes el frío inerte de la noche
cuando la soledad marca las tres de la mañana
y la cama es un cajetín vacío de polvo agolpado.
La vida perdía por las venas el tiempo
de la juventud y el pozo de las lágrimas
era un cenagal de fuego negro y moribundo
que retorcía sus llamas en la boca del silencio.
Hubo un jardín donde los recuerdos paseaba
las tardes de lluvia bajo el paraguas abierto
donde desplegaba a sus hijos en los juegos
bulliciosos por la casa, ahora vacía y desterrada.
Pocas son las cosas que retiene su cabeza
que sólo se ilumina por un sonido perdido
o una imagen descosida en la pantalla
como una sonrisa cercana y borrosa en el aire.
© José Luis
Líneas convergentes

Miro las líneas polvorientas que maceran los pensamientos con los recuerdos de los días y veo lejana la lluvia blanca de halitos que atraviesan mi razón con luces fugaces entre los crepúsculos de un cielo eterno e infatigablemente mutante donde los sueños se abren como ojales vacíos entre la bruma que oculta en silencio los rayos solsticiales de la luna negra.
Blancos azulejos cubren mis ojos de líneas que convergen en los puntos de una red imperceptible de caballos salvajes que trotan en las praderas universales de constelaciones y vacíos mientras chubascos de efluvios calan mis pituitarias de imágenes y tinieblas donde un jardín es solo el olor de una rosa y nítidas espinas impregnan de sangre la piel de la noche.
Resuenan compases de música en la caja aterciopelada de las dudas y bailan las armaduras ancestrales las batallas ocultas en la historia de un libro cuyas líneas convergen en el jeroglífico de la vida y la muerte…
© José Luis
Extático intento

Nace el sol en la mañana de septiembre
entre temblores de cielo y de sombras
donde mis dedos esconden en tu pelo
hirsuta la línea púrpura del horizonte.
El día busca en el cielo los colores
carmesíes de la sangre que cálida
recorre los litorales de tu cuerpo
buscando un esclusa donde fondear
imperecederas las ansias del deseo.
Inhiesto resplandece un obelisco
turgente de pálpitos y ardores
entre la espuma blanca de tu piel
y esa cavidad deseable y misteriosa.
Penetro el interior húmedo de un jardín
aromado de brotes ingrávidos y rosas
cuyos pétalos rezuman polvillo de estrella
de mis pasos por los sueños de la luna.
Es el tálamo nuestro intento
de ser los fulgores que el sol y la luna
depositan en las profundidades de la tierra,
guardiana perpetua de los amores
y los secretos.
© José Luis
Versos analógicos

Silban en el corazón sonidos de palabras
ocultos en el fondo del mar
y en los recovecos de mi ánima,
semillas de la noche en los rayos de la luna.
Mi camino es un río
que nace en las montañas sinuosas
de silencio y de hálito intemporal,
creación como parte del espejismo.
Redondas las manzanas y el deseo
dejan en cada mordisco un aroma
de sensualidad y prohibido fruto,
lloraremos la pérdida del edén
sólo cuando hayamos muerto…
Mis ojos se desfondan en tu cuerpo,
mis labios se incrustan en tus poros
te recorro como una tormenta en el sigilo
de un flor que asciende trémula
hacia el cielo y tu frente…
Esta noche la luna no me mira
sólo enmudece y asiente…
© José Luis
Alunizajes

Rilan los ojos en las órbitas desnudas del tiempo
cuando en las noches las bacantes buscaban la inmortalidad
y los hombres sacudían sus penachos tenaces
de los augurios de la sombra.
El seno de la luna es un panal de estrellas
que recoge la miel de tus labios
y en forma de lluvia la deposita en las marismas
de un mar encadenado y perpetuo
a las corrientes vespertinas del horizonte
en los cañones ululantes del abismo
mientras las nubes de mi pensamiento
mudas se esconden
en las dunas de la locura.
El reloj
retiene las horas en el halo de la noche
y sus agujas circundan el vello de tu cuerpo
como un amante atrevido
que escala en los rayos de Diana el deseo
no satisfecho.
Son las doce
y el día se pierde en la inconsciencia
tras la puerta que se rompe
y trae sinuosas las montañas
que manan de la tierra preñada
de hombres y secretos.
Es tu boca la gruta de los misterios
donde se ocultan las palabras
en el paladar que se sujeta al cielo
impenetrable y a los cometas
que recorren junto a mis labios los desvelos.
Retengo entre mis dedos
el reflejo de la vida
y la muerte
que se multiplica en cada burbuja
de espuma y desasosiego
como cuando los brazos cansados de nadar
dejan al cuerpo hundido
en el inmenso mar del silencio.
En la espesura de la noche abandono
la luz de la luna…
© José Luis
El estuche

El olor a nuevo de los libros, la punta afilada del lapicero,
blancos los cuadernos… en el silencio de la cartera.
Eran días inquietos por volver a ver a los compañeros
y saber qué maestro te “tocaba”.
Pasaba ratos hojeando y ojeando los libros
queriendo aprehender lo que no era el momento
pero que llamaba la atención por los dibujos y grabados,
por ese olor especial a estreno
y por el curso que se iniciaba,
a veces con pantalones nuevos…
El primer día de clase todo era sacar
y sacar de la cartera
libros, estuche, cuadernos...
Pupitres de madera que crujían con tus movimientos
queriendo dar a entender que después del letargo del verano
ellos también volvían a la vida.
¡Quién no recuerda ese flamante estuche de dos pisos
donde tenías reunido bajo el dibujo de la serie del momento
todo tipo de colores, gomas y utensilios…!
Esa escuela queda en el tiempo lejos
aunque muy cerca en el recuerdo…
© José Luis
Partículas de la noche

Un ojo mira y otro retiene en la retina
la composición de la imagen.
Un brazo sobre otro se apoya en el regazo
mientras el ojo mira.
Pasan en el reloj las horas del día
más allá de las nubes de la tarde
y encuentro la oscuridad de la noche
hasta un tanto enigmática y atractiva.
Ululan luces a lo lejos, en la montaña,
donde el sonido se esconde en las cavernas
y busca salida por el cielo de las grutas,
por el ojo que mira las estrellas.
La sombra sobre la sombra yace
en la espesura de la anochecida
donde los sueños pugnan por salir
de la retina ciega de los coches
que deambulan con sus conductores
por la travesía de la inconsciencia.
Un paso hunde las tinieblas en el barro
como greda silvestre que huye del ruido
lóbrego de los árboles y las sombras
que de los árboles nacen.
Distingo en el horizonte una línea anaranjada
donde se eleva la luz de la ciudad que duerme
y giran las estrellas del firmamento
las danzas de la fiesta y sus atracciones.
Átomos de piel disfrazan la noche
de beso que busca su bella durmiente…
© José Luis
Oración en blanco

Tiemblan las palabras entre el rubor de las nubes que arrastran púrpura la tarde y una hoja en la que se arremolinan las letras que no quieren ser pronunciadas ni entregadas a un cielo inmaculado.
Sumerjo la vida en el río del tránsito donde Caronte acuña las almas en una moneda lanzada al abismo de los gritos tórridos que revisten la arena del desierto que todos atravesamos en la soledad del tiempo y de la noche.
Un alivio es un vaso límpido y transparente donde el agua deje el rastro silencioso en una gota que vibre entre los cristales oblicuos al horizonte y refleje en el eco de un salmo la bienaventuranza de haber vivido.
© José Luis
De otro en otro

Un charco en la frente
refleja blanca la noche en la luna negra
y la mirada en la esfera
reverbera de cristal el mundo
en intrincados rayos de misterio
ocultos en el canto de una sirena.
Caen copos de niebla bruna
en las pupilas del silencio
y de un ave despluma el pico
las entrañas mismas del averno
donde se revuelven en uno otro
de los acostumbrados yerros.
No se revela la mañana radiante
ni perfumado el jardín que llora
el paso emergente de la noche
entre los latidos de la carne inmóvil
y la sangre que solidifica la muerte.
Una rosa clava su espina indolente
en el silencio fugaz de una vida
y pertinaces corretean las ocasiones
por entre los bolsillos… perdidas.
© José Luis
Reloj de un grano de arena

Asaetas la tarde en el aire
como un dardo que se desliza
pensativo entre los agitados dedos
de una apuesta y aguardas
hasta que tome la decisión la noche
de desaparecer entre las sombras
que ilumina suavemente la aurora.
Miras con ojos sedosos, de nubes,
el rubor cárdeno de mis labios
mientras dejan fugaz en tus oídos
imperecedero del deseo el nombre.
Y notas en tu interior el tic tac
invariable y seducido de un corazón
en las entrañas de tu grano de arena
que quema como incienso la vida.
Giran unidas las agujas de reloj
a los granos del tiempo en burbujas
de cristal y aquietados pensamientos.
Nuevamente el alba cárdeno
es esa profundidad íntima
que arrebola todo mi ser
en el transcurrir de mis días
y en la eternidad… el deseo.
© José Luis
El cuadrado espejado

Sobresale de la mesa un cuadrado
de cristales con teselas y reflejos
y veo la realidad en espejos cuarteada
que la mirada devuelve a mis ojos.
Es un cuadro del tiempo pasado,
el cuadro de una mañana brumosa
con árboles cristalinos, silenciosos
de los que dejan en la piel el frescor
ensimismado tras la noche de estrellas.
De un vaso tiembla el cuerpo
en el roce acodado y metálico
que los dedos de tus manos
al coger notan en mi recuerdo.
© José Luis
Botella abierta

Dulce es el sabor que mana
de la esplendorosa botella del tiempo
mientras atesora la sombra
de las uvas jugosa la pulpa y la solera.
En una botella abierta un corcho se descubre
púrpura en su textura y pureza,
alcornoque errante en la carretera
astada de flores, casta y envés brillante.
Pulpa de vidrio forma en la botella
el cuerpo ahumado y opaco,
contoneo de gotas en la carrera
ladera abajo, ondulación de copa.
Una chispa en los ojos,
unas gotas de ingenio,
oscilante la ambigüedad
corre entre contertulios y deseos.
Alrededor de una botella
la tradición atesora
arte del paladar,
sudor de la recolecta,
fermento de los azúcares…
y el tiempo, tiempo de espera.
© José Luis
Transcursos de tiempo

Chirría el viento en el valle de la vida cuando entre las hojas de parra que revolotea las vergüenzas del desnudo y del mundo, donde la verdad se exponía en marcos de argentas túnicas y la mentira era una ijada en la frente del íntimo acallado.
No hay tiempo más allá del tiempo cuando la tierra cubre la carne y un cristal separa el secreto del polvo y de la mano que lo escritura en la memoria.
Los ojos miran la luna en su cuarto y se llena dorada de ecos que se desmoronan entre las cataratas inmovilizadas de las postales que se envían como recuerdo y en una mirada el cielo entretiene azur los labios en un último beso.
Lívido un suspiro arremolina entre los poros de la piel el sabor del misterio… la vida o la muerte son audacias obvias del tiempo.
© José Luis
Tras tus ojos

Tras tus ojos te ocultas
al igual que el sol en las nubes
los días de lluvia.
Borrosas unas lágrimas cruzan la bóveda
estrellada de tu cara a través del espejo
o de un sueño que cada mañana se olvida
entre los pliegues flotantes de las sábanas.
Las líneas asemejan de tus párpados
cortinillas de mar que abren y cierran en olas
bocanadas de aire tras la aurora
desplegada carmesí en las varillas
de flores y tus pensamientos…
Te ocultas tras el abanico,
ambigú de la inconsciencia,
mientras oscila la sombra
en el color de tus pupilas.
© José Luis
Sin

Traen las nubes de lejos el viento
y el reloj retoma añejo en la arena
los minutos dejados una vez en el soplo
secreto de un dios generador de los sueños.
Trotan los niños con la luna áurea
mientras dejan sus siluetas escondidas
en el polvo parvo del quebradizo silencio
donde las estrellas guardan el ojo
que indivisible el alma vigila.
Viene la bruma por el campo blanco
y el aire densa las figuras tras los árboles
de la noche y cede al crepúsculo el rocío
con las lágrimas del mar incandescente.
Vuelve el reloj a marcar las doce
y los sueños, sin revolver el pasado,
inician el camino del retorno
a las alas de la noche
y a las encrucijadas…
© José Luis
Otoño

Dicen los árboles que la vida retoma de los sueños
el sentido del anhelo que se descuelga cada otoño
de las hojas en la caída dorada y de las mariposas
tras las oníricas alas de un purificador Morfeo.
El agua de lluvia humedece la reseca heredad
de la enclaustrada simiente y su cofre,
la tierra madurada por el sol de la vida,
donde reposan ancestrales los huesos
de innumerables relojes adormecidos.
Por mis sueños una hoja errabunda
flota entre aromosos pétalos y misterios,
una hoja carnosa de labios ondulantes
que deja en mis oídos el eco rumoroso
de las sirenas buceadoras en mis veneros.
© José Luis
Rincones oscuros del corazón

quién no guarda en la sombra un camino perdido,
un confuso deseo de ser o poseer aquello imposible
al ojo o a los ímpetus del viento, del mar o la razón.
Aguardan semillas innombrables y voraces
insaciables de lágrimas e invernales rumores
tras los muros latientes de sangre humedecidos…
son tornados creadores de fuego y combate.
Hay mañanas apacibles de sonrisas tornasoladas,
claros amaneceres tras la montaña del desvelo
donde exhala el pecho el flujo límpido de amapolas
y las ventanas rezuman el sabor del silencio.
Son las dudas geniecillos que siembran nubes
en las venturas de los imaginarios mundos
que urdimos en las estanterías del alma.
Quién no tiene un corazón de secretos…
© José Luis
La caja de los recuerdos

Sobre la mesa una caja descansa
la memoria de los años y el silencio.
Un papel turbio retiene las letras
de sangre y de lágrimas en el seno,
palabras carcomidas en los labios,
susurros de viento en la ventana.
Un sobre azucarado y un dibujo
de las tardes de café y copla,
dos manos que se rozan
en la juventud de sus recuerdos.
Ese olor a colonia tras un sobre
compañero de soledad y distancia,
de tiempo entre las horas
robadas a la noche y a Morfeo.
Una postal doblada en la oquedad
honda de la carne tierna
sujeta entre las sábanas de un ahora
que nunca se acaba en el anhelo.
El reloj donde no andan las manecillas
detiene la inmortalidad y la muerte
en los ojos que ya no miran
la tarde púrpura en el rostro
del olvido y los rasgos de tu nombre.
© José Luis
Hojas en serie

entre los pliegues de una ola,
sazonada de palabras,
oval y púrpura
como en la larga línea de la palma,
el vuelo de una gaviota
o los labios de gitana.
Hojas sin escribir,
hojas que perdieron el habla,
hojas solemnes y puras
de Romeo en la balconada.
En la mirada leen los ojos,
los versos, en el alma;
los libros, de tu boca
lo que escribiera la nada.
Todas las hojas del mundo
resbalan por la alborada
un tobogán de colores,
una escala de tonadas
y yo deslizo en tus labios
de azahar un requiebro…
© José Luis
Honor

Determinación.
La frente mana en una cascada
la ruta de la misión
memorizada.
No hay camino ni abandono
que penetre el mar o las estrellas
con tanta facilidad.
Dura es la roca forjada
en diáfana cuña de vidrio
que se mira en la noche
azabache azul y grana.
La muerte lleva un destino
tatuado en el honor, en la sangre
y en los labios de una sirena
que entona pálida el albor de la luna.
© José Luis
La moneda acunada

En la tirada cara y cruz
retiene el aire en la ingravidez
penetrante una inquietud
en las vueltas de haz y envés.
Contempla el sol los destellos
de su propio reflejo en el tiempo
mientras llegan lejanas las voces
de un conjuro, de un suspiro…
Las nubes pasan entre las sombras de los árboles
y todavía la moneda en el vuelco no decidía el destino
que oculta el azar a la suerte y al propio contendiente,
aunque ese sea uno mismo.
En la plaza una fuente trae el rumor del río
y canta el agua el sino de un redondel acuñado
con la efigie de una madre fertilizada
acaso por el polvo de lluvia dorado…
© José Luis
Tinta azul

nacen olas palpitantes y escarlatas en la vestidura
ocre de una hoja del árbol milenario de los dioses,
mientras la noche agita tenue el aire y el silencio.
La aurora trae en su seno una atmósfera azulada
y entre los dedos las nubes dejan escapar el velo
que de lluvia acumularon en los tiempos de inquietud
cuando la tiniebla ocultaba en su manto la luz del fuego.
Un faro marca a lo lejos el inicio del arrecife
donde los barcos hunden la mirada y la esperanza,
donde parsimoniosas las sirenas cantan a los náufragos
nanas azures, ecos lejanos de labios dulces y hechiceros.
Camina entre las arenas macilentas de la playa
un hombre pensativo, perdido en el horizonte
donde el arco iris en su nebulosa azulina
retoma las lágrimas que dejara la noche
en el pecho sigiloso y acallado de la luna.
© José Luis
Rutilancias de discoteca

Arrastra el vestido los confites de la fiesta
como astros que toman el sentido de la aurora
y el disfraz asoma por la puerta lateral
del silencio armonioso y su colina.
Una sonrisa delata la razón de la luna
en los brazos amantes de la noche
hasta que terminó la música
o se vació la copa y la vehemencia.
Se pierden los compases en la bruma
y se esconden los árboles del jardín
en la parte furtiva del mar y de la espuma
que salpica de lágrimas al viento
allí donde existiera un pétalo de jazmín
o el cautivador aroma de unos versos.
Fijo un rayo en los ojos
atenaza las piernas y el pensamiento
mientras se desnuda la concupiscencia
y acaso un escalofrío recorra el recuerdo…
© José Luis
Rebrotes de mar

He encontrado el mar entre las palmas de mis manos
agazapado y revuelto en las marismas de la noche
donde los duendes enjuagan las estrellas adheridas
en las zócalos abismales y cáusticos de los cielos.
No se oía el oleaje de ida y vuelta de la espuma
sino el eco de una caracola perdida en la rugosidad
bautismal de mis dedos que débilmente entonaba
el recuerdo vaporoso de la voz de una sirena
y el rumor del vacío en los entresijos de Eos.
Desatiende la luna sus reflejos en el malecón de la tarde
y el viento ulula gotas carmesíes en los pétalos del silencio,
donde mana el dolor de la tierra y de los que se han callado…
dolor de ser mortales y dejar en sus entrañas los huesos.
Un olor a salitre desprende el reloj de arena
en los litorales de la alborada, un olor encendido
de humo e incienso extendiéndose en mi pecho
y cubriendo de rompientes tu nombre
donde inmortalmente se afierra mi tiempo.
© José Luis
Ala de sombrero

Piaban los pájaros bajo la lluvia
enredados en los árboles y sus ramas
un canto de niños en el parque
un canto de cielo y de bandada.
Los charcos reflejaban el silencio
más profundo de tu mirada
estabas ensimismada, ausente
como una avecilla enjaulada.
Enfrente la pared era un semblante
grueso de trazos y azures arcadas
vibrantes pupilas desplegadas
pacientemente ante el banco
donde pasas las tardes sentada.
El tacto recuerdas de tus dedos
al pasarlos finamente por el ala
y de cómo él indeleble se calaba
el sombrero por la frente
las tardes de galanteo y recuerdos.
© José Luis