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El pudor que se esconde tras la puerta

Nuestra fragilidad se encubre tras una puerta
de exquisito alabastro y cristal con tornasoles,
nadie puede traspasar el límite del silencio
ni acogerse en nuestro corazón sin aquiescencia
aunque sepamos que tras la puerta el reflejo
puntual nos proyecta.
La desnudez sobreviene vadeando el otoño
y las ropas que fueron palabras asidas
escapan crepusculares al silencio de la noche
y a la claridad de la luna, se asoma una flor
al espejo de tus ojos y se remira en tu mirar,
abandonan tus pupilas el cuerpo pudoroso
de los tres lados inguinales de tus pétalos
mientras sumas, serena, con mis yemas
el retraimiento de tu eteriedad.
Hoy, en mis ojos, el tiempo, retiembla el miedo
perdido en el paraíso, en el fervor de tus brazos
donde se esconde un pudor sin puertas
y prendo con mis labios el sabor de eternidad
allí donde cabalga la muerte y la sangre
de las vidas que en tu interior se suceden
mientras a mi decoro tus dedos ensortijas.
El pudor que se esconde tras la puerta
no tiene edad, ni ojo de cerradura que escape
cuando la vida se deshace en figuras de luz
y liberamos infinita la mirada de la concordia.
© José Luis
Nubarrones de lazarillo

Atormentado el cielo
se deja guiar por el lazarillo
que capitanea las noches y estrellas
por los mundo de la sombra.
Una mano arrecia en los hombros
las sinrazones de un camino
que lleva a los tropiezos,
a la ceguera de los sentidos
anubarrados en las grises multitudes
que interpretan la sinfonía del olvido.
Así es la historia de los mortales
un eco anestesiado de nubarrones
en los que los de la intrahistoria ululan
su derecho a la vida y a una paz lógica.
Nos guía el extravío de su mano
cada vez que interpretan las palabras
esos consabidos significados
de auténtica sosería y abandono.
© José Luis
El sudor de la fuente

Las ocultaciones de tierra emergen
tras cada palabra maldita en los labios
que besaron los iconos arcanos de la sospecha
donde la tribu derrocó a la enfermedad
y el miedo de los guerreros, al aullido de la noche.
Han arrastrado los siglos las deprecaciones
que pretendieron elevarse al cielo vaporosas
como llantos que manan del dolor y la risa,
como velas que se consumen paulatinas
en su propia llama y resbalan pertinaces
por la inquietud de la vida y el desasosiego.
El agua subterránea recoge los ecos
que estuvieron retenidos en el alma
durante tanto y tanto tiempo
que sus turbulencias aún reclaman
todas esas fuentes que depuren
en sudor la pérdida del paraíso.
© José Luis
Duda y reflexión

Voy por unas márgenes y el mundo
con los filamentos de la duda
emana la luz que matiza las sombras
donde el juego de las ambigüedades
es el azar de las intersecciones
entre los segundos y los espejos
que barruntan anuncios de la noche
como dagas desplomadas en mi frente.
La cabeza perpendicular se retrae
a los residuos del aire en la aurora
mientras las almas en la sombra
acurrucan los ensueños en concavidades
y los pensamientos que no florecen
ocupan un lugar eterno en el cielo
donde nada es lo parece o aparenta.
Coloreadas han pasado las sombras
que transitan las luces descarnadas
y resurge el oscilante ulular del tiempo
con cada pulmón que estrena el aire
y hasta los vapores de la sombra
retrotraen etéreo un pensamiento…
© José Luis
Franca de mirada

La belleza es una particular forma de mirar
los acontecimientos que el corazón atraviesan
con las saetas de los encuentros y las certezas
que acarrean el desconocimiento y la muerte.
La vida se plantea desde una mirada ausente
encrucijadas de ensueños y abarrotadas plazas
de recuerdos y racimos de labios que hablan
con los embates del mar a los destinos y visiones.
Franca de mirada una hoja se divulga en el tiempo
como traiciones a la carta en una inefable secuencia
de intrincados pareceres que con arrojo se queman
cuando la mentira no es más que el miedo a la duda.
En el tendal de la aurora se sujetan mis ojos
con los tentáculos candentes de picardía y olvido
mientras reflejan las lagunas de la noche tu nombre
dispersado en el aire con el temblor de mis sueños.
Las manos que en la escultura forjaron simiente
acarician ahora el semblante de la oquedad eterna,
musa y paraíso de los desheredados, la aleación
de carne y alma es un complejo código de rebeldía.
© José Luis
El río en sus paseos

Los reflejos de los edificios en el agua,
el lento pedaleo de voces y sonrisas
las ondas azogadas del remo que restalla,
el mudo ladrido de las sombras y la inercia
en la baranda del pretil me retienen al puente
con la vista del horizonte, más allá, perdida
donde algunas veces el pensamiento se oculta
cuando no encuentra dispuestas las palabras.
Mis pies rezuman la saciedad de tantos pasos
tras desconocidas huellas en las que busco sentido
y aproximación a los enigmas de esta vida exigua
mientras los sabores de la noche me engullen
en los sonidos del vientre onírico de los sueños
entre las estelas ambarinas en el río de tus dedos.
Por el paseo las miradas se cruzan e interrogan
como cantos al fulgor de una hoguera en la noche
y las voces, en la reserva, se conciertan con los visos
de las pupilas que sin verse en los espejos se miran
con azuladas dichas y pasiones, laten los corazones
desgarrados de las dudas mientras caen las gotas
robadas a la corriente por los suspiros del otoño
y del río en sus paseos por los bateles de mis ojos…
© José Luis
Helechos cautivos

Desde el portal, los helechos, observan la calle
y no saben que también son observados,
no saben del aire fragante de la mañana
entre los caminos que se desemparejan de las sombras
y los madrugadores pasos de la aurora,
de los pasos de aquellos que hocicaron en sus camas
con los sueños que se revuelven de toda una vida
con las pesadillas y las forjas de las cuevas del mundo
donde nadie escapa a las intangibles ataduras de los años.
Desde el portal, los helechos, observan la calle
y no saben de mis ojos glaucos en sus hojas
ni de la cercanía del puente y sus riberas
a la certeza de los instantes que no vuelven,
de los instantes entre los revoloteos capturadores
de las alas de los pájaros y la azul mirada del cielo.
Un cristal, en multitudinarios reflejos, nos separa
del tacto huidizo y musgoso de los pensamientos
ahora que no te recuerdo más que en el olvido
de ciclos reverberados en el crisol de la soledad
donde páginas de libros aún conservan ocres
la mirada otoñal de los helechos en la lumbre.
Desde el portal, extrínsecamente, observo los helechos
sin llegar a saber que ellos, desde siempre, ya me observaban…
© José Luis
Boca abierta la del pez

El pez deja su boca en el escaparate, abierta…
como el vívido anuncio de una muerte, preservada
tras recónditos anales donde los inexorables muerden
con las guadañas del poniente, las yugulares y los alientos.
De las manos se me caen las palabras y las voces
del ayer no retornan, como no retornan los muertos
aun prendidos de la vida y de los antiguos preceptos,
encerradas están las circunspectas fórmulas de los labios
en las hordas del abismo, nada más salen para espirar.
En la pared, reclinado de hombros, el tiempo nos aguarda
armado con sus cuatro estaciones y siglos de contubernio
con la tierra que escolta en catacumbas los huesos, irracionales
los pensamientos anegan de rayos la luna fría y negra…
Bastarda una hora arpegia los silencios de la aurora
en el órgano crepuscular donde retorna el aire de bocas
que insuflaron hediondas las mentiras de los sueños
y la lividez de la existencia, se sonroja en el ocaso
final el juicio que se desprende con aquella boca abierta.
© José Luis
Carne a la brasa

El fuego ha tomado de la madera
la capacidad abrasiva de la muerte
y las brasas, empática transmutación
del día y la noche con sus ciclos,
cárdenas irisaciones de las cenizas
aroman en la carne expuesta el sabor
de la conservación y supervivencia.
El olor del humo se compacta en el aire
y se alarga en el cielo como un cometa
que atraviese el velo de la noche
mientras desciende orbital entre los puntos
luminosos de las ciudades y sus acontecimientos.
El calor por la piel resbala con las pavesas
que etéreas se desconciertan como una tarde
en la que el crepúsculo ha sido ocultado
entre grises nebulosas de impotencia y furia.
Paladean los comensales en la mesa
furtivo el aroma de la sombra
que con el plato se acerca…
© José Luis
El sudor de otra fuente

Desde la profundidad de la tierra el agua
recorre los mismos caminos, siempre
necesita de esos caminos por los que
emerger la profundidad hasta las fuentes.
Sale el chorro previsto por el agujero
que es boca y surtidor de embrujos
desde el que la hondura de la existencia
vertebra la creación de las montañas
y sus recónditos y saturados secretos.
Las gotas que rezuman de las piedras
van destilando los nombres de los muertos,
de aquellos que en la simiente eterna
olvidaron grabar su origen y su nombre.
A veces el sudor que me recorre la frente
acarrea el dictado de las almas que conjeturaron
la vida en un arriesgado y comprometido misterio.
© José Luis
Barquillero

La plaza reúne en su mañana la algarabía
y el silencio reverente del paseante
alrededor de esa intangible aureola
de impensadas relaciones y en sus vueltas
se compendia lo que en distintos años
han dispuesto en los balcones y columnas.
Los granitos del suelo ajustan sus huellas
al sol de entrecerrados ojos y a la sombra
nervuda que gira en cada canto con los pies
de la historia y el aire fresco y filoso,
¡tantos son los arcos inabarcables del recuerdo!
Sin la maraña de los niños y en su quietud
una arqueta roja encara el frío del otoño
en la conversación mansa del barquillero
ante la tácita ausencia de clientelas
y manos cálidas que volteen su corona.
Todavía sopeso en mi mano la peseta,
apretada y caliente, con los nervios
impulso la ruleta de barrotes numerada
en la consabida acrobacia de barquillos y obleas
destapados con la ilusión de la inocencia.
© José Luis
Rompiente

Una lengua salina y blanca llega del mar
hasta la costa del olvido donde las tardes
reciben los recuerdos enraizados del día
y de los años, mientras acaricia las rocas.
La armonía de las olas y el batiente del aire
se acurrucan en mis sueños, los ecos de las sirenas
vuelven otra vez a la tierra donde nacieron
cuando ninguna pisada hollaba la hierba
y el paraíso era una promesa aturdida del hombre.
Las aguas glaucas y resbaladizas entonan
los murmullos recónditos de la naturaleza
y en la orilla son recogidos como conchas
sonoras y vigilantes al acercarles un oído.
Quisiera ser esa espuma que fermenta
después de recorrer inmensidades,
de haber visto en la infinitud del mundo
todos los ojos del deleite y la belleza,
todas las piedras anhelosas y orantes
donde se han depositado los hombres.
Quisiera ser el rompiente donde se oculta el sol
cuando los albores de la muerte me muerdan
y acallar en la brisa de mi alma los suspiros…
© José Luis
Hoja sobre hoja

Los aires otoñales resbalan las hojas
por las lindes de los bordillos y aceras
desprendiendo de ellas ese ruido
de lluvia y abandono…
Las calles desiertas las empujan tras los coches
que desperezan en la mañana al sol turbio
mientras se alejan como las nubes del frío
y corretean las sombras por la hierba
con esos juegos de pilla pilla entre los tallos
que glaucos se erizan.
Varias hojas se enredan entre sí
necesitadas de la solitaria lejanía del otoño
y de las arboladuras de los árboles
ante otra mañana matizada por esa claridad
de la estrella oculta,
hoy no es posible sino con esa otra mirada
azulina y fúlgida del recuerdo.
Una extraña fuerza me retiene en sus brazos,
en el maternal regocijo de la aurora
libre y expandida entre los cañaverales del río
donde el agua entona aquellas nanas de los antepasados
cuando preservaban las noctívagas ficciones de los niños.
© José Luis
El atardecer de hoy

He sujetado en mis pupilas al tiempo
mientras el sol se alejaba, los colores
saturaban la pátina aromosa del cielo
y las alas de la tarde trasportaban
multitud de atardeceres en mis ojos.
En el crepúsculo se acrecientan las sombras
y las casas se reducen en estrellados haces de luz
que se desbordan por las ventanas, los reflejos
añiles se suceden por los púrpura y toronja
cuando acarician penetrante el horizonte…
y los pájaros volverán a sus nidos y a mi memoria.
Mirar el cielo en su transformación y quietud
es mirar al mismísimo alma despojada del bullicio
y de la prisa de la vida mientras del mundo se separa.
© José Luis
Paseo de nieve

Han ocultado el cielo las nubes
y el frío descarga, en la opacidad
del cierzo, nacarados brotes
en la ingravidez de tu pelo.
Los niños, corren tras los copos
en la cancela del parque,
y las bolas trazan parábolas
de impactos en el silbido
áspero de sus resuellos.
Con una capa se cubre el suelo,
con un aliento azulino y satinado
donde el piso del calzado imprime
el despuntar de los surcos,
del destino al que volverán
algún día los recuerdos.
Las farolas desdibujan los árboles
en la perspectiva de las sombras
y la luz me trae desde la lejanía
escalonada la hilera de tus pasos.
© José Luis
Un cielo arbolado

Tenemos hondonadas de memorias
en los años amontonados en el destierro
y en cada molécula de supervivencia,
que brota en una inesperada forma de vida.
Cuatro son las esquinas del universo
donde la contemplación se desparrama
con el horizonte e hila su propia sombra
en la ceñida estela de un murmullo.
La levedad de las sombras en el crepúsculo
oscilan en los tejados de la inconsciencia
y en las hojas que se resisten a la muerte,
cárdenos son los ojos de las tinieblas.
Tras el amanecer blanco el campo se viste
con las lanzas excavadas de los árboles
que entregaron en la noche sus sueños
a la inequívoca maceración de la diana…
© José Luis
El guardaespaldas

Han compactado los copos tus manos
de niño, en la complexión de un bola
de nieve agigantada, en un muñeco.
Han sido los rastros del suelo
los que se han amontonado en tu espesura
y te has erguido firme como un recuerdo
de infancia, en la cartilla donde leíamos
las letras derretidas de tu nombre.
Ahora, solo, con el olvido de los años
y en las ocasiones especiales te retengo
yo también entre mis manos ateridas
por la memoria extraviada de un invierno
en el que protegiste mi mirada
de la sangrante pavura de los dominantes…
© José Luis
Textura de parabrisas

Cerca de la felicidad perdida se urden los sueños
de los árboles, las raíces auscultan en la tierra
permanentes las lágrimas de Eva y su estirpe
en las muertes clandestinas, se deshojan impasibles
las maldiciones de aquellos que cada día sucumben.
Nada fue tan duradero como el grito de la ausencia
ni a su vez tan instintivo que no se contuviera en el lago
donde nace purificante la alborada de los inmortales,
con las llagas confusas de los hombres que esperan
y confían, en la prodigiosa supervivencia del alma.
Se aglutina la escarcha en la envoltura del cielo
y se arquean las ramas anhelantes del invierno
mientras se deposita en mi retina esa luz soterrada
de las sombras que han embargado al miedo
los crepúsculos prendidos a un paraíso de albedrío.
© José Luis
Seat 600

La carretera extrañaba de tus neumáticos
las huellas, de tantos y tantos viajes
alrededor de una sola vuelta, del pasado
entre los frunces de mis ojos palpitantes.
Han sido muchas las tardes en el campo
y los frotes del olvido entre tus puertas
con los goznes del motor encendido,
así delineaba tu nombre con mis yemas.
Ahora son las carreras en reminiscencias
las que te traen ajeno a mi memoria
y te veo con los ojos del recuerdo,
con los ojos alineados a tu historia.
Aun se iluminan los reflejos de la tarde
en tus extraordinarios cristales
y de nuevo en mis pupilas titila
esa mirada mía que tú retuviste.
© José Luis
Cielo en agua

Trastoco los retazos del puente entre los ojos,
el agua suavemente se ondula en su pureza
y la musgosidad del fondo se mira en el cielo
donde las nubes parten con las visiones
ardidas de la noche con los fuegos del sueño.
La humedad de la niebla envuelve al silencio
mientras la mañana aletea en las cumbres lejanas
y los peces, nadan aún entre los recuerdos
de Babilonia las voces expatriadas de los ángeles,
rompen la armonía de la superficie con sus lomos
enjabegados en la orilla espumosa de la zozobra.
En mis pies la fuerza de la corriente se intuye,
esa fuerza que esconde los trofeos náufragos
y que enraíza en los reflejos turbulentos
de una ciudad que acuna milenaria su memoria.
© José Luis
Mirada sometida

Tras las órbitas del cielo los ojos
hacen las chiribitas y pavesas
en las que sucumben los ciclos
y las estaciones como humanos
corazones en la rueca del mundo.
Se aprietan en su redil las ovejas
a la lana compañera y a ley ciega
de la obediencia, muerte libre
del albedrío, entre alambres.
Miran el pasar por el camino
de los coches y caminantes
y su cuerpo teme y tiembla,
no sé si por el ladrido de los perros
o por no saberse en lo que ven reflejadas.
© José Luis
Rotura del hielo

Las noches de invierno son noches
en las que el frío y la niebla se agrandan
y dominan la amplitud de las calles
por las que transitan grupos de gente
en alentados vahos de movimiento y sombras.
En el campo la más absoluta de las calmas
se deja poseer por ese blanco manto
que inmoviliza aun más lo estático,
donde se refugia la permanencia de la noche
y se deja envolver por los rayos de sol
mientras la humedad, vestimenta de musgo,
invade la soberanía de la naturaleza.
Grande es la fragilidad humana
entre las cristalizaciones de la razón
y de lo ambiguo, como ese hielo que se debate
entre la insensibilidad comprimida de lo impávido
o la rotura geofísica de su inmateria.
© José Luis
Árboles entre árboles

La neblina se ha adueñado del horizonte
y encadena en sus tinieblas los árboles
que apuntan con sus ramas los azures
intocables del universo donde habitan
los sueños y las plegarias de los hombres.
La mañana sobrevuela las esperanzas del día
y un caminante descubre en el camino
el sentido del caminar como una alondra
descubre en su canto la infinitud de sus alas
mientras vuela rumorosa las distancias
yermas de las fragantes flores y los campos.
Vaticina la alborada un día fresco y diáfano
con la turbulencia ausente de las nubes
y el fragor intermitente de las yerbas
entre las rocas de la tierra, un tallo
apuntala toronja el próximo atardecer
en las pupilas humeantes del incienso
con los cenitales ardores del tránsito.
© José Luis
Velas de Nochebuena

La luz de las velas
crepitan en el albor de la casa
alrededor de las copas quizá vacías
donde los labios apuraron su tiempo
y las palabras, en su noche especial
las familias celebran esa sinfonía
de toda una existencia.
La mesa junta en su desvío las miradas
mientras la cera, implacable, derrite,
en el paso de las horas y los años, la cena
y trae el recuerdo de los que fueron
uña y carne, penetran en los sentidos
las melodías de otra época.
Accedo que las estrellas permanezcan
en el lugar asignado de los siglos
y de los dedos que ratonan los instantes
en los que otra noche se ilumina
junto al fulgor asombrado de unos ojos,
de un amor que hizo historia
entre las brozas de incienso y alcurnia.
Trato de ser quien contiene el origen
auspiciado tras las sombras del paraíso
y retengo en mis pupilas aquellos momentos
en los que el azur del cielo era el sino
íntegro y diversificado del linaje
de los que crean vida y titilan esperanza.
La Nochebuena me atraviesa las venas
como una pertinaz guillotina
que recorte los festones del pasado
y con ellos, deshilache de egocentrismos,
despunte la novedad de un mortal
que en sus párpados deja entrever
la plenitud de la vida.
© José Luis
Orbe de hielo

En el suelo la noche un manto
destemplado de hielo, deja
el aire suspendido su vuelo
y la oscuridad ondea blanca
entre los coches indistintos.
Sobreviene la dureza del invierno,
el gélido aliento del norte
hocicando en nuestras bocas
las palabras que nunca pronunciamos
y sin embargo duelen en los pulmones
como una azulada e imborrable posesión.
Desde la tierra, adherida a su costra
se aglutinan cristalizados continentes
de lluvia que turbia se ofrece enramada
a los linajes pétreos del inconsciente
y en la levedad de un giro mil mundos
se encadenan al tiempo y sus mazmorras
donde envejecen los relojes sumisos.
La claridad abandera el firmamento,
es posible derretir una sonrisa.
© José Luis
La orden de las damajuanas

Las manos y el hálito de fuego
cristalizan naranja la burbuja
en los reflejos del amanecer
mientras los pulmones descargan
la lluvia de millones de años
en la intocable oquedad de la luna.
El día clarea en las sombras
sus resoles verdes y escarlatas
como ese rayo o viento invisible
que recorre los escalofríos
subterráneos de la tierra
para emerger límpido manantial
de salvación y vida.
Hubo una ocasión virgen
en todo nacimiento,
en toda interpretación de la existencia,
donde estuvo contenida la creación,
la reverberación del perfecto albedrío
en la orden vulnerable de la mujer
que pare el amor con su sangre propia.
© José Luis
Reflejos en la tela de araña

La vista tras la ventana aguarda
otra mirada que devuelva en sus ojos
la inexactitud del camino, en el desafío
la noche bengalas rompe de silencio,
aquilatados reverberos de estrellas
motean la falda del horizonte
y en el aullido lejano el vaho
subyace marmóreo en la arboleda
como mutante estatua entre los ecos
equidistantes de la luna y mis labios.
Las paredes están tejidas con las almas
que habitaron los días y sus noches
tras el equinoccial olvido del atardecer
en los perfumados valles del frenesí
cuando rehervía la sangre en el deleite
y el ardor del espíritu era una hoguera
insaciable de contornos y espumas,
de sistemáticos e instintivos embates
que martillean en la piel atávicos deseos
de incitante y provocadora eternidad.
Enfrente de mi casa, otra casa respira
entre las líneas negras con los hilos
de la mirada mansa del recuerdo,
sujetan las parcas impredecibles al destino.
© José Luis
Inocentes

Diciembre en su 28 trae inocente los santos
aquellos que tuvieron su momento con el muñeco
que de papel se ponía en la espalda de una broma
era una agudeza de sentido saberse embromado
o pegado a un muñeco que hablaba de descuido
entre las risas lacrimosas y los cortes de figura.
Un muñeco también éste de nieve ya derrita
proviene de otros inocentes, aquellos que pasan
por la vida como un cohete, efímeros pero explosivos,
seguro que hacer un muñeco es divertido altamente
porque mientras lo haces estás pensando en lo que
ocurrirá cuando esté terminado y cumplido.
Muchas podrían ser las clases…
En realidad me gusta pensar en los amigos de antes,
en ocasiones como las de hoy en las que las reuniones
eran una sorpresa… y… nosotros sí que éramos inocentes…
Cuando han pasado un cierto número de años
obtienes una visión de lo vivido desde otra óptica,
y dos sensaciones me asaltan: una, la de situar
cada evento en su justo aprecio, y dos, añorar
la vida que ya sólo queda en mis recuerdos…
© José Luis
Minino

Dejaste la mirada absorta en pensamientos,
y esa cara me dice que te has ido
que no llame a tus labios con mis labios
pues seguro que tu alma, tu espíritu
estará vagando profundo en los entresijos
que inmanentes retraen el ayer,
el tiempo que una vez vivido se escapa
para revolver el llamador de los instantes
donde despojamos a los recuerdos de su sentido.
He cruzado sin pretextos el puente de la noche
y al volver la mirada ya no estaba el camino
que me devolviera a la calma, que diera tranquilidad
a los pasos que se pierden sin las migajas puntuales
que llevan al norte de la realidad donde amanece
todo sueño, es una audacia sin comentario ni retorno.
En esta evocación de mi presencia un gato recela
y no me mira, su ignorancia es la pertinente prueba
de que no existe lo que no se quiere para ser visto;
el desconocimiento, el vacío es una forma de olvido
que duele tanto al que lo usa como al que lo asiente.
© José Luis
Torso

Desde mis labios baja el deseo
por los atajuelos releídos de tu piel
y mis manos reconocen en la suavidad
los caminos de las arrugas y los años
mirándonos los ojos y entrelazando
digitales nuestras huellas…
Contemplo en tu torso la vida y respiración
de todos nuestros sueños, de todos esos días
en los que envidábamos nuestras palabras
como amantes de la noche y sus albores
que nos sorprenden amalgamados entre las sábanas,
entretejidos nuestros cuerpos en el lienzo
donde acoplamos los aromas y aleteos
de los jazmines y alondras que alberga el jardín
en los invernales relumbres del hogar nuestro.
Acerco mi oído a tu pecho,
mis pestañas rozan tu vello y un cosquilleo
de risas y anhelos invade la estancia
mientras cómplices nuestras miradas,
llenas de luna y de fragante brezo,
se pasean por los contornos de la madrugada,
funámbulas de los lances de la existencia.
© José Luis
Desde la identidad de corazones

Hombre o mujer, dos contornos para conquistar el mundo,
dos congruencias paralelas del azar del universo y estrellas
donde cada especie circunda todo esa primitiva naturaleza
de ensueños y dudas desde las que emerger un nuevo paraíso
en el que lo íntimo y lo periférico sean divergencias nocturnas,
engranajes de los días donde elaboramos los ensueños y deseos
como una bola fecunda de lluvia y música ungida a nuestra piel.
La contemplación de los horizontes en los que dejar el mañana
es la respuesta instintiva de una madre desde la identidad
de su corazón unísono con los latidos de la propia sangre,
nace de las entrañas el origen mismo de la naturaleza,
siglos que perpetúan colectivo en el inconsciente la tradición
de una mesa alrededor cálido de los estigmas temblorosos
e impresionados por los vaivenes de la vida y la muerte.
Buscamos islas en las que depositar nuestras esperanzas,
en las que un faro nos prevenga de los arrecifes del mar,
de los cantos conspicuos y musgosos de la avidez azulada
que abotargan los poros de la piel y desligan de los sonidos
de las purpúreas auroras y los crepúsculos ambarinos
en los que cada amanecer, en los que cada anochecer
todo hombre y toda mujer entrelaza la danza de los sueños…
© José Luis