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Nubes áureas

El velo de la tarde se tiñe de luz áurea
entre los paños de la ventana y el ordenador
que busca la mirada más allá de los ojos
y atraviesa los reflujos espejados del río
con arcadas de sangre y viento, hinojo y bruma.
Pasean pacíficos los niños envueltos en su luna
mientras reposan en los bolsillos la inquietud
de una semana más de escuela, lápiz y letras
tras los muros desencadenados del silencio.
Hermosa la noche en su manto deambula,
es una enigmática y primorosa princesa
que se arquea entre los densos cañaverales
de la tiniebla donde nace amniótica la vida.
Miro la oscuridad que se ilumina en puntitos
y quinqués que no me miran pero que esperan
la llegada inevitable del alba, el rosáceo blancor
que les devuelva la negrura y la breve calma.
© José Luis
Azaroso descenso

Más abajo de los sueños existe esa zona
donde uno desciende cada tercera noche
e infaustas las sombras le esperan deseosas
en el emboque de la sangre carmesí que crepita.
La turba se aprieta a las carnes que prietas
asemejan a lo lejos rocas montañosas e inertes
donde el cielo se une a la tierra y nace una línea
fugaz, borrosa entre las marismas del tiempo
y el ocaso que virginal renueva la luz y la vida.
El sol viaja y se conmueve en la estela de sus rayos
y en las desengranadas ruletas de los ríos, de los sueños
mientras circunda su universo con las vertientes de sus bocas
que cada anochecer se despiertan y danzan los recuerdos.
Vuelven los ojos que traen miradas empenumbradas
como rostros vistos y no evocados desde su nombre,
una raza fragmentada ya en sus orígenes intrínsecos
entre los arquetipos y la noche del amor y la muerte.
© José Luis
Una etiqueta en la botella

Alrededor de la mano el vino voltea en la copa
y percepciones líquidas componen carmesí un camino
entre las barreras de cristal y el horizonte curvado
hasta la infinitud de sensaciones que llegan a la boca.
Alrededor de la mesa vino en el tiempo una copla
y dejaron los sonidos de moverse entre los platos
componiendo en un instante ese perfecto destino
que marca en el reloj los aceros agraciados de una hora.
Se alzan los ocasos de los posos al inclinar de botella
donde la reverencia de la noche toma alucinación y cuerpo
que cae vencido en los brazos de recuerdos subliminares.
Gira y gira la noria persecutoria de las incautas glebas
mientras sucumbe en la memoria una mirada, un incierto
murmullo de voces que aunque perturban suenan angelicales.
© José Luis
Cuadros en el pasillo

Tela que se impregna de pigmentos
es una escena que sale del blanco
vacío que de clara nieve se inmolaba
hasta la punta capilar de los pinceles.
Poco a poco la mano irisa la mirada
que se fija en una Venus o en un plato
de fruta escarchada entre los paños
que ahora son colores entre manchas,
que ahora se figuran en cierta verdad.
Las líneas contornan el orbe encuadrado
donde la negrura combina los matices
entre las extensiones vibrantes de color
y el ojo cautivado de las impresiones.
Busca propicio un destino en la pared
lo que parto primario de una mano fuera
tras ciertas imprevistas conexiones
más allá de la percepción intrínseca.
© José Luis
Con textura

Las ondas del agua se difuminan tenues
entre los flujos de la sombra y el cielo
donde no existe más que un horizonte
que atrae las miradas desde muy lejos.
Es la espuma una sutil e ingrávida paleta
donde clara la mañana combina sus tañidos
con la campana que pronuncia desde el eco
las deprecaciones que el universo ha distraído.
Desde el silencio golpea una única palabra
las puertas densas y atrancadas del paraíso
tras las que una mujer interpuso a su hijo,
amor detonante de soplo y coraje eterno.
Brilla la errabunda incertidumbre de la vida
entre los rocíos que destejen alboradas
y sinuosas esperanzas, desprenden los vahos
noches largas de invierno, sujetan los sueños
con textura de voces y escalas de tornasoles.
© José Luis
Desde las palabras

El cielo salvaguarda el azul cedido
entre las nubes que son parte de la nada
y un retazo de esfera protegida
donde cautelosamente anida el invierno.
Abundan las aves en su vibrante aleteo
una mañana propia y olvidadiza de marzo
en la que han dejado los sueños un jardín
impregnado de simientes de bruma y engaño.
Las calles están frescas y el aliento humea
dos canciones que fijan el camino a mis pasos
y en la soledad y el extravío miles de ojos
detienen de la inconsciencia los párpados
hasta que los movimientos no son más
que hondonadas difusas de latidos y rumores.
Acallan los gorgojeos el miedo de las sombras
desde que el mundo fuera nuestro espejo de creación
hasta que musite cálidamente la misma plegaria el sol
donde tiene lugar el indefectible comienzo de la muerte.
El corazón amanece de nuevo entre las peñas
como escarcha que se asienta inquebrantable
al puntual abandono cada noche del paraíso
mientras se busca el sentido a la existencia.
Dejaré que las palabras broten solas
desde el lado incierto de la mirada,
desde el silencio y la inevitable libertad
que tienen de agruparse y decir cosas.
© José Luis
Cuando se abre una puerta

He dejado entrar al miedo hasta los tuétanos
para después acorralarlo en el burladero
donde los ojos que dan estoques le esperan
para verlo sucumbir como a un extraño.
Cuando una puerta se abre entra la duda,
una incertidumbre en la boca del estómago,
es el temblor sinvergüenza de un cráter
por el que brota la lava y las impurezas.
Dicen que por los cuernos se agarran los problemas,
tengo un amigo que una vez desperdició sus manos
por agarrarse a un clavo hirviendo y darse cuenta
que a la vuelta de la esquina vuelve a empezar la vida.
Por eso a partir de entonces, deja la puerta abierta,
entre quien pueda y quiera. Donde le indiquen sus pasos
irá su vida entera pues sólo se vive una vez…
Aunque la mente nos engañe con una segunda vuelta.
© José Luis
La flecha verde

Los árboles están sesgados por la mirada del aire
y los pájaros que se han dado cuenta se vuelven
como un tren que ha olvidado su pitido y duda
si es un tren o algún niño que se lo ha imaginado.
Es una hora incierta, el nacimiento a la vida
o el poder de la palabra o el descifrado jeroglífico
ante la existencia que se apura en un instante
para renacer temblorosa, eminente y florida.
Retiene el invierno la armonía en su memoria
tras pétalos y colores surgentes de la primavera
los sábados por la tarde en la antigua escalera
donde dejábamos sentada nuestra juventud.
Siempre tu dedo apuntaba como una flecha
el camino que sabías indefectible recorreríamos
de pasada al cielo, envueltos en los celajes
anclados a nuestro glauco jardín prohibido.
© José Luis
9 de marzo

y dice el cuadro que el mar está hoy obnibulado,
nadie responde al llamador ni siquiera los pasos
que otras veces se arrastran hasta la mirilla.
No es tarde, pero el cielo presenta un matiz apagado
mientras se llenan las urnas de carnes y de sobres
como un cubo de reciclaje al que le falta la rendija
y la entrada se atiborra de turbas y reproches.
El sonido de la carretera llega lejano con los motores
del eco y de la prisa, ésa que no va a ninguna parte,
sólo hay prisa si nos encontramos con quien no deseamos,
cuando la salida está cortada por el filo de la palabra.
He despejado las dudas con el soplo de las nubes
mientras un niño mira caviloso cómo tiro de la cuerda
hasta la línea del horizonte. He acercado un deseo,
no hay deseo que no suspire ser acostado al aire,
donde un letrero dice salida de emergencia…
© José Luis
El deshilachado del estandarte

La plaza mana carmesí el linaje de su historia
tras las columnas que sostienen las costumbres
con el pasar de los batallones de gentes y modas
ante el cielo azul y raso de un lugar de Castilla.
Fueron las huestes sangre verde en la orilla
del río que se eternizara en distintiva primavera
donde mana fresca la hierba que fuera estirpe
de sonido de tambores y de espadas confluencia.
Inmortales son las heridas que se desgarran
en los corazones separados de las antífonas
a la sombra de los estandartes que ondulan
guerrera piel y acerado peto en sus leyendas.
Venden el olvido con exquisita lluvia de amnesia
para desenterrar las raíces de este pueblo inquieto
que se arremolinaba en su plaza como en una telaraña
de la que no se puede huir siquiera por un deshilachado.
© José Luis
Franjas de color

en un acto de indolencia y vagueza, como un día sin sol
donde se arremolinan las nubes alrededor de la tarde
y se apoderan del cielo frescas las gotas de lluvia.
Apenas entra claridad por la ventana, aun así es suficiente
para que los colores de la ropa se deslicen en franjas
por la retina y el sueño tras los que vienen los misterios
y las preguntas sobre las cosas y la forzosa inexistencia.
Sé que los días también se arremolinan entorno a la vida
y que se deslizan en tumultos los detalles que le dan sentido
en franjas irisadas de caras y momentos, como el circo
que después de hacerte reír levanta su carpa y se desvanece.
Quizá el encanto de la existencia sea amontonar esa ropa
hasta que veamos en ella el arco iris de la inmanencia
desde el que disolvamos las gotas de niebla que nos empañan
los ojos con sinsentidos y desesperanzas por no hacer la colada…
© José Luis
Ajos a la barbacoa

La tierra extraña el agua que se oculta
en las nubes que van de paso y no descargan
las lágrimas que en su peregrinaje acumulan
de los ojos que acechan al cielo orantes.
Crepita la lumbre los sueños errantes,
pérdida de paraísos e inmarcesibles palabras
mientras murmuran sus ecos lejanas campanas
llamadores de almas, de lluvias y de recuerdos.
Una tarde de verano disuelve el campo
en rumores de madura paja, de espigas áureas
y el calor azuza las breas de la carretera
al compás ondulante del aire que se trastorna.
Unos ajos se secan abandonados en la barbacoa
donde ya no quedan brasas que alimenten el orco
ni devuelvan a las oraciones pertinaz la simiente
que recogieron de los desgranados agros mis ojos.
© José Luis
Al verdor de una farola

Glauca es la luz que abandona la farola
y se estrecha con los arbustos de la noche
como esa sombra huidiza e imprevista
que algunas veces atraviesa mis sueños.
Ahora trinan los pájaros su acomodo
cuando se ha bajado el sol de la montaña
y el aire refresca adormecidas las simientes
del jardín reservado de las flores.
Un aroma se expande en la tarde y en el aire
un albor de delirio y de silencio impregnado
tras los rayos que retienen la luna en mi frente
nacarada con nobles pétalos de pensamiento.
© José Luis
Cenizas nuevas

una noche cálida y mágicamente invocada
a la luz transversal y cautiva de las velas
mientras danzan las sombras en mis ojos.
Vendrán las hadas del destino a trenzar
terminales los hilos de vida y de inconsciencia
como una tómbola ermitaña en el desierto
donde nadie más que yo deambula y juega.
La luna yace dorada en un paraje del universo
e incesantes las estrellas heredan los crepúsculos
tras las tardes suspendidas y ebrias de invierno
con el boleto premiado de un corazón incorrupto.
Profundos son los pozos en los que sueña mi alma
una vida inmortal e inciertamente deleitosa
bajo la humana tierra que traspasaron mis pies
con las cenizas nuevas en las que reposa.
© José Luis
Ladridos en la noche

Está la ventana abierta y entra fresco el aire
que la noche expele tras su excusada tristeza
y las sombras bambolean sutiles los tambores
que tañen flagelados las paradas del silencio.
Una corneta se ajusta a los labios de la elipse
donde la luna mira el transitar de los pasos
mientras las figuras inmanentes y quietas
contemplan oscuras el sonido que se desvanece.
En otra parte un perro presiente la agonía
del horizonte que marcha tras el crepúsculo
y deja sus ladridos verdes en la hierba serena.
Mucho tiempo atrás, otro día se oscurecía
entre los brazos de la muerte. Una rosa
desclavaba las espinas del corazón de la quimera.
© José Luis
Las hojas abanderadas

Camino vagamente por las sombras
que proyecta el sol entre los árboles
y la tarde me acompaña intacta
como un regalo antiguo y nunca abierto.
Ondea el aire azaroso entre las copas
levantando el pensamiento y su mirada
con los ojos abotonados y extravagantes
mientras lágrimas áureas manan de las hojas.
Se entrevera en bruñidas franjas el cielo
transeúnte al compás de los celajes
y el río se esparce mientras suena
el susurro abanderado de los pámpanos.
Una muchacha delicadamente me sonríe
imagino que tal vez adivinara mi pensar
ensimismado en los espejos de la corriente
nadando entre los pejes de la reserva.
© José Luis
El árbol que resudaba oro

entre los ecos de un árbol viejo
y los entramados de sus hojas
donde las verdades se proclaman.
La soledad que habita en sus ramas
frecuenta las herencias del mundo
que vagan solitarias y subterráneas
como alma rebelde por la existencia.
Acoge un nido el vacío de la tarde
palabras tenues e impronunciadas
que el pájaro de la oscuridad incuba
en el interior de una creencia confinada.
No saben los persistentes buscadores
del origen del oro ni de la verdad
que se encierra en la naturaleza
hasta que se la encuentran de frente.
© José Luis
El descanso de la barca

La lejanía es una lancha de nubes
donde arrumba y perturba el horizonte
de los limbos con las travesías y mares
mientras varada se encorva la barca.
La arena erige en sus perfilados granitos,
hasta en los pasos que se ciernen y ocultan,
la arcana estancia de los destinos
con la puerta que sólo en tu voz se abre.
¡Cuántas han sido las aguas en sus esloras
las que han arqueado muros de recogimiento
tras el hálito que se extingue en el polvo
como un laberinto de inextricable angostura!
El sol en sus rayos rememora tus gestas,
velas de plata para los arrecifes de tu frente
aquellos días con su gran soledad y tormentas
son el firme el timón que tu esperanza mantiene.
© José Luis
Belleza extasiada

Un rincón es el refugio y exilio
de la figura que de frente me mira
con sus ojos de alteración y escayola,
mientras reparo en su natural belleza.
Los pliegues de su vestido fruncen el tiempo,
son la péndola que altera su rumbo y manecillas
mientras se aferra mi fantasía a los cometas
que como vencejos franquean el horizonte.
Diana humedecida en el arroyo se turba y canta
ante el espectador que la sorprende y mira,
dejando entrever en su sonrisa la distancia
que debe mantener el hombre ante una diosa.
Ni siquiera el sonido de mis palabras la conmueven,
palabras que no llegan a salir de mi boca
porque en el silencio, mi silencio se desboca
extasiado ante el delirio de abordar un romance.
© José Luis
Los ámbares del crepúsculo

El día había ocultado su luz
entre las grises espesuras de las nubes
mientras se aletargaba el tiempo
y mansamente transcurría.
Era uno de esos domingos de tránsito,
de dejar aparcadas las preocupaciones de la vida
y notar cómo las incidencias existían diluidas
en la distancia de la memoria.
Apenas perceptibles mis ojos
se adentran en la ventana
más allá de los frunces de las cortinas
donde las simetrías me relajan.
El cielo aparecía virado
con la aparición radiante de los rayos
y los celajes difundían ámbares en la mirada
tras el tesoro descubierto en el firmamento.
Este solo y leve acontecimiento
marcó la complacencia de esta jornada
de resurrección y espera.
© José Luis
Flores nocturnas

La oscuridad no es absoluta
arriba tras el muro
unos flores sobresalen
y quieren ver el panorama
que por la rúa transita.
La fugacidad del momento
la guardo en esta imagen
de pétalos sonrosados
e indefinidas márgenes.
Verdes los tallos me recuerdan
la pradera del horizonte
donde la eternidad es un instante,
una tarde que se cierne al monte
y a los rayos crepusculares.
La sombra sustenta el velo
tras el que tus ojos se esconden
para sin ser vistos mirarme.
¡Ay, niña de los fanales
que me cobija cuando es de noche!
¡Vaporosas alas tuviera
para rondarte entre los torzales
luminosos de la inocencia
y libar las mieles en tus palabras!
© José Luis
Luna Media

donde muestra su esplendor la luna
en una forma de elástica media esfera
mientras encubre un paño blanquecino
el azulado aire de la estratosfera.
Caminan los pasos por la apariencia
donde no existe respiración ni llanto,
donde el camino es espacio sin custodia
para las palabras que no se forman de letras
sino de un único y sorprendente retumbo.
Forja tangencial el aire nuestro encuentro,
incidental y resplandeciente escondite
tras los labios ondulosos del silencio
y la idílica ensoñación de las sirenas
cantoras de los arrecifes y el letargo.
Sonrosados los aleteos del tiempo
imagínanse en el vacío turbulencias
mientras pausadamente los granos
descienden por el escote del reloj
hasta las mismas retinas de la tierra.
© José Luis
El pueblo deshabitado

Tus casas de piedra jalonan los muros
que retuvieron las lluvias y los semblantes
donde el cielo se transformó en montaña
y las tardes que yacen en el paño se zurcen.
Las manos sujetan en mechones el pelo
de crepúsculos de puertas y ventanas
mientras resbalan lentos por las lascas
tersos flujos de lejanía y espera.
Supuran los montes soledad
azul y carcomida
entre las calles por donde el viento
es el único habitante que transita,
soplo de abandono y muerte.
Las campanas de la tarde ululan
almas que turistas descienden
por las laderas de la inconsciencia
mientras en sus oraciones recitan
los ecos que fueron entonces.
© José Luis
Los pétalos tridimensionales

El jardín retiene en sus flores
una evidente y renovada galanura,
un aleteo de primavera y corolas
entre breves intervalos de frescura.
En cada pecíolo una irisación formula
de otros tenues ecos reminiscencias,
una reverberación ya preexistente
en todo capullo aunque no florezca.
Las hojas glaucas aparentan espejos
donde se refleja fúlgida la mañana
cuando amanecen el sol y tu mirada
tras la tiniebla transitoria de la noche.
He buscado tras un pámpano las estrellas
donde se ultiman las letras de tu nombre
y las hespérides perfilan en sus velos
impalpables pétalos tridimensionales.
© José Luis
Ingeniería de ave

Tus alas se han abierto
en una mañana reciente
donde el cielo era tu llamada
y el aleteo, tu presente.
Hoy no ha sido el aire tu regazo
sino el muro resecado del puente,
inscripción de piedras en la tierra
desde la que se asoma la corriente.
Constructora de caminos intangibles
tras los que el día la noche contraviene
entre espigas de aerolito,
entre oquedades de luna,
que mi lengua sin quererlo explora.
La robustez azarosa de la noche
precisa de armazones turgentes
que ensamblen los revoloteos de la dicha
a las inequívocas arcadas del tiempo.
© José Luis
El gallo ensillado

Un parque invita al paseo,
una caminata agradable y larga
entre la frondosidad de las hojas
y los troncos que apuntan al cielo.
No soy el único errante,
a lo lejos otra figura impulsa
las ruedas de su carro
donde sus pertenencias atesora.
No sé de sus pensamientos
ni de su viaje circunspecto
por los parajes de la vida
o de su soledad impuesta.
Un gallo acompaña el destierro
del paraíso a la nada invertida
donde se esconde el silencio
y la humanidad y la avaricia.
Quizá comience indiscutible la huída
cuando ensillado su gallo
le hable y acaricie
como a un ser amado…
© José Luis
Volar desde un cielo negro

Suplica la noche el aleteo del pájaro de la luz
que entre su alones sujeta las columnas del cielo
y esgrime en su pico el maná de la paciencia,
fruto áspero al dolor y al forzado silencio.
Nada ven los ojos en las constantes tinieblas
donde la hondonada de la soledad es un camaleón
que se disimula entre las fauces de la omnipotencia
y tritura los embriones de la libertad y los sueños.
Negras nubes ciñen la rabia de la memoria
y la antorcha en lo subterráneo se va marchitando
entre vaporosas escamas de un dragón sin hombre
ni propósito que lo alumbrara, una demolida lágrima.
Esclarece la rosa sus pétalos en la oscuridad,
un caparazón de sangre y muérdago sustentado
en las estrellas negras de una luna desterrada,
deshojada huella de la humanidad en un recuerdo.
© José Luis
El ojo de la serpiente

Se han encrespado las olas en la cabeza de la serpiente
donde bífidas las piedras miran desafiantes al mar
y los vientos. Traen lamentos profundos de la tierra
cuando amamantaba los hijos del hombre y la muerte
los pájaros que aletean perversos los collados de la tiniebla.
Es de día y los rayos del sol irisan la realidad de los sueños
mientras surge de las aguas pétreo el resto de un naufragio,
rocas azabaches que custodian en su interior abigarrados
amasijos de cuerpos y almas que no encontraron otro destino
más que yacer entre los musgos de la profundidad inerte.
No hay lágrimas entre los muertos que perdieron los ojos
por mirar fijamente el zumbido hipnótico de la sabiduría,
pero se arrastran las pieles huidizas entre los matojos
ardientes de la noche donde un pensamiento es el deseo
y la vida, la escabrosa playa que el ojo de la sierpe mece.
© José Luis
Roseta de corazones

En la mano las cartas
juegan al póker
y un corazón en la manga
late turbulento
aguardando su jugada.
En la catedral
y por su entrada
se cuela la luz
y en el suelo deja
irisado un rosetón
y un beso
o un corazón engranado.
Los bordes del mantel
ocultan unas piernas
y unos pies que se mueven
y unas risas que vuelan
hasta el corazón de la tarde.
Alguien
alguna vez dijo
que el corazón tiene razones
que la razón no puede entender,
por eso
yo me inclino
a que dejemos al corazón
seguir su propio camino…
© José Luis