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¿Feliz Navidad?

Unos pasos atraviesan la noche
allá donde el agua refleja la tristeza
que absorben de las nubes las farolas,
no hace frío en la humedad palpitante;
la oscuridad, rauda entre las calles,
asciende los canales de las casas,
pequeñas claridades ámbares se escapan
entre los cristales de las ausencias
y los huecos de los sofás vacíos.
Parpadea en las paredes Feliz la Navidad,
guiñan los recuerdos a la infancia curtida
y penden los arreboles de los sueños
en las aceitunadas ramas del árbol,
presente en la luminaria de los salones
un soportal arcano cobija la esperanza,
el verbo conjugó su carne en la dimensión
más condesciende del mundo, la del tránsito…
Las letras de los villancicos se pierden
entre los acordes de la lejanía…
Feliz Navidad señalan las palabras
y mañana... mañana será otro día.
© José Luis
Detrás de las cuencas

Cielo de blanca claridad velado,
se escarcha frío el hielo
en la ingravidez de la tierra
y en el dulzor del rocío.
Las hojas aún muestran el otoño
en la desnudez de las ramas
y en la ocre piel que el suelo alfombra
descansa ya la savia
imperceptible de los tiempos.
Caen los rastros del cielo
en los copos lentos de la tarde,
caen también mis ojos
cuando miran a los ojos
de tu cuerpo
y blandes la sonrisa
que abre del mundo la tranquera.
Vienen de los villancicos los ecos
melodiosos entre las caracolas
que tejen el calor en tu pecho,
los engranajes del viento
se enredan en mis temblores
y mis manos, tan conocidas,
roran la sedosidad de tu pelo.
Vuelve cada año la Navidad
y sé que de tu corazón
nace bruñida la sonrisa
que inunda de mis ojos
las cuencas…
© José Luis
La colonia de hongos

Minimalismo de madera en el árbol,
cada corazón aplaca su propio ritmo
en unas leves palabras que suavizan
la arruga inquebrantable del tiempo.
Azaroso el olvido trabaja en la sombra
donde implacable el magnetismo del norte
y escurridizo el espectro de los descarriados
profundizan en el deambular de la noche.
Unos pasos resuenan en mi mente
mientras se hunden los rayos violáceos
en la inquietante frondosidad de la floresta
hasta los conspicuos hongos de ámbar cutícula.
La unicidad de los iguales sujeta la perfección
a la temeraria y deslavazada cota de los ocasos,
¡qué ilustre la cruda dignidad de los secretos
cuando por las atalayas de la glorificación se deslizan!
© José Luis
Campaña de locura

Bajo el cielo tibio de la madrugada
unas gotas injertan la pupila en la tierra,
observo el fluir de la savia que mana de los muertos,
se escapan las plegarias de los siglos
por los entresijos de la caverna de un oso
mientras dormita los instantes devorados
al semblante desmembrado del hombre.
No hay locos en la tarde, el alivio de las nubes
huye por la corteza de la locura, resbalan
negros los agujeros con el suicidio de los sueños,
los alcores arañan frugal el vuelo de las libélulas
y lejano el zumbido de acero traspasa el descuido
supersónico de los ovnis invisibles y anónimos.
Se vertebran los recuerdos en la infancia,
aliviados pedúnculos de rocío y madre perla,
bajan serpenteando los riachuelos con la vida,
nada es lo que aparenta ser nada, nada
como todo no es el camino de la dicha,
quizá sólo la temporal locura sea el alma
que nos alivie de la ponderosidad del tránsito.
© José Luis
Amanecer en el frío

Son las ocho de la mañana
el suelo blanco y quebradizo
patina por las concavidades del cielo,
los círculos que fueran noche y deseo
agostan los primeros rayos de la aurora,
celosas de la noche y de las sedosas sábanas
que rozan nuestros cuerpos, las nereidas
arquean sus espaldas en las campánulas
invernales del desvelo,
aviva el vaho que mana de sus bocas
la intensidad de mis ojos cuando penetro
en los ojuelos de la oscuridad
blanquecina y cálida,
es el fulgor de los rayos el volcán
que irrumpe en nuestras nervaduras
con la impetuosidad de los vientos
liberados de las cadenas milenarias,
en la lejanía distingo aquella fogosidad
indomablemente familiar e íntima
que en los oídos me susurra ecos de amor…
© José Luis
Gineceo resplandeciente

Encienden unas letras unas páginas,
se desvela la discrepancia de los signos
en palabras rápidas y autómatas
en sonidos que velados martillean
la ingravidez de las sienes.
Asciende con la sedosidad de las nubes
pausada la ocre erupción del gineceo,
espuma efervescente que se iza
reticular por el hendedura del florero,
puntual por el fermento de la memoria.
Dualidad flotante entre los géneros
inmanencia de la fecundidad conllevada,
tiemblan las paredes de la flor antigua
pareciera que el soplo del siroco
actuara sobre resortes testamentarios.
Una niña balbucea el candor de su presteza,
un niño susurra la ingenuidad de su valentía,
en la intimidad de la aurora las pátinas
de la vida resplandecen con luz propia
si se establecen las pautas del equilibrio.
© José Luis
Deshorizonte

La profundidad histérica de la vida
amamanta la soledad,
el cielo no es tan distinto de la tierra
ni siquiera de lo que llamaron infierno,
¿tan difícil es dar vida a la vida…?
Distingo yermo el caudal del horizonte
asemeja la indefensión de las montañas,
nadar bajo la superficie del miedo
es impropio del hombre.
Advierto una bandada de pájaros,
el aleteo es constante,
tan constante como el pensamiento
en la inconsciencia de un hombre.
Percibo un barco
allá
en la distancia
donde el mar es aislamiento
y libertad
y muerte…
La ingravidez del aire
se hace oscuridad en las nubes
y el agua
con los matices del azogue
baña mis tobillos en la playa...
junto a la soledad de las rocas...
© José Luis
Inferencia de caminos

¡Qué revoloteo hay
en la circuncidada plaza
donde entretienen las madres
a sus hijos con la merienda!
Agacho la cabeza
para evitar el ala,
mis ojos atraviesan el espacio
de lado a lado,
trescientos sesenta grados
de tierra y cielo,
¡qué fácil es volver
con la cabeza a los recuerdos!
El cielo permite
la inferencia de caminos,
la tierra con sus montañas
nos pone aprueba
con las disyuntivas.
En el calendario miro
la luz expansiva de un faro,
como la noche se expande
en todo alrededor
silenciosa,
inquietante…
Con cada elección dejo
cicatrices
que marcan mi cuerpo,
opciones
que disponen mi espíritu
a emprender los caminos
de los agujeros negros.
Como las aves de la plaza
también emprendo el vuelo,
trescientos sesenta grados…
¿hacia qué universo…?
© José Luis
Treinta y una menudencias

Da Diciembre treinta y una razones
a Enero, Noviembre y a los otros meses
para ser el que se despida cada año
de lo antiguo y nuevo que trae el adviento,
remolonas se van las páginas de este libro
poco a poco leyendo los torrentes y avenidas
de sucesos grabados en las niñas de los ojos
donde retenemos la lágrima del recuerdo.
Se despereza el dos mil diez en su nido,
parto de trescientos sesenta y cinco días,
entreabiertos los sentidos renace de luz
la noche con sus singulares campanadas
y porfiadas uvas, una por cada necesario olvido,
otras para macerar el desgarro de la existencia;
voz que avanza río arriba sin volver la vista
porque es lo que tiene avanzar... dejar en tierra.
Parto con la luz del alba al destierro, a la muerte
silenciosa de la estela que fue morada y cobijo,
dejo los brazos extendidos a los cuatro vientos
porque sé que de mis dedos, deshojadas margaritas,
nacerá violácea la luz del ocaso entre tus nubes
blancas como piel incorruptible de la mirada
que es transparencia del cuerpo
que es abigarramiento del alma…
© José Luis