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El vuelo de la huida

Descuidada una garza en el agua
en sus plumas retiene el frescor
plácido de la mañana,
unos patos alrededor reviran
ondulosas las líneas del río
entre los aromas de la orilla ocre
y la sedosidad de las cañas
que sobresalen en el aire
del perezoso flujo de la corriente.
Cubren el cielo blanco las nubes
allá donde el azul fuera el techado
de otros días risueños,
los pies en la pasarela parados
sujetan al horizonte mis ojos
y al reflejo de otras casas
en el paso húmedo de los coches
por las transversales y convenientes
ondas del silencio.
Emprende elegante la huida
en la mirada fija de la ribera
y eleva su vuelo en el compás
avivado y extendido de sus alas
mientras también yo me alejo
desde el paseo de la mañana
por los acontecimientos fluviales
de este primer día de Enero.
© José Luis
El ramo y la sonrisa de la novia

He pensado que si alguna vez caminas
por la alfombra roja y el brazo extendido
de la duda y la audacia estaré contigo,
por esa vez seremos acompañantes mutuos.
Arquean los vestidos nuestros cuerpos,
nos enfundan en la tarima de los veraces
donde el corazón retiembla y se acelera
con los azogues de un compás mutante.
En la mano las flores su aroma extienden
las notas danzarinas alrededor nuestro
con pies deletéreos y tribales, el templo
en la cruzada impensada de destinos se deleita.
La novia novio quiere que la engalane y encante
con la miel tersa de los labios, pretendiente
aguarda en la belleza del alma el tránsito
en el que se sella celestial e inequívoca
la eternidad de la existencia.
© José Luis
Molde y vaciado

El hierro se fija a la tierra y la envuelve
en un halo de imprecación y pureza
desde el que las miradas se interpretan
y hacen sonar la aldaba de las presencias
incorpóreas que sobrevuelan nuestro sueño.
Nos encontramos en una ciudad celeste
donde los perros hocican las sombras
y olvidan sus ladridos en los pliegues verdes
de los parques mientras encluecan los rayos
afilados de la luna y sus encriptaciones.
Sólidos los átomos contextuales de los árboles
se enraízan titilares en el paseo uterino y del canal
que inquebrantable custodia los reflejos del atardecer
donde el cielo es púrpura e indefinible entre las cimas
y las cúpulas que la gente han tomado por sus casas…
© José Luis
De paso...

Brillan en la estación los pasos que se originan
tras el sueño o el desembozo de la noche
en los bolsos que ondulan el aire mientras cae
como la techumbre de las montañas invernales
desde los copos que merodean andares y siluetas
con la esperanza de retenerse en alguna estancia
cálida y sorpresiva en la que otear el deambule
de las sombras sin prisa ni cruces de palabras.
No hay enigmas que se detengan en el andén
para tomar el tren de las doce o para olvidar
el macuto de toda una vida adosado a la figura
que se queda atrás o a la que lleva sin percibirlo
el peso de nuestra vida, un lastre reservado
y oscuro desde el que se originan manantiales
convergentes a la duda innata y el deseo
que acarrea la existencia que se sabe efímera.
© José Luis
Los Reyes y la Dama de Honor

Noche se hace noche sin ser del sol
noche multitudinaria en las calles
no hay coches entre los caramelos
sí niños y papás con ilusión procesional
suena música de cabalgata y ambulancias
todos invariablemente pedimos algún deseo
aunque nuestros zapatos no lleven nuestros pies
y los días nos hayan absorbido el tiempo
desde más allá del paraíso nos alumbraron
con las lágrimas y la interpretación simétrica
del cielo y la tierra donde franqueamos legislaturas
de oro incienso y mirra con los vestidos de diario
las manos que se agitan se vuelven hacia nosotros
con las mismas huellas de un acostumbrado destino
entre las sonrisas que se dilatan leales en la luz
de una o de miles de estrellas orbitales que anuncian
que todos soñamos un reino de fortunas y de damas
cuyo honor conquistan cada nuevo día que se inicia
como el camino que se transita una y otra vez
pero que mortalmente nos permite ser otro y distinto
al que fuéramos ayer en un remoto pasado sin fronteras
con los únicos límites de una noche sin sol desandado
donde envolver los regalos que retendremos siempre
en la memoria de un amanecer de adoración y recuerdo.
© José Luis
La tonalidad de unas matas

Indecisa claridad en la confusión del pasadizo
donde inconscientes transitamos el amanecer,
tras las ofuscaciones de la noche y sus delirios
resuenan las ventanas del invierno en mis pupilas
y la neblina materializa en ramos los suspiros
impelidos desde las cuevas y los gráciles abismos
en los que me pierdo cuando inclino la cabeza
tras los vórtices de la soledad y el silencio.
Extraña sobreviene la mirada desde el interior
incoherente de las montañas donde las oquedades
asemejan palabras resbaladizas de articular
en la boca que esboza blanca la sonrisa de la locura
allí donde no cuaja la conjugación del verbo amar
pero que, sujeta al brazo de la densidad, sobrevive
como el canto de los pájaros una mañana incomprensible
y fría de enero entre las retamas de fuego calcinadas.
Se impregna huidiza la vestimenta de las sensaciones,
gasa que hilaron los deseos y el transitar de los sonidos
con letras de pasión e incandescencia, bordean los hombros
acariciados por las mil y una noches emboscadas de oriente
las nubes purpúreas y vibrantes enajenando los labios amantes
en la piel impalpable de las matas que inscriben en el cielo
las conquistas de tantos atardeceres caídos desde esa luna
que conoció errante la huella destilada de algún paraíso.
© José Luis
La laguna de los espejos

Azures los aires resplandecen la oscuridad
en la que se empapa el agua cristalina y las fuentes
allá donde las lágrimas son vaporosas demarcaciones
de sensualidad y mundanal espejo de las corrientes
volátiles de almas que no encubren sus sombras
con los rayos de la mañana ni con las súplicas atávicas
emanadas de los caliginosos tabernáculos de la razón
o del desvelo, azures aires de sienes transgresoras.
La inmensidad se refleja dilatada en las pupilas,
balaustradas de silencios, entretenida en la gravedad
suspensa de los árboles alejados de sus hojas,
volatineras raíces desaladas, propietarias de las voces
inaudibles desde el valle donde el hombre desterrado
arrojó la saliva y su lanza, no pudo haber vuelta atrás
ni el desandar libertario del paso de la muerte primera,
no sabré lo que la inmensidad mira en mi reflejo.
Hay verdades que se bañan en la superficie inmaculada
de ese espejo, lívidas en la línea del horizonte se despiden
de los anclajes de la tierra y zarpan como barco conjurado
a los islotes peregrinos donde sólo llegan las manos palpitantes,
aquellas que empuñan las estelas fugaces de los espejismos
mientras cruzan la distancia entre los labios y las palabras
emitidas en los sueños, cuando la realidad se hace crepúsculo
en el corazón de los versos y latido en la laguna espejada.
© José Luis
Palabras para consumar este día

Extendidas las palabras sobre el velador
de las montañas, ondulan el aire y las neblinas
los susurros que del cielo esponjan los rincones
más íntimos y purificados transitados por un alma.
Nada se abstrae en la contemplación del horizonte
donde velados mantos se circunscriben en estratos
según van llegando los discursos nacidos del viento
y de los instantes únicos mientras forman un círculo
en el que los ecos danzan cuando el sol se oscurece.
Una cruz erguida desde la sombra mira al frente
y a la luz sosegada en el púrpura de las nubes,
recoge en su intercesión todas las alas sin morada,
todos los latidos impares encajados en las soledades
de los cementerios, las campanas de hoy no resuenan.
Los ojos se alargan en los surcos de la distancia
mientras mis labios se acercan como un rastreador
a las llagas del día y depositan en un beso el bálsamo
secreto de las lágrimas que se vierten desde la fuente
que fue manantial y paraíso desde la sangre del Hombre.
Impenetrables retienen mis manos el contorno de tu presencia
entretejida en las conexiones de los ciclos y el olaje de la noche,
forman otra cruz como los maderos perfumados del recuerdo
que nos abandona cuando imperceptibles levitan nuestros cuerpos
en los confines articulados de las nubes donde desaparecemos…
© José Luis
Lentes de cercanía

La mesa encierra las travesías
de la vista que exige en un callejón
el diezmo de la aurora,
paredes de madera entretejen lazos
de indivisibilidad ante el ojo acariciado
desde el árbol de la incertidumbre
donde se desprenden las imágenes
rigurosas de las ramas y ascienden
heliotrópicas por los hilos de los sueños,
parcas eternizadas en los jirones
del trasfondo ondeante de alforzas
y naufragios disonados de mentes.
Los cristales se atomizan
en el aire, viscoso y fragante,
de la lluvia que resonante se descarga
en los huecos de mis manos,
el cimbrado de mis dedos, en la mesa,
acompasa el fundido sombrío de la tarde
con la densidad de las horas, y la penumbra
de un instante acecha la noche en mis ojos.
Se doblan los rayos de la ventana,
en inmediatos e inadvertidos recuerdos
las lentes de la curiosidad y el descuido
se deslizan, como trompos zigzagueantes
por las líneas del suelo y nuestra cercanía.
© José Luis
El árbol del agua

La noche ha sido lluvia de oscuridad,
donde piso se levanta tierra embarrada
tras las huellas, permanecerán cruzadas
con otras tantas que se abruman entre los pedernales
las impresiones del sol y la sombra, pían los vientos
entre las ramas desprovistas de manos y agallas
con los que retener a la luna en el nido del silencio,
hay rayos que no cruzan las nubes y en el espacio rebotan
y se descomponen en ecos pedregosos y ladridos
de jauría azuzada en domingo de muchedumbre y plomo.
Huele a verde en el regato donde manan ondas azul cielo
y la mañana cristalina se defiende con espejismos de tiniebla
en el trastorno de un árbol subyugado y oro de delirio,
en el envés sumergido de un instante su reflejo
desarbola la desnudez del invierno en tientos de firmeza,
en raigones de rocío, impermeables al murmullo y la muerte
los filos de la voluptuosidad asaltan con sus desmembrados ojos
el sabor de la lejanía a modo de manjar de vidriera.
La asiduidad de la corriente entretiene el paso del tiempo
en los engranajes de la costumbre, con el fluctuar de la atracción
partículas de agua resbalan por el lomo cambiante del árbol
y arquean ígneas el rostro tenaz de las fortalezas indomables.
© José Luis
Natillas de nubes

Las nubes se entienden con el oro del universo,
la mañana encierra el aire en una tela de araña
y suspira con la armónica el tejón de los árboles.
Es la humedad una fina capa de trémulas notas
donde se deshoja el invierno de los robles
en haces inquebrantables de luz y piel desnuda
tras los cortejos de la fugacidad y el destiempo
como azulados interrogantes en el beso de la noche.
Cercenado el sueño del olvido, alrededor de una vela
titila el eco de los espectros nómadas y desleídos
de la aurora, huye la oscuridad de la corona del viento
mientras se desoyen las campanas del templo tardío
en el perímetro fermentado de la esfera impura.
Mascan las ramas el aire perfumado de las flores
en un susurro de pétalos y zozobras de rocío,
hasta la alondra muda en sus silbos las manchas
naturales de las montañas donde se requema el silencio
y un hombre aturde el áspid reverdecido de concupiscencia.
Negras las líneas en las palmas ascienden las horas
tras los planetas vulnerados y la adolescencia,
justa y salvaje rasgaba la fuerza el límite
del ocaso con las órbitas de la vía láctea
donde esperan yacentes los absurdos y las promesas.
© José Luis
Oteador

He oído a la intemperie
crujir briznas de hierba
en la inexactitud de los recuerdos
donde me hundo
si mis manos rozan la tierra,
tiemblan las llagas del aire
con los muros de la indigencia
porque sólo es cuestión de dinero
a veces las vidas muertas…
Somos oteadores de perspectivas,
oteadores desde la inconsciencia
o quizá francotiradores de miedos
en los que disponemos mirillas de angustia
que sabemos que no se revuelven
y se anestesia la conciencia
y se inscribe el viento al señorío viciado,
¡cuántas evasivas esteriliza una hora!
La pureza no tiene espanto de altura
ni catacumbas sofisticadas ni viejas
sino lejanía y horizonte de montaña
con la fragancia de la mirada directa
como una loba de piedra en la campiña
cuyo mirar perfora la raíz de la duda
con los aretes romanos de una tinaja,
recuerda mortal que eres hombre…
© José Luis
Ojo de girasol

He devuelto a la vida
la vida en los ojos de los girasoles,
orean las aspas de la tormenta
el vacío de unas cuencas sin abrojos,
no dejaré que el viento
me entone al oído
sinfonías de la primavera
porque en el vuelo de la alondra
dejé tardes inacabadas de inocencia,
los campos se acopiaban con el torbellino
de mariposas y deseo volátil.
Accederé a que el viento
en las calandrias module la vida
y se enganche a la red de la esperanza
porque en los campos que abate la lluvia
se cargan las flores de aromas y lágrimas
en los que reflejarse el porvenir
y el embrujo perecedero de los instantes.
Un relámpago de cielo gorjea la luna
entre las musarañas de la sombra
donde la existencia como esa larva ardida
late con el corazón prestado de la noche
cuando con el cerrar de los párpados
camino desde la mente se abre
el ojo desentrañado del abismo.
© José Luis
Cráter fungido

Observo el caño y el manar de la corriente
y guío las burbujas por la envoltura del cosmos
ensimismado de quimeras y balandros de algas
desde la hendidura goteante de una piedra
envejecida con la sangre de sacrificios y linajes
acallados en el magma capitular del tiempo
donde el destino no perdura en sus vestigios.
El cráter del olvido, elevado en sugerente vorágine,
acumula el agua del destierro donde fluctúa lo imposible
y se revuelve en dosis de inquietud y transparencia
donde la profundidad atrae el devenir de las manos,
de las líneas y sombras del ocaso, huye el norte del silencio
hacia la estrella imantada de la noche, una prueba gravitatoria
y circunspecta, desde la que ronda el espía de la certidumbre
la barrera de la anarquía y el atrevimiento.
De lejos el frescor
de la juventud rocía el embargo de las almas
y penetra en el origen del trastorno,
donde llora el amor de una madre,
la pérdida del ojo de la bondad y la abundancia,
crece en el hombre la raíz del abandono
donde se sujetan las ventanas del desconocimiento
y el poniente, retirado de los reversos de inmanencia,
cruje en su alegoría con los estertores de las parcas,
desde el resquicio de la nada
se eleva la humareda de la muerte
y reaparece el caos entre sus brasas.
© José Luis
Los dos árboles

Frente a la desnudez del tiempo y los años,
impúdico un árbol hace del esplendor malabares
donde ahora la vida es verticalidad inerte
de la mañana en un desprovisto desamparo,
allí rezan los árboles en la hondura de la providencia.
Desde el verdor que respeta el invierno
el campo los heleros resuda de la noche
en el sitial devastado de apariencia y periódicos
donde resbalan las letras de las confidencias
por los ramales de lejanía y lasitud,
allí las palabras se convulsionan en la tierra.
Del aire la soledad se enreda entre los dedos
e inscribe con tornasol y sangre de suspiros
el porvenir entre las compactas curvas de mi piel,
que desoye los latidos bramantes de las sombras,
y cruza el desconocido surco del Estigia,
allí solamente se expatrían las almas prodigiosas.
Se aturden ensortijados los sonidos en los ecos
tras las desabrigadas ramas equinocciales,
los cantos llegan desde el mar con el rubor
afable y acallado de la lluvia, de las nubes
esculpidas en la corteza trasmutada del árbol,
allí quedó grabada la deflagración del averno.
© José Luis
Cielo y tierra

Hay lugares inmortales
lejanías de los espíritus
habitados por las corrientes de la inconsciencia
donde alguna vez nos llevan nuestros pasos,
esos que ya no saben cómo volver
al amanecer de las miradas
o a un enjuague de espejismo,
por el que navega mi pequeño barco
propulsado por los suspiros
y las teclas de algún piano.
Desplegadas las creencias al poniente
en los rayos últimos del sol se sustentan
y avalanzan sobre el cielo a dentelladas
de brumas y extendidas cumbres
en las que arraigan las mujeres sus partos,
ardides de extravíos y carne
de hijos que crecen desde el vientre,
revuelven la luna y las entrañas
los aullidos solitarios de los lobos,
una mezcla de adoración y encanto,
de intencional ternura.
Una ranura de fuego fragmenta el cielo
y la tierra se quema en sus nieblas,
yemas de fecundidad alivian en la lluvia
los paraísos de los sueños
donde los extintos de cada día
disponen lo que desmantelaron de sus cuerpos.
© José Luis
El tragaluz de las sombras

La plenitud de los objetos
se trasparenta en las sombras
desde las que se muestran,
perdidas de la luz,
en el registro onírico de la noche.
Tratan las nubes de pasar
desapercibidas por el azur del tiempo,
como las palabras que atrapan,
alocadas en el aire hueco de las hondas
que de los cáñamos mecen el horizonte.
Son las ventanas respiraderos del alma,
cristales o lupas enfocados en el devenir
vacilante de las mariposas por la naturaleza
quebradiza de los retratos y sonidos
en los que a solas nos abandonamos.
Contemplo desde la palma de mi mano
los maderos de los árboles cruzados
que se enraman con los ojales desiertos
y la bola de cristal de algún mago
que constante masca en la fórmula olvidada
la creación suspendida en un relámpago.
Florecen en mi lengua palabras primitivas,
veladas significaciones que no conozco
y en los que otro yo está reflejado
tras el tragaluz simultáneo de mis sombras.
© José Luis
Vista equina

Se clavan las miradas
se clavan desde el llamador de la puerta
como un repiqueteo en el aire cálido y denso,
hay miradas que alarman y desentumecen el cuerpo
de las miradas acostumbradas.
Si pudiera franquearía al interior
de la cabeza que mira,
ser parte implícita en una mirada
desde la que se ensambla el mundo externo
con los inconclusos puzzles del instinto
donde se desgajan las cédulas de la duda
en pequeños comentarios y silencios.
No se mira con los ojos cerrados
más que aquello que conocemos
o imaginamos,
submundos de los recuerdos
en los que las pinceladas de los días
encuadran los paisajes desorientados y nebulosos
que llegarán a ser otro sustento
heredado de los sueños.
Quizá no sepa el caballo
por qué le retengo en la incisión de los ojos
o quizá, como él, yo me retenga
en el reflejo velado de su trote
cuando se acerca parsimonioso
a la mano tendida del ocaso
que es todo hombre…
© José Luis