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Estancia acuosa

Reverbera entre las verdes ramas
la corriente que calmosa se desliza,
con el azur dispuesto en los reflejos
se adentra sosegado el caminante
tras el deambular de la naturaleza
por el fragor de sus pensamientos.
Caen los murmullos de los pájaros
con las alas humedecidas del viento,
dulcemente el transitar añil del agua
entre los pies refrescados de silencio
rumorea, el ondular de los tornasoles
se aleja con la inmediatez del alba.
Veo en las sombras del olvido la estela,
desmanteladas todas aquellas evocaciones
arrumban en el insoluble fanal del reguero,
se esconden las libélulas en la ambigüedad
matutina de la luz con sus revoloteos,
persisten aún las lágrimas de la noche.
Grato en esta acuosa estancia siento
junto a la ingravidez de los años
perenne del solsticio el centelleo
como un susurro fugaz y templado
pulsan las canciones de la niñez
los acordes afilados de la calandria.
© José Luis
Espigas acunadas

Verde el cielo entre los penachos del ocaso
donde los azures toronjas atenazan las nubes
y los sueños suplican tenues las alas del olvido
donde perderse inmortales entre tus brazos.
Las espigas de la primavera retoñan la tierra
con los suspiros de un horizonte entregado
a los avatares inaccesibles de las rosas y la lluvia
cuando llora la floración de lo prohibido
en la íntima inmensidad de los denuedos.
Las amapolas en el rubor sus tallos comban
fronteriza la tarde a la ribera de tu sombra
y los misterios de tu cuerpo invitan al sigilo,
a la hondura lúbrica del fuego que se graba
en la corteza de la noche como una rúbrica
que resalta las llamas del vergel en el deseo.
Mis manos arrullan las raíces de lo imperceptible,
de la redondez insondable de la existencia
cuando se decide a nacer en el más insospechado
de los corazones…
© José Luis
Encuentro con dos flores

Alargados son los brazos de estas flores,
pétalos envueltos en el ámbar de la noche,
en las faldas tenebrosas de la naturaleza
donde transitan los gorgojos del tiempo
y se deslían los sonidos de nuestras sombras.
Sombras, que verdes admiran los rayos
de la luna, no retienen, difícil es contener
lo que fluye con la sangre de los mortales,
el fulgor de los dioses que establecen y asolan
los clausurados espectros de los corazones.
Sedosos son los labios que refleja la corriente
mientras proclaman a los árboles nuestro amor,
y las ramas, rumores de pensamientos desahogados,
se entrecruzan volátiles con los vestigios de los suspiros,
quizá sea yo uno de ellos, cuando en ti me recojo.
Tiemblan las ondulaciones del agua en mi frente,
ululan tenaces los ojos discontinuos de los bejucos
entre los brocales de tus senos y mis dudas,
el silencio mana del esplendor de la primavera
con las corolas de nuestras manos entrelazadas.
Vagan los recuerdos más allá de los muros
que nos unen y separan de los días
en los que, en peregrinación, fuimos adolescentes.
© José Luis
Guijarro de talismán

¿Dónde encontrar el corazón en la piedra?
¿Dónde hallar la sangre
que en solitarios parajes
la inmortalidad espesa?
Con la mirada del sol entre oscuridades
no recorta ya el aire tu silueta,
compañera de soledades,
cruz que señal fueras.
Donde deja el cielo la heredad
crece monótona la hierba
del paraíso en la mismísima tierra,
atavismo de la espesura.
Quizá el cáliz los espejismos recorra
en la consagración de las palabras
y envuelva en las nubes las tinieblas
de un día que se alimentó de amargura.
Guijarro,
peregrino de calvarios y madreperlas,
custodio de los pasos y las veredas,
tornado en talismán ante la desventura.
© José Luis
Una caja de cartón usada

Tubos de óleo en la mesa,
manchas precisadas de color
enturbian de imágenes la tela
en la onírica retina de los sueños.
Las distintivas figuras,
que no son lo que parecen,
se tornan en versátiles
cartulinas de test y de miradas.
Los pensamientos se construyen
con retazos volubles de inconsciencia
donde afloró alguna vez la locura
en pétalos de humanidad y aquiescencia.
Balbucea la noche por las calles
paradójica la especulación
de los vástagos de Eva,
el original sentido de la vida.
De lejos vienen ya las dudas
y los deseos universales de supervivencia,
mas parece que quizá sea la experiencia
esa caja de cartón que usada
da nueva significación a la existencia.
© José Luis
Trasera de una foto

Potentes los coches la velocidad arrasan,
carmesíes los faros de las luces tiemblan
las espaldas del silencio en la calle celada
donde unos brazos se ahuecan y trenzan.
Oleadas de lluvia y pavesas descifran la tarde,
esclarecen los ojos olvidados del abismo
donde se arrojan las plegarias y los miedos
consumidos en los iniciáticos ciclos de la naturaleza.
Disimulan los sonidos los bamboleos de un cuerpo
que contra otro se estrecha en el icor de la tiniebla,
no se puede impedir la impetuosidad de la naturaleza
en el rubor de la sangre o la juventud de la inconsciencia.
Se asemeja este horizonte al conflicto de la vida,
el trayecto por cubrir en la singladura hacia la meta
es directamente proporcional a la evidencia de la muerte
o a la esperanza de la felicidad aquí sobre la tierra.
Desde una tabla de surf las dificultades se sortean
en el mar de poniente mientras la espuma de la duda
desgasta las ambiciones en el vigor de la insolencia,
tal es la trabazón intuitiva de aquesta foto póstuma.
© José Luis
Película de por la noche

Hay veces que los horrores de las pantallas
se estrellan en el salón apaciguado de la noche
con los grumos deshilachados que de sangre estallan
la impetuosa cornisa de la cordura y la decencia.
Se mueven las sombras por las paredes,
sisea la música alucinaciones macabras
donde la verdad de las mentiras se ovala
en la sofocada elipse del diván de los desvelos.
Pareciera que unos libros sobrevolaran el techo
con las lúcidas alas de los signos de la esperanza,
toda cruzada se sujeta en las bridas de la paciencia
aunque corran a lomo de las revoluciones las horas.
Traban las páginas la retina en mi mente
donde los sueños desmigajan tersas las palabras
como una refrescante y salvífica corriente
que recorre soterrada la campiña de la sospecha.
Desde el obscurecido cordel de los relámpagos
manan colores y artificios, desde lo más hondo
de la inconsciencia cabalgan legiones de voces,
huidizos se configuran los espectros de la locura.
© José Luis
Lagarterana

Reclinas la cabeza en la confusión de la gente
donde el ruido de la mañana son los pasos azorados
y las risas carcomidas de aquel domingo de gala,
el propio cielo atrapa tus colores en su espejo.
La multitud rodea las calles que gotean el sonido
embarrado en las palmas y en los ojos de los muros,
las nubes se abren con las notas de esta fiesta
y los altares se recogen entre hilachas de ataujía.
Ya los rayos se pronuncian quietos en las sombras
con los ininterrumpidos cantos de alegría,
ya los niños retozan en su ajetreo ajustado
bajo la mirada de las traviesas lentes del peregrino,
bajo la supervisión cautelosa de las manos
que acompasan sus años con bálsamo y cariño.
Retengo tu mirada perdida entre mis dedos
mientras alcanzo de tus ojos el horizonte
donde guardas cautelosa la distancia como faro
que ilumina la posesión sagrada de la noche.
¡Ah, pensativa y circunspecta lagarterana!
¿Dónde encallaste la viveza de tus ojos
sino que el la infinitud retraída de la mañana
ritualizada, embravecida y amorosa?
© José Luis
Migajas de letras por la carretera

Las montañas insospechadas veredas
hacen prófugas las palabras, se marchan
letra a letra por el arcén de la distancia
muy dentro de la hondonada y la duda
donde las corrientes trastornan opacos
los versículos dispuestos al sol cautelar
cuando las sombras desandan la noche.
Granitos son las arenas perfumadas
por las lágrimas que vierte el cielo
en la clepsidra informal de las ánimas
y los aromas intuitivos del desierto
conjugan los rituales de la razón
a través de los deslavazados pasos
que son los recuerdos y sueños.
El humor de los mundos perforados
entreteje la avalancha de los herméticos
ardides de los hombres, la mano extendida
a la complacencia de los pensamientos
que avalan la inmortalidad del tránsito
entre las generaciones de la sierpe,
no bastará con una manzana transgresora
al peregrinaje de los desterrados.
Una sonrisa aparece entre los guijarros
que hicieron camino a la travesía del nacimiento,
unos labios arquean las líneas que fueran rectas
mientras los pájaros en sus picos alternan
vernáculas las vocales con el desarraigo de las consonantes.
© José Luis
Desprotegida el alma

La muerte,
esa sensación de incomprendida pérdida,
traba a la invariabilidad del tiempo
el desgaje del alma.
Alardea la sombra de la guadaña
del infausto paso de la argolla del olvido
por los persistentes pensamientos de un día
y ríe, se desatornilla en la concavidad de las horas,
en la más absoluta soledad,
llamador de un quebranto mensajero.
Arrostran las mañanas su peso,
como peso que se aleja y retorna,
con la ritual curvatura de la aldaba,
sobreviene del sonido el pálpito
y un fugitivo parpadeo de los ojos.
La no presencia
es un arma que desarma
el retorno a la existencia.
© José Luis
Agua que la mirada devuelve

Quizá no sepan las montañas
de la perdurabilidad de las nubes,
que aunque estén ausentes
fresca su ráfaga pespunta las crestas
al azur perdurable del cielo,
con las gotas que son rocío
y niebla y tranquilidad desde la mirada
por las profundidades de aquel paseo
hacia la longevidad de la tierra y sus grietas
desde las que la corriente mana,
fina y menuda ilación de escarcha,
quebrada entre las pulidas piedras…
resbaladiza, sonora y cadenciosa.
Inherente baja el sonido del arroyo
al boscaje de mástiles y verdosas ramas,
serpenteando confuso entre los espejos
ondulosos a las sombras del valle,
en cada recodo las rocas, redondez sedosa,
sugieren acuosas catapultas y cascadas
en las que interpretan las efigies de la espuma
la danza ancestral de su estirpe
cuando moteaban las cuevas de figuras
y de originario abolengo de animales.
Perfilada a cada paso se refresca la mañana
en la ramificación de las volátiles gradaciones
que de la superficie del agua al cielo se escapan
mientras la mirada me devuelves…
© José Luis
Sombra con patines

Cae el sol con los rayos de la tarde
y el calor busca en las florestas la sombra,
los parques acopian el frescor del gentío
a la sombra que con lentitud se agita
en la celeridad de la tierra con los patines
mientras desfila el agua entre las balsas
humedecidas de orquestada música de remos.
Los niños se separan entrañables de las manos
y buscan en la arena la creación de las cosas,
el deambular de sus juegos entretiene la vista
alrededor de los recuerdos y de una mariposa,
ceden las nubes al transitar de las tinieblas
el azur del cielo donde los alados despistan
su quehacer con los embrujos de los diablillos.
Un muchacho se desliza junto a la silueta
de los contenedores de amarillo esculpidos
y las hojas mantienen en el vaivén el aire
entre los resquicios inundados de tambores
con el efluvio desprendido de algún incienso
mientras se despide el paseo de los caminantes…
© José Luis
Acortada la noche

De San Juan es la noche,
noche emblemática de hogueras
incandescentes, de un atardecer
tras lenguas de murmullo y fuego.
Danzan en el aire las llamas
ruidos de brasa y cigüeñas
en la juntura aglomerada
de deseos, demandas y madera.
La oscuridad se revuelve
con las briznas que toronjas
lluvia del averno parece
por los ángeles mitigada.
Crecen en la tierra las cenizas
de Abraxas con las alas y el tridente,
y buscamos con las rosas en el agua
el mundo de los parabienes.
Lentamente se consume la montaña
se derrumba el sostén de la frente,
mira la Luna los secretos del hombre
en el corazón del poeta ardiente.
© José Luis
Miércoles desconocido

El bosque la esencia encierra en su interior,
diluyen desde el árbol primero las hojas
impenetrables los vestigios del retorno,
nadie será capaz de desentrañar el presente
tras los laberintos traspasados por el viento
las voces de los hombres acorralan el coraje,
no permanecerán los bosquejos redentores
si la pureza del alma no se trasplanta.
Los miércoles, desde el rigor de los instantes,
están despidiendo sin cortejo su nombre,
ya los martes no distinguen la muerte,
la noche dejó de ser el tránsito uniforme,
los no presentes no consiguen deambular
con la libertad tempestuosa de los barrancos
y el aire se ha vuelto tumultuoso y difícil,
los pulmones de los jueves se duelen.
Se abren los cobertizos de las montañas,
son los únicos reductos de humanidad
disponibles tras la eclosión del cataclismo,
sin remisión se anegan las semanas.
© José Luis
Desgaste

Cuando al día le asaltan las horas
y el sol decae en su camino
las sombras de la tierra
se acomodan incesantemente.
Los ojos mirar ya no pueden
la vaguedad de las figuras,
centellean en las cuencas de la sospecha
la inexactitud de los desencuentros.
La profundidad de la noche
descubre la conveniencia de la duda,
es un temblor la no presencia
acuciante, doloroso y agudo.
¡Cómo desgasta la ausencia
en la monótona dispersión
de las manos que tendían puentes
hacia la infinitud de la confidencia!
Puede que no sean los años
los que desgasten el alma
sino esa vaciedad del destino
cáustica, inexorable e irreverente.
© José Luis
Sonrosada

Al tacto
los pétalos se sonrojan
con el pudor de la aurora,
con el rubor de la novia
en la primera noche de conocimiento.
Los labios de la sombra
abordan los rayos llenos de mar y luna,
los reflejos en las olas llegan a la orilla
donde esperan atrevidos los ojos
el azogue de dos cuerpos que se acopian
en el tálamo de la tempestad arrullada,
los murmullos del amanecer resuenan
intangibles desde el vergel inaugural
cuando el amor tan sólo era un desconocido.
Mis manos tantean el agua
y la espuma, ojosa, otea el horizonte
donde se detiene el verdor de la alondra
tras el canto del apareamiento ritual
entre el cielo y la tierra.
En la hondura coyuntural de tu cuerpo
palpitante y natural acrecienta el ardor
la expansión consustancial de un instante,
pertenecen recogidas las miradas
al inframundo tangencial de los sueños
donde, indefectiblemente, tú y yo
encontraremos siempre conocimiento.
© José Luis
Viento, viento y sol

Dicen que sopla el viento
con los cantos acunados de los hombres
tras las batallas que frecuenta la muerte,
son cantos en los que se perfuma el alma
de los que caen con los honores de la sangre
en cada ardiente estela de incienso.
Viento asistiendo al viento que vuelve
con las lágrimas íntimas del deseo
en los ojos amados de la vida,
en los ojos amados del vientre
desde la franquicia enmarañada de los órdenes
que sujetan el universo a las limitaciones
que, infranqueables, moldean la inexistencia.
Viento desasistiendo al viento que vuelve
con los ruegos plañideros de la amada
en las manos solitarias y ardientes,
en las manos vacías de la apariencia
desde los rostros inmaculados del olvido
que trae el desasosiego con la noche,
que, indestructibles, roen el silencio.
Viento, viento y sol
en los ocultos labios del poniente,
viento en la leonada esfera de la luna
donde encalla mi recogimiento.
© José Luis
Vuelo de moscardón

Insisten las olas su llamada,
rompen a los pies del faro
la quietud implícita de la noche,
con los naufragios del retorno
las colas de las sirenas baten
la densidad oscura del aire
y los mascarones en la ausencia
del capitán la gorra arrastran
por los timones de la zozobra,
en la tiniebla llora el haz de luz
y de las ondas del mar la luna
cadenas de incertidumbre trenza.
Insisten las olas su llamada,
pareciera el zumbido extraño
de un moscardón transeúnte,
tanta insistencia la atención inquieta
en la ruptura connatural de la vida
los huesos descomponen el alma
en jirones de éxodos y plegarias,
insisten las alas en los aleteos
que zumban el epicentro de las entrañas
con los cantos inaudibles del invierno
en las rosas han cedido pétalos aromados,
frugalidad de la vida en su misterio.
© José Luis
Fondo de una jarra de cerveza

Escucho el burbujeo espumoso,
el diluirse de la jarra fresca
por los contornos de la boca,
la garganta ignora las palabras
que no pasan por ella
y el zumbar de la tarde rigurosa
sube los escalones calurosos
hacia el mirador de la azotea.
Baja hasta el fondo la sed
y apura el mirador en la sierra,
allá, a lo lejos, donde el viento
ostenta en el aleteo de las nubes
la bandera de lo inalcanzable,
esbeltos y agrestes picos
en los que el silencio se estremece.
El barandal azulado de la tarde
quieto me separa de la caída del miedo,
son tantos los respiros de la huida
cuando palpita el corazón de la noche.
El fondo de la jarra de cerveza
alega la secreción de la desidia,
el calor de la tarde corroe las bridas
galopantes del deseo, mis pies
cementan la fuga del horizonte…
© José Luis