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Nugidos

De nubes el altozano rodean en estampida
los molinos que interrogan con sus aspas
fulminantes al impuro azur de la espesura
no hay palabras que abrasen más la tarde
que la rutilante vehemencia del silencio,
zumban los oídos de la lejanía en la sombra.
Pertinaz he trabado mis anclajes en el cielo
allá donde los rugidos despiertan el ocaso
y tañen las manos que regresan de tu cintura
agitada la corriente salvaje de los manantiales,
qué indulgente sofocar la sed de mis entrañas
en el sombrío humedal de su contenida pureza.
Deshojo la mirada que abriga el horizonte,
atrevido el aire irrumpe brioso en el rostro
velado de la lluvia que cierne el firmamento
entre las puertas escarlata de este jueves
yaciente con los suspiros de esa tierra
soberana de los acontecimientos y los hombres.
Comparecen los suspiros nacientes de las cimas
breves aúllan las briznas del olvido en mi nombre,
otro nombre deletrea las raíces de mis dedos
en la oquedad impronunciada, la voz restalla
las arenas que bañan tus riberas y mi antojo,
mi antojo que guarda los almíbares de tus labios.
© José Luis
Conocidos desconocidos

Sucesivamente los campos cansan mis pies,
los pasos detallan los sudores y los días
con los guijarros y el polvo del pensamiento,
la mañana es amanecer y colores tenues
el aire impregna las briznas que en la tierra
resudan la noche y fresco el aroma del viento
despierta el corazón, silvestremente adormecido
siento en el ambiente el trinar ruidoso de los pájaros
la mochila me recuerda el peso de lo pasado,
de la inutilidad instantánea de tantos objetos…
encuentro caras sin ojos, caras abandonadas
en la fabulación del camino, caras perdidas
con el deambular de las sendas, simples caras
esmeralda que hablan en la soledad de la viña,
rostros que interrogan con las punzadas
imprudentes del anonimato, unas palabras
laten en la intranquilidad de la mesa, conocidos
desconocidos que se traban en el convite
y comparten el pan en el núcleo de algún albergue…
A veces, esos desconocidos, dejan huella en el surco
de los labios cuando pronunciamos su nombre.
© José Luis
Cuando la noche la luna retiene ...

La oscuridad invade el camino
no atinan los ojos con las huellas
como no atinan con el instante
en que se origina un nombre.
Brilla la luna sin ruborizarle su brillo,
como puntual reloj brilla tras sus horas,
manecillas impenitentes y arbitrarias,
tal es el sino ansiado humanamente.
Admiro la perfección del cielo
el rutilar incesante de sus estrellas
no depender de la luz o la oscuridad
para ser, ser simplemente ensueño.
La lejanía se ahueca en la nada
en el vacío de las formas y los colores
perdura en el corazón y en la mirada,
la lejanía es un arma que lenta mata.
Cuando la noche la luna retiene
retiene su brillo anclado a tus ojos
retiene al alcance de mis manos la lejanía
cuando la luna a la noche tiene…
© José Luis
Desde unos ojos negros...

Las paredes de la habitación rocían
temblorosas de secretos la madrugada,
cada ladrillo guarda en su cocción la plegaria
de las manos creadoras del hombre,
sólo en la oscuridad crece el carmesí
de los ojos suplicantes, nada ajeno
a la noche es ajeno al desasosiego,
una palabra ulula en mis oídos,
martillea el sopor en las entrañas
hasta despertar la inconsciencia,
se han sido los pasos sin mí,
no me encontré preparado.
Las pupilas alejan lo insoportable del sueño
y profundizan en una oleada de caricias:
los campos trillados al atardecer
se han desprendido del polvo del día,
ese polvo pegajoso y tórrido
reposado en una magdalena con té,
¿aún recuerdas los oscureceres
en la casuística armonía del cielo?
© José Luis
Celofán de caramelo

Sobre la mesa ronda desde hace tiempo
un caramelo, la lengua desde lejos saborea
la acidez limonada del otoño que se acerca
un envoltorio perfecto el campo fecundizado
para la renovación de los apetitos y las fieras,
presiento jugosas las papilas en el cielo
abombado del paladar mientras desentraño
los molinetes entrecruzados del celofán.
Detrás de la mesa una rosa escarchada
deja también su impresión cerúlea,
sus pétalos tañen los crepúsculos del cielo
cuando el ocaso se expande en tus ojos
y se saborean las raíces del viento
desde la alteración de esa semilla de lino
que atraviesa la bóveda de lo irresistible,
tal es el aroma alimonado del caramelo.
Colma una sola gota el dorado gozo
de los tallos espinosos de la vida,
toda impresión se torna celofán
al iniciar el capullo su abertura.
© José Luis
Desintegración interaxial

Las ruedas viran en su giro
giran las ruedas mi mirar
viran y viran las ruedas
giran y giran sin parar.
La luna tendida en la hierba
con su sombra tendida detrás
trunca la noche la aurora
quién sabe quién vendrá.
Se ha roto la madrugada,
sí, desintegrado se ha;
sigue su curso el eje
de la vida con sus ruedas,
¿ha captado tu mirar?
Despacio sobrevuelan las nubes
la tierra ambarina y reseca
la sombra de la luna se estremece
porque la oscuridad se espesa.
En sus raíces se desintegra Selene
es tiempo de aguardo y espera,
shhh, silencio, no la despiertes
que en mis sueños te piensa…
© José Luis
Pataleo con versos

Las montañas marcan el límite del tiempo
no hay distancia suficiente de escabullirse,
el tiempo me convertirá en piedra
dejaré indeleble en la tierra las cenizas
de aquello que fueron nubes y versos.
Un triángulo encadena tres puntos
(el yo, un tú y lo que quiera aquello)
y cuatro más con los cardinales:
norte, donde miras cuando vas;
sur, el fervor de lo impensable;
este, sale resplandeciente el sol;
oeste, magnífica la muerte.
Una mano verde incesante trae
la estela de la esperanza,
dejemos que vuelen las palabras
que pataleen si quieren con los versos,
¿pues no son los poemas contradicciones,
juegos de pensamientos y letras…?
© José Luis
Reflejo de líneas irisadas

Flota una isla en la nada del océano
un náufrago sostiene firme la palmera
donde la sombra indómita se refugia,
en la madera que cruje retoza el viento
en soledad con latitudes temperadas,
las cuerdas de un violín sosiegan la tarde
calurosa, de verano y nubes abotargada,
un coche sujeta las rodaduras del mar
en los cristales ahumados de sus ventanas,
braceo en la profundidad de mis sueños
junto al oscurecer y sus diminutos peces
ahuecando pertinaces las arenas del sábado
en la marisma procelosa, estival y sacrosanta
del domingo de biósfera y dispersiones.
Secretos de la redoma se encadenan al fondo,
efluvios de noches y versos en voz baja,
temblorosos los susurros de la base emanaban,
aquellos pejes descubrieron el saber oculto
supieron del anhelo de los demonios por el paraíso,
nada comparable con la eternidad y el conocimiento
salvo, a veces, la armonía y la paz con uno mismo.
© José Luis