Se muestran los artículos pertenecientes a Agosto de 2008.
Piedras encriptadas

El aire recorre pertinaz la meseta
donde sólo las piedras resisten,
con la desintegración de sus granos,
que el tiempo se olvide de sí mismo
y las manos rugosas que allí las colocaron
una plegaria levanten al cielo bienhechor.
La oquedad de la sombra silenciosa
es el grato solaz del caminante
cuando señorea el sol en lo más alto
y la senda, polvorienta, farfulla
limaduras de soledad y cansancio.
De la tierra manan sudores glaucos,
corrientes turbulentas entre las rocas
que dejan atrás el susurro de la duda
y recorren las riberas del pensamiento
mientras los pies avanzan por el semblante
abierto de un libro que hace de compañía.
Es la memoria una cripta en el aire,
una cripta de piedras mimetizadas
con la infinitud azulada del universo,
la mirada de la satisfacción profunda
y con la intimidad oscura del deseo.
© José Luis
Seta pecosa

Líneas azures
flanquean la rugosidad de tu cuerpo
y las manchas pardas del dorso
que te abrazan
en la luz
consustancial de la mañana.
De la tierra
surgen la duda y el magma
como pinceladas de un cuadro
que poseen nuestras percepciones
y miradas.
Desde el cielo
las alas de los pájaros
atraen la levedad del aire
en la sombra perpetua
de la noche
y fugaz de nuestras palabras
mientras aspiramos el aroma
de jazmín y sándalo.
Pecosa
la piel de la seda
acaricia con lentitud
la caída de tu cuerpo
en la hondura del mundo,
en la sensación de sueño
que placentero trae el rumor
de la luz,
de la tierra,
del bálsamo fecundo de tus besos.
© José Luis
Libélulas de jardín

Briznas de hierba se comban
con el soplo lento de la tarde
mientras el agua acude a la cita
con la orilla habitual del tiempo.
Pasean los patos entre las flores
que desgranan hermosos pétalos
y una libélula transparente y roja
inclina a un tallo sonriente sus alas.
El jardín encierra fresca su sombra
en la silueta tangencial de los árboles,
en el suspiro de una gota que resbala
por la quebradiza línea de un segundo.
El azur de la mirada es sustraído al cielo
mientras pasea distraído por el jardín
el hombre que no tiene palabras ni sueños
que necesitadamente llevarse a la boca.
Desando mis pasos en los sonidos de un poyo
que murmura en las riberas antiguas del río
las canciones perdidas en los surcos del agua
mientras una pareja de libélulas volaban
(o quizá tan sólo se besaban)…
© José Luis
Soplos de colores

Las aspas de los árboles fraguan el silencio
donde la noche oscurece las palabras
y un solo rayo de luz se pierde en el libro
reticular de los marineros que entonan
los jalones de la muerte soterrada en el mar,
en la profundidad musgosa de las ideas
que desaparecen en la verticalidad
de los puentes sin nombre o sin destino.
La lejanía del aire ocupa el horizonte
y la lengua de la tierra circunda los dedos
sin tacto ni yemas, una mujer sostiene
insaciable el vientre del abismo y la duda
como una apreciada cariátide del templo
mientras de mis ojos parten los sueños
de un molinete de viento embarcado
en los voluptuosos giros y danza
alrededor de los brazos del mundo.
© José Luis
Composición 2

Deslío las nubes con el soplo rosáceo
de una auriga que se desboca en el espacio
y choca con las esquinas de la noche
donde urge en el anhelo la satisfacción
de un reto de madrugada, de una suerte
impúdica y sudorosa en la profundidad
del pecho mientras se respira la niebla
intangible de amanecer y oscuras copas
con la viscosidad granate de la sangre
latiente y perfumada en las venas heridas.
Se aíslan las tinieblas en una isla toronja,
en la intermitencia de un faro penumbroso
que aleja asalmonada la luz al espacio
cuando las cigüeñas suprimen sus alas
en la muralla que separa los dos mundos
tangenciales de la realidad y los sueños.
Queda en el cielo momentáneo el rubor
de las briznas nebulosas del ocaso
y las azuladas faringes de los albures
entonan sagrados los ecos de los caminos
por los que desaparecen espantados los niños
que traerán en sus caras la conquista
de la evanescencia de la vida
o de la mortal germinación del olvido.
© José Luis
El contraluz de un vaso

Un vaso desde la apariencia de la ventana
impregna las raíces en la humedad del silencio
y la luz que implora la arena del tiempo
entra por los ojos de los cristales, acanalada.
Las hojas caen y laminan el aire en círculos,
distienden controversias en las nervaduras
con fibrosos haces de radiación y sombra,
la palma de mi mano acaricia el espacio
donde vibran visibles singulares resonancias.
Una chispa destella en el interior del agua,
una sirena entona los versos del mar
en las naves del olvido, las velas abomban
las oquedades apartadas de la noche
y una columna de burbujas apresa
invisible la incorporeidad del deseo…
© José Luis
De camino...
Estaré unos días
en contacto
con los caminantes,
los árboles,
el cansancio...
hasta saturar
esa parte del destino...