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Quién no desea ver anochecer

Cadenciosa llega la noche
irisando el inmenso lienzo
que es la ventana de este horizonte.
El azul se ha enredado todo el día de nubes
esculpiendo minúsculas e informes masas encaladas
que un sol inquieto embaucaba con rayos entrecortados.
Con las horas el cielo ansiaba su azarosa sudoración,
se apropia del sol la energía cobriza
que ahora de manto sirve
a la purpúrea mirada que atraviesa esta oscuridad espesa
en ondulantes y abnegadas lenguas anaranjadas.
Negras líneas dibujan mis ojos
ocultando lo que fueron imágenes claras,
no me asusta esa negrura reconocida,
porque intensifica esta excepcional belleza
cromática que mi pensamiento ilumina.
Quién no desea ver anochecer
sabiendo que en el devenir de las horas
la decadencia del día
es efímera grandeza de la noche,
un esplendoroso e inocente momento
para las entrañas ávidas y atentas...
© José Luis
Tarde de pasear o de pensar

La tarde, ahora mismo, es un reflejo dorado de sol,
en la línea del horizonte veo reflejos del pasado
que retiene junto a este presente un chocante peso en el corazón.
Se me hace un nudo la garganta…
la grandeza de este sol que se halla perdurable
y que cada día me abandona
preservando desde mi origen el principio humano
de saber que todo pasa como escurridizos pensamientos.
La naturaleza crea sus propios frutos,
tras ellos me confundo, me integro
y desintegro germinando
como clandestinos e impresionables granos
que se saben ya en sazón;
entre los surcos de los dedos se van precipitando
al vacío, y ojalá en la inmensidad de la hondonada
encuentren su sentido…
No importa que hayan sido afilados cardos
o inasible grana
si al final
forman parte del paisaje.
Están tan cercanas la alegría y la tristeza,
el deleite y la insatisfacción,
la vida y la muerte
que las lágrimas... las sonrisas...
son ahora las agitaciones que me acompañan.
© José Luis